“La porquería del centro”. En lo personal, me parecía que mis alumnos exageraban con describir o referirse así al centro de Ibagué un día sábado. Es más, los corregía, les llamaba la atención, les pedía moderar el lenguaje.
Lo anterior hasta que en día dada su insistencia y su descripción de lo que era llegar en transporte público, particular o en cicla allí, así como tratar de transitar por algunos de sus andenes sin tropezar, tener que bajarse a la calle, frenar, agachar la cabeza para pasar, decidí acoger su idea de que hiciéramos un recorrido educativo.
Una especie de vivencia pedagógica sobre terreno para constatar que tal caos ni porquería existía como yo lo creía o que efectivamente sí, como ellos aseguraban.
Pues bien, durante dos sábados hicimos la tarea. Llegar al centro después de las 9 de la mañana, se convirtió en toda una odisea, pues el trancón desde la calle 18 con primera es monumental. (se mueve más un balín en un tarro de arequipe, decían ellos). Lo mismo el taco que se forma desde la calle 19 hasta la calle 15 por la carrera Tercera. Por la Quinta, tampoco salió bien el experimento de llegada. Los únicos que lo lograron medianamente rápido fueron los que se desplazaron en bicicleta, pues la tarea era llegar a la 12 con Tercera, desde cerca a la Universidad del Tolima.
Una vez superado el ingreso al centro, donde pitos, estrés, bullicio extremo son el factor común. Decidimos dejar los vehículos (motos, particular, buseta y ciclas) según nos habíamos dividido para comenzar a caminarlo.
El trancón desde la carrera Primera a la 5 por la calles 17, 16, 15, 14, 13 y 12 es en buena medida por la falta de espacio para circular, pero también por la poca presencia de los llamados azules. A esa hora estaban pelechando sobre la paralela del Jordán con la grúa, según nos informaron, mientras la ciudad se infarta en el centro. Bonito así, ser la cuota burocrática del mandatario de turno, ganarse la platica con el menor esfuerzo posible y sobre todo no estar donde se les necesita de manera efectiva.
Retornemos al espacio. Pues sí, es cierto, caminar por los andenes de las carreras o las calles desde la 11 hasta la 17, entre la carrera 4 hasta la Primera, es un acto heroico. Uno, porque no hay literalmente por dónde; dos, porque es como una travesía de obstáculos de todo tipo no solo por los elementos que uno tropieza, sino por evitar ser arrollado por un carro, chocado por una moto, empujado por alguien más que lucha por desplazarse entre ese tumulto, esquivando vendedores y tratando de que sus pertenencias no cambien de mano por efecto de la montonera.
No vamos a decir que caminarlo así, de esa forma, prestando atención, sintiendo, percibiendo el entorno, con una mirada distinta, agudeza visual, auditiva, olfativa, sea traumático ni mucho menos, pero sí es algo esquizofrénico, la verdad. Lo único que uno nota en el espacio público del centro de Ibagué es que no hay espacios ni son públicos. Esa gran galería a cielo abierto y cacharrería monumental que funciona sobre las calles y avenidas es como un enorme Hidra de Lerna que todo lo atraganta a su paso.
Nadie puede criticar que la gente se rebusque el plato de comida para su familia y mucho menos con una tragedia como la que vivimos de un desempleo del 16 por ciento, al cual nos llevó la pelea de ego del alcalde actual con el sector privado y la falta de visión y planeación, sumado a la precarias condiciones en que Luis H. y sus abogados ladrones dejaron a Ibagué en el periodo anterior, pero lo cierto es que ese remolino enorme de caos, desorden, contaminación, inseguridad en que se está tornando el centro necesita un alto, antes de que haga metástasis y se extienda a otras parte de la ciudad.