El sentido profundo de la protesta social consiste
en haber opuesto al fantasma implacable del futuro la realidad espontánea del ahora.
(Octavio Paz)
Hace un poco más de 70 años unos monstruos falangistas de las élites de siempre se declararon la guerra para dirimir sus maquiavélicas posturas, robarse la tierra, saciar su avaricia y de paso decapitar más de 300 mil colombianos, todos conservadores y liberales pobres durante la época de la violencia partidista 1946- 1958.
Después de las matanzas las hienas se abrazaron y firmaron el pacto de la muerte para seguir asesinando en conciábulos macabros la inocencia de los humildes durante más de 16 años con el sofisma distractor azul y rojo que aún permea indolente en el Congreso de Colombia y se atraviesa en forma cínica, con otros engendros, a las reformas sociales y políticas porque lucha el presidente Gustavo Petro. Ha corrido desde entonces mucha sangre en esta nación filibustera de hacendatarios, banqueros, mafiosos y ladrones.
En Macondo el dinero fluye desmedido, alicorado, en la garganta de los desheredados que no leen como enunciara Eugenio Sue en sus históricos relatos. Entre tanto, Melquiades con sus cachivaches acude a conjurar el ruido ensordecedor de las cantinas y carruajes que circulan incontrolables en la pequeña ciudad ultramontana.
José Arcadio Buendía, esta vez, resolvió esquivar los desaciertos de los últimos gobernantes impuestos por los dioses del mercado y la mentira y permitir que siguiera todo igual para evitar el desborde y desatino o alguna conflagración en las calles maltrechas de la otrora nación de los pijaos. Flamantes camionetas y carruajes de última generación hacen el "quite" a huecos y calles y averías de la ciudad encantada que aún espera el resarcimiento de sus calles fantasmales por parte de políticos troleros.
En los días de la "fiesta grande" personajes discretos con mucho dinero pero escaso conocimiento de la realidad histórica de esta villa del desencanto y bellas cascadas desfilan con botellas de Whisky y aguardiente en mano para demostrar que están ahí con lo más fino y destacado de sus lavaderos y caballerizas, dispuestos a recibir el aplauso de los condenados de la tierra y expectantes hijos del pueblo y los sin nada que ad portas de las elecciones se apresuran a vender su voto a cualquier malandrín… como una humillación a su alma y una torpe degradación a su mísero abandono.