El consumo creciente de energía permitió el ascenso del hombre a tal punto que lo separó de la animalidad. El fuego, y por ende la cocción de los alimentos, cambió radicalmente su cerebro y su vida. El remolque animal y las energías eólicas e hidráulicas catapultaron la agricultura, los combustibles fósiles dieron paso a la industrialización y transformaron radicalmente el movimiento de productos y personas. El uso de la electricidad reprodujo por millares las aplicaciones de la energía, abriendo paso a las TIC.
El modelo actual de desarrollo basado en el consumo de hidrocarburos, que ya se acaban, atenta contra la sostenibilidad del planeta. Además, los efectos tan potencialmente beneficiosos del acceso a la energía para el desarrollo de la humanidad no están repercutiendo homogéneamente en beneficio de todos los seres humanos. Hoy por hoy son tres las problemáticas asociadas al consumo de energías: la contaminación, el agotamiento de las fuentes o recursos y el reparto desigual. El caso más patético y absurdo lo representa La Guajira.
La energía se produce y transporta a gran escala en nuestro territorio y su consumo se concentra en solo una parte de la población. La Guajira es la zona del país que mayor recurso energético alberga al tener las mayores riquezas de gas y carbón. Y aunque el desarrollo progresivo de nuestra especie se ha sustentado en el uso de la energía y particularmente de la electricidad, el consumo energético de los wayuus en su territorio ancestral es muy similar al del hombre primitivo.
El consumo de electricidad per cápita de la población en los hogares está intrínsecamente relacionado con el desarrollo de los países y regiones. Al mantenerse la mayor parte de la población wayúu en la oscuridad absoluta, su desarrollo como seres humanos está gravemente afectado. Son inmensos los consumos de electricidad en los estratos altos de las ciudades. Quizás el más alto en toda La Guajira se dé en el campamento de la Mina en Cerrejón. En Maracaibo, a pesar de sus actuales condiciones, las casas tienen aire acondicionado hasta en la sala.
Una vida sin electricidad no es vida. ¿Cómo es posible que hayamos condenado a la mayor parte de la población, los verdaderos dueños del territorio, a la pobreza extrema? No contar con posibilidades decorosas de consumo de energía limita el acceso a la alimentación, vivienda, agua, educación y transporte. Tampoco las fortunas generadas en regalías por la explotación de esos recursos minero-energéticos se usaron para esas variables, a las cuales estaban preestablecidas. Allí la clase política se raja dos veces: malversar el erario y abandonar a su suerte a los wayúus.
Ya es preocupación en algunos sectores la descarbonización y desgasificación de la economía de La Guajira en los próximos años. La esperanza la representa los ocho proyectos en marcha y once que están en espera para producir energías limpias. El ministro de Medio Ambiente, Luis Guillermo Murillo y la UPME han caracterizado al departamento como el de mayor potencial en Colombia para este propósito. Este tipo de proyectos no genera las grandes cantidades de regalías, cosa que preocupa a nuestra clase política ávida de recursos para mantenerse en el poder.
Ellos no han visualizado que estas nuevas tecnologías representan la oportunidad de reivindicar a la etnia wayúu. A ninguna empresa le resulta rentable llevar redes eléctricas a las comunidades dispersas en extrema pobreza. Su única opción es el abaratamiento de estos procesos solares y eólicos. Allí en la Ata Guajira converge el mayor potencial solar, eólico y una gran necesidad de desalinización de agua. Son estas energías alternativas las que permitirán que la etnia wayúu se inserte al siglo XXI y no se extinga.