Lo más difícil para Julián Arango era grabar escenas con ella. Se habían conocido dos años atrás en la telenovela Tiempos Difíciles, luego se enamoraron en Perro amor y en Yo soy Betty la fea, la primera telenovela en donde Ana María Orozco era protagonista, se divorciaron. Duraron apenas diez meses en los que Julián al menos creyó que era feliz. Vivían en una casita en La Calera rodeados de los cinco perros que ella adoraba. Él venía de enamorar a Colombia en su papel de Brando, el mujeriego impenitente de Perro amor. El éxito nunca se le subió a la cabeza y la casa de la Calera era perfecta para tener a raya los demonios y cerca el silencio, los libros de Borges que tanto le gustaba y por ahí de vez en vez encender el televisor para ver los fracasos de Millonarios, el equipo del que es enfermo. Ella, hija de actores, sólo quería que la fama no le arrancara lo que más quería en el mundo: su privacidad.
Se casaron sin mayores aspavientos invitando solo a los amigos más cercanos. Les habían ofrecido participar en una telenovela que había escrito Fernando Gaitán, el mismo que había hecho Café con aroma de mujer. Con Gaitán, Julián Arango haría hasta de extra así que no le importó raparse, acentuar la calva ya incipiente a sus 30 años y embarcarse en un proyecto que, según sus amigos, estaba destinado al fracaso. “Hombre Julián como vas a hacer esa novela de la fea y además de gay, vienes de hacer de galán, sos un galán, ese tipo Lombardi no eres tú” Las advertencias sobre un fracaso próximo no hicieron sino sacarle la casta de jugador. Le decían que no iba a tener tiempo de preparar el personaje, que tenía que investigar a fondo lo que era ser un diseñador para meterse en su carne. Julian, humorista y escritor, tenía el don de la observación y aprendió rápido. Ana María tenía miedo de hacer el ridículo así que empezaron a grabar.
El idilio se rompió inmediatamente. Habían noches en las que ni siquiera se veían en la casa de La Calera rompiéndose el lomo memorizando diálogos y siendo dirigidos por el experimentadísimo Mario Ribero. Él, que había aceptado ser Hugo Lombardi no sólo por el reto de interpretar a un homosexual sino por estar cerca de su esposa, empezó a darse cuenta que rodar una tercera novela consecutiva con el amor de su vida no iba a ser una buena idea. Dicen los que vivieron el misterioso rompimiento que a Ana María se le apagó el amor súbitamente. Empezó a eludir a Julián y a estar más cerca del fotógrafo Pedro Franco. Lo había conocido en una sesión de fotos y la química fue instantánea. La aventura era un secreto a voces en la sala de grabación. Un día Ana María no volvió más y empezó a frecuentar sitios públicos con el fotógrafo tomado de su mano. Diez meses después de casarse llegó el divorcio.
Julián suplicaba a la producción aplazar las escenas que tenían que grabar juntos. Por más que Ribero lo intentara tenían que hacerlas. Una vez ocurría eso empezaban los insultos de Hugo Lombardi a Beatriz Pinzón Solano: Moscorrofio, fea, horrenda. La rabia se le notaba a Julián y por eso más de una vez debían parar porque Ana María rompía en llanto. Julián pensó en renunciar. Al final se impuso el profesionalismo, empezó a salir con otras mujeres y Ana María consolidó una relación de tres años con el fotógrafo hasta que ésta se rompió cuando la actriz fue a ver a Nueva York a un músico argentino de jazz llamado Martín Quaglia de quien se enamoró inmediatamente.
Ana María le huyó al canto de sirenas que podía traer la fama y prefirió radicarse en Argentina en donde se ha casado ya dos veces. Julian Arango siguió su carrera con personajes emblemáticos en El cartel de los sapos y La pola pero ha sido sobre todo sus Stand up comedy con su parcero Antonio Sanín lo que lo mantiene vigente. Ambos ya superaron los fantasmas del pasado e incluso en las raras veces que se encuentran se saludan con formalidad, a veces hasta con cariño.