El descuido de Petro sobre el caso impune de Gloria Lara

El descuido de Petro sobre el caso del asesinato (aún impune) de Gloria Lara

Lara, directora de Asuntos Indígenas fue asesinada. Varios inculpados se exiliaron. Petro, compañero de uno de ellos, pide perdón a la familia, olvidando un detalle

Por: Víctor Rojas
junio 24, 2024
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El descuido de Petro sobre el caso del asesinato (aún impune) de Gloria Lara

Un día cualquiera de inicio de los años ochenta, llegó a la sede política del movimiento campesino en Bogotá, el guitarrista Enán Lora. Arribó bien vestido, bien alimentado y recién desempacado de bachiller. Venía de Montería.

Cargaba una maleta más pequeña que su guitarra. Era algo tímido y había llegado a la ciudad capital con el ánimo de estudiar leyes en la Universidad Nacional. En algún rincón de la casona que servía de sede política, tendió un colchón de paja y de almohada puso el sencillo estuche de su guitarra. La cobija la sacó de un arrume de mantas usadas que la Cruz Roja nos había obsequiado para que los delegados a La Conferencia Nacional Campesina del año 1979, no murieran de frío.

En sus primeros días capitalinos, Enán se alimentaba en un restaurante del barrio Santafé que ofrecía comida a precio muy bajo. Por esa época yo vivía en la sede política, porque no tenía con qué pagar arriendo. Yo desayunaba, almorzaba y comía gratis en el comedor de la Universidad Nacional.

Con el paso de los días, Enán y yo nos hicimos amigos a fuerza de vivir en el mismo lugar. En vano fue su primer intento de ingresar a la facultad de Derecho. En vista de que su dinero empezaba a menguar, me las ingenié para que los cocineros del restaurante universitario, a quienes yo les hacía las declaraciones de renta, lo dejaran pasar al comedor. Así solucionábamos el problema del hambre. El lío era cuando cerraban la universidad pues nos quedábamos sin donde comer.

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En vista de que yo era muy amigo de una estudiante de química, ella me invitaba a almorzar en la casa de sus padres. Ese era mi única comida al día. Y la de Enán quien también resultó siendo invitado. Bueno, él al menos agradecía con canciones, pues nunca abandonaba su guitarra.

Los miembros de la familia de la estudiante de química terminaron tarareando La lora proletaria del entonces desconocido Jorge Velosa y A desalambrar de Daniel Viglietti. A pesar de lo poco que comíamos, mi amigo guitarrista se mantenía en su peso.

De un día para otro, nuestro pequeño partido, llamado Democracia Popular, decidió ir a elecciones. Los dirigentes del campo pensaban que las luchas agrarias que habían librado unos años atrás, les repercutiría en una gran votación. Los pocos activistas de la ciudad nos conformaríamos con un concejal. Así fuera suplente. Ni lo uno ni lo otro resultó. Eso generó una crisis política en el seno del pequeño partido, que terminó dividiéndonos.

Enán Lora quedó en el lado de los perdedores del campo. Yo en el lado de los perdedores de la ciudad. Por esa época las peleas en el seno de la izquierda eran peores que las guerras entre sirios y troyanos. Unos contra otros nos dimos golpes y juramos nunca más volvernos a saludar. Para más señas, esos actos de ira y sectarismo sucedieron el primero de mayo de 1981.

Como sea, días más tarde, creó que Enán fue admitido en la facultad de Derecho. Si no, al menos pasaba la mayor parte del tiempo en la cafetería de la facultad. El caso es que un buen día, alguien me dice a hurtadillas que Enán Lora me está buscando para ajustar cuentas. Mi ímpetu juvenil no se hizo esperar.

Una mañana esperé a que Enán apareciera por los corrillos de la facultad. Al verlo lo conminé a que dejara su guitarra a un lado y dirimiéramos los desacuerdos como debía ser. Enán palideció, bajó la mirada y dijo que nada tenía contra mí que no fuera agradecimiento. Luego nos estrechamos las manos como un acto sincero de conciliación. Enseguida cada cual tomó su rumbo. No volví a saber nada de él.

A finales de 1982, los militares, que eran un poder político y violador de Derechos Humanos en Colombia, nos metieron en el mismo morral al acusarnos, con malvada premeditación, de haber sido los autores de la muerte de la señora Gloria Lara, Directora Nacional de Acción Comunal y Asuntos Indígenas durante el gobierno de Julio Cesar Turbay

Tras infame acusación tuve que esconderme y luego con ayuda de la buena suerte salir del país. Suecia me recibió en su cuota de refugiados políticos. Enfrentado a este nuevo mundo, de leñadores honestos que uno nunca sabe si están comiendo papas calientes al hablar, olvidé por completo al guitarrista Enán Lora.

