En el idílico entorno de Barú, se encuentra la Ciénaga Encantada, donde el fitoplancton deslumbra con su resplandor nocturno. Recuerdo cómo hace dos décadas quedé asombrada al contemplar la impresionante belleza de esta “laguna” mágica. Fue uno de esos momentos reveladores en los que comprendes tu conexión con el mundo que te rodea, te percibes como parte integral de la vasta red de vida que es nuestro planeta Tierra.
Lejos estaba de imaginarme el estado actual de la laguna; agencias turísticas organizan tours masivos que permiten a los visitantes nadar sin restricciones. Esta falta de regulación es una afrenta a la fragilidad del ecosistema caribeño y un reflejo preocupante de la ausencia total de responsabilidades en la protección ambiental.
El fitoplancton, esa maravilla microscópica que ilumina las aguas de Barú, no solo es un espectáculo visualmente impresionante, sino que también desempeña un papel crucial en el equilibrio del ecosistema marino. Ocupa el primer eslabón de las pirámides alimenticias. Estas diminutas algas son la base de la cadena, proporcionando alimento para una amplia variedad de organismos acuáticos, como los camarones, caracoles y peces.
Además, el fitoplancton desempeña un papel vital en la regulación del clima, absorbiendo dióxido de carbono y liberando oxígeno a través de la fotosíntesis. La preservación del fitoplancton no es solo una cuestión estética, sino una necesidad para la salud y el bienestar de nuestros océanos y, en última instancia, para toda la vida en la Tierra.
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En otros destinos turísticos, los tours para observar el fitoplancton están cuidadosamente regulados y son sujeto de estrictos controles para minimizar el impacto humano en estos ecosistemas. Algunos ejemplos van desde restricciones para nadar hasta regulaciones sobre el uso de protectores solares. Sin embargo, en Barú, la falta de responsabilidad pone en peligro la biodiversidad y la salud de los ecosistemas marinos. Nadie es responsable pero todos somos dolientes
Estamos presenciando un claro ejemplo de lo que Elinor Ostrom describe como la tragedia de los comunes. En su teoría, Ostrom destaca cómo la propiedad colectiva de un recurso compartido puede llevar a su sobreexplotación o degradación debido a la falta de regulación y responsabilidad individual. En este contexto, es crucial reflexionar sobre cómo podemos implementar políticas y prácticas que fomenten la gestión sostenible de nuestros recursos compartidos, evitando así caer en los mismos errores que Ostrom advirtió.
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El turismo ecológico, cuando se realiza de manera responsable y sostenible, puede ser una herramienta poderosa para la conservación ambiental y el desarrollo económico de las comunidades locales.
Colombia, con su vasta biodiversidad y paisajes asombrosos, tiene un potencial enorme para el turismo ecológico. Precisamente, es esta riqueza natural, como el deslumbrante fenómeno del fitoplancton en Barú, la que hace que Colombia sea verdaderamente mágica.
Sin embargo, para aprovechar plenamente este potencial y evitar que la “laguna encantada" pierda su encanto, es crucial asignar responsabilidades claras.
Espero que mi hija tenga la oportunidad de apreciar esta maravilla de su país y entender la grandeza y la importancia de la naturaleza y de nuestro planeta.