Nuestra racionalidad como seres humanos es suficiente para entendernos y vivir bien. Ya que si antes éramos los dueños del mundo por derecho divino y hasta el mismo hijo de Dios había muerto por nosotros, nuestra importancia objetiva viene decreciendo con cada siglo que pasa, pese a nuestra pretendida primacía óntica o del ser. Mostrando la misma modernidad, que solo somos unos antropoides, producto de la evolución como cualquier otra especie animal. Especie que lucha por sobrevivir en un universo hostil que intenta dominar, alejada de la antigua lógica teocentrista del Renacimiento (siglos XIV a XVI), en la que el hombre se aplaudía y se legitimaba a sí mismo como el fin absoluto de la creación, el centro de todas las cosas, el punto de partida para construirlo todo.
Lógica anterior que en algunas filosofías de la historia modernas (como la de Marx), el ser humano sigue teniendo un rol central, que gira en torno a su estabilidad y protección. Sin embargo, esa importancia objetiva de lo humano nunca resulta tan convincente, ya que no estamos efectivamente en el centro físico ni metafísico del universo. Lo que resulta en clara contraposición a la lógica estoica y bíblica, donde el universo había sido hecho para el hombre y donde, en efecto, se reconocía de esa manera nuestra importancia objetiva. Famoso reino del hombre, en el que tiene un "súbdito que no reconoce su legitimidad y su soberanía, y que es indiferente a sus pretensiones". Donde los males actuales son producidos por una supuesta primacía, de la que carecemos, siendo precisamente por esa razón nuestras sociedades actuales principalmente tecnológicas. Cometiendo a lo largo de los últimos cuatro siglos de desarrollo de la ciencia, el pecado de creer que solo a través del desarrollo tecnológico podríamos resolver todos los problemas de la humanidad.
Raíces históricas de nuestra crisis ecológica, en donde el judeocristianismo, al imponerse históricamente sobre el paganismo, estableció un dualismo entre el ser humano y la naturaleza que desacralizó el mundo. Despojándolo del sentido mistérico de tal manera, que allanó el camino para la explotación de la naturaleza, que ahora, por primera vez, dejaba de ser morada de espíritus, duendes y dioses, para ser solo "cosa". Quedando así el mundo "vaciado de presencias sagradas" o mágicas, y por ello la voracidad conquistadora del hombre ya no tuvo que detenerse ante nada. Ya que las cosas estarían ahí para ser puestas al servicio del ser humano, y esto con más razón, toda vez que, según el Génesis, "sería voluntad de Dios que el ser humano fuese en la creación dueño y señor de todo" (Lynn White Jr, 1967). Coincidiendo White con el pastor y teólogo protestante Halle Fritz Jahr, que en el año 1927 había publicado un artículo titulado "Bioética: una mirada sobre la relación ética de los hombres con los animales y las plantas", cuya idea era la de establecer un puente entre el mundo de los hechos científicos y el mundo de los valores humanos "para evitar llegar a una situación catastrófica para el futuro de la humanidad".
Desviación equivoca de la relación del ser humano, que no reconoce los derechos del planeta en que habitamos. Tales como el respeto integral de su existencia, el derecho de mantenimiento, el de regeneración de sus ciclos vitales, así como el derecho a su restauración y a la reparación del mal que hemos causado al resto de seres vivos que comparten la Tierra con nosotros. Puesto que las normas ambientales son las que menos cumplimiento en el mundo tienen, entre otras razones por la falta de decisión política de los Estados para hacerlas cumplir o por la prevalencia de privilegios económicos. A lo que el Papa Francisco afirmaque "ha habido un error de interpretación bíblica", aclarando que "el antropocentrismo despótico propio de la modernidad, debe ser superado por la idea de una ecología integral que considere a nuestro planeta como una casa común que debe ser cuidada y que tome en cuenta todas las posibles relaciones que establecen los seres vivos con los entornos físicos y sociales".
Crítica severa a nuestra actitud depredadora y consumista, "al compromiso moral que debemos tener con el cuidado de la creación" y la necesidad de una nueva conciencia ecológica como punto de referencia inexcusable para pensar los temas educativos y éticos del mundo contemporáneo. Cuyos problemas comunes, van más allá de posiciones políticas, prácticas culturales o creencias religiosas, en las que todos los habitantes del planeta debemos hoy tener una seria preocupación sobre cuál será la tierra que heredaran las futuras generaciones. Puesto que bajo el régimen del antropocentrismo han nacido normas, corrientes ideológicas y posturas políticas, mediante las cuales se manipula el medio ambiente hasta el punto de destrozarlo, sin reparar en que el pronóstico científico señala que llegaremos a un punto en el que ya no habrá retorno ni camino hacia ningún lugar.
Raíz humana de la crisis ecológica, que detrás del deterioro medioambiental manifestado en una tierra enferma "en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes", tiene causas de origen antropogénico que la convierten en una cuestión moral. Concluyendo el Papa Francisco, en su encíclica Laudato si de mayo de 2015: "No somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que si a nuestro paso dejamos que queden signos de destrucción y de muerte afectaremos nuestra vida y la de las futuras generaciones. Pues la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación". Paradigma de dominio de la Tierra, que requiere ser sustituido de forma radical por un nuevo paradigma: el del cuidado. Que es lo que realmente nos enseña la narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz [...].
Relato bíblico muy antiguo, pero cargado de profundo simbolismo, en el que ya estaba contenida una convicción actual: "todo en este mundo está relacionado, y el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza, es inseparable de la fraternidad, la justicia y el respeto para con los demás". Tipo de relación que debemos tener con todo lo que amamos, el lugar que habitamos y, en general, con cada una de nuestras acciones y con todo aquello que otorga sentido a la vida. Tal como lo manifiesta la carta dirigida en 1855 por el Gran Jefe Indio Seattle (de la tribu de los Swamish) a Franklin Pierce, entonces presidente de los Estados Unidos: “La Tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la Tierra. No fue el hombre el que tejió la trama de la vida, él es solo un hilo de la misma. Todo cuanto haga con la trama se lo hará a sí mismo”.