El 21 del pasado mes de febrero, el Fondo Monetario Internacional (FMI), en su visita periódica de control, anunció que la economía colombiana creció 3,3 % el año pasado, pero hizo recomendaciones como pedir que "vale la pena considerar una significativa reforma pensional" y llamó la atención sobre la persistencia del alto nivel de desempleo estructural e informalidad: "sigue siendo prioritario el esfuerzo para fomentar el empleo formal". Agregó que el pronóstico del crecimiento del Producto Interno Bruto –PIB– para 2020 sería de 3,4 %, que volverá a ser liderado por la demanda interna: “Se espera que la inmigración, las remesas y las condiciones monetarias y crediticias continúen sosteniendo la demanda privada interna”; el informe del organismo multilateral apunta además que “se ha proyectado que la inflación cierre el 2020 cerca de la meta del 3 %".
Es una costumbre que el FMI imponga esas condiciones a los países so pena de no acceder a los onerosísimos préstamos, una de las formas neocoloniales de saqueo, de tal manera que sus condiciones –o sea, sus órdenes– y sus pronósticos se volvieron paisajes cotidianos; pero entre ellos hay una aseveración que puede llamar la atención: es el reconocimiento –jamás autocrítica– de que el desempleo y la informalidad en Colombia son estructurales.
El desempleo estructural es la tasa de desempleo involuntario de carácter de largo plazo que no disminuye ni desaparece mediante medidas de demanda agregada expansiva. Karl Marx considera el desempleo estructural como “un rasgo permanente del sistema capitalista" hasta el punto de crear el concepto de Ejército industrial de reserva –desempleados e informales– para explicar que “el capitalismo necesita una reserva de mano de obra suficiente para garantizar unos costes salariales bajos y unas condiciones laborales deficientes". Bajo estos conceptos se entienden las medidas de flexibilización laboral y el recetario del FMI.
Colombia tiene los sectores agropecuario e industrial arrasados y lo poco que existe está "desnacionalizado"; solo crece en sectores financiero, extractivista, remesas de trabajadores en el exterior y las empresas de servicios. Las remesas en 2019 crecieron 7,1 % hasta los USD 6.773 millones, que con la devaluación, son $22,2 billones, superada por petróleos y derivados. Los hogares impulsan el crecimiento con base en el endeudamiento: Los desembolsos de los establecimientos de crédito en 2019 fueron $433,1 billones, 12,1 % más que en 2018. El desempleo en 2019 creció a 10,5 % y el subempleo aumentó en 643.100 puestos, llegando a 9.509.000 personas, el 42,6 % de los ocupados. La población ocupada cayó de 22.457.000 en 2018 a 22.287.000, perdiendo 170 mil empleos.
En la agricultura, ganadería, pesca, caza y silvicultura se bajó de 3.760.000 a 3.559.000, o sea, se perdieron 201 mil empleos, un -0,9 %; en la industria la caída fue de 2.700.000 a 2.628.000, esto es 72.000 puestos de trabajo menos, un -0,3 %; y en el transporte, almacenamiento y comunicaciones se pasó de 1.795.000 puestos a 1.754.000, es decir 42.000 menos, un -0,2 %; finalmente, en las actividades inmobiliarias, empresariales y de alquiler la ocupación pasó de 1.752.000 plazas a 1.673.000, esto es 79.000 plazas menos, un -0,4 %. Lo grave es que el FMI persiste en imponernos la misma receta fracasada. ¡Un ejército de desempleados e informales exige el cambio de modelo de desarrollo!