Hasta el día en que una de las hijas de Gloria Lara publicó el libro La flor de la esperanza, con el único objetivo de señalar como culpables de la muerte de su mamá al grupo de personas que los militares habían declarado culpables a finales de 1982.

Entonces volví a recordar a Enán Lora, de quien también se referían con desprecio en el libro. A la sazón me causó curiosidad saber qué había pasado con él. En cortas llamadas telefónicas con los pocos amigos que me quedaban, me enteré que Enán se había alistado en el M-19 y que había caído en manos del tenebroso DAS que le había propinado una de las más horrendas muertes que se conozcan en Colombia. Ah, país de torturadores.

Hace un par de días mi amigo Miguel Ángel Vargas, también injustamente vinculado al caso Gloria Lara, me envió el video El Inolvidable Canto de Libertad donde Gustavo Petro de una manera muy sublime resalta la memoria de Enán Lora, con quien compartió en una de las células del M-19 que buscaba la paz. En el video Petro cuenta que él mismo recogió el cuerpo salvajemente torturado de Enán y lo envió a Ciénaga de Oro en Montería para que le dieran sepultura.

Lo curioso de todo esto es que el 22 de mayo del año en curso, el Estado colombiano en un acto público que fue trasmitido, tanto por radio como televisión, le pidió perdón a los familiares de Gloria Lara por haber dejado prescribir el caso sin llevar a la cárcel a quienes ellos, sin ninguna prueba, consideran culpables.

Es decir, a una veintena de personas inocentes, entre ellas a Enán Lora y a mí. El encargado de pedir perdón en nombre del gobierno fue el ministro de justicia Néstor Osuna. ¿Y cómo pide perdón el ministro? Ni nada más ni nada menos que promocionando el libro La flor de la esperanza en cuyas páginas, como ya lo señalé, la autora no ahorra esfuerzos en culpar a gente que nada tiene que ver con el cobarde crimen.

Me pregunto con qué cara se atreve Gustavo Petro a resaltar la memoria de Enán Lora si al mismo tiempo designa a su ministro para que lo vuelva a acusar de un crimen que ni el guitarrista ni ninguno de los acusados cometió.

Al señor ministro ni siquiera se le ocurrió decir que los inculpados por los militares, fueron declarados inocentes por la justicia ordinaria. Mucho menos tuvo palabras para señalar que hace dos años la Comisión de la Verdad en su informe final sustenta que la gente acusada es inocente y que todo se trata de un falso positivo judicial acompañado de torturas y desaparición forzada.

También se le olvidó recordar que el verdadero asesino de Gloria Lara se llama Iván Darío Murcia, jefe de una tenebrosa banda criminal que curiosamente tenía vínculos con las altas esferas del gobierno de esa época.

Además, este asesino, fue sentenciado y enviado a la cárcel Modelo, por otro secuestro que cometió, pero que por arte de magia escapó, con tres de sus secuaces, sin que aún se sepa su paradero.

Para nada mencionó el ministro que en este sonado caso hay nueve torturados quienes cuarenta y dos años después no han podido superar las secuelas del suplicio que les propinaron los militares en la brigada de Usaquén.

Asimismo, hay una mujer, que al parecer era amiga de Enán Lora, llamada Patricia Rivera, quien fue detenida y desaparecida con sus dos hijas pequeñas y un anciano que intentó ayudarla para que los militares no se la llevaran presa.

¿No cree usted, señor presidente, que en lugar de revictimizar a una veintena de inocentes, es hora de pedirles también perdón?

Usted sabe de nuestra inocencia y la de su copartidario, Enán Lora. Así lo ratificó en su discurso de visita oficial a Suecia al referirse a los hermanos Rivera Meza quienes “estaban exiliados porque los habían acusado falsamente del secuestro de una señora llamada Gloria Lara que al parecer la mató, secuestró, un familiar”.

Sin embargo, y sin medir consecuencias designó usted para pedir perdón a la familia de Gloria Lara a uno de sus ministros que, a mi parecer, no tuvo un comportamiento diferente al que tuvo el general Hernando Diaz-Sanmiguel y sus torturadores de la Brigada de Institutos Militares hace cuarenta y dos años.

Es decir, acusar a gente inocente. Vaya, descuido tan grande el suyo, señor presidente.


Víctor Rojas.
Gränna, Suecia, junio de 2024.

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