Hasta la tarde de diciembre del 2007 cuando se estrelló en su camioneta contra el peaje que hay en la carretera Mazatlán-Culiacán, Rubén Aguirre vivía de la actuación. El profesor Jirafales, el personaje que interpretó en El chavo del ocho, le representó fama y fortuna. Gracias a él pudo montar un circo que llevaba su nombre y protagonizar diversos seriados de televisión. Pero en ese domingo su vida cambiaría para siempre. Después de recuperar la consciencia y constatar que el dolor punzante que sentía en el muslo era producto de la fractura que había sufrido en el fémur, pudo ver, entre los hierros retorcidos de la camioneta, a Consuelo Reyes, su esposa que viajaba con él ese día, privada del golpe. Los llevaron de urgencia al hospital, Aguirre fue dado de alta a los pocos días, pero Consuelo no tuvo tanta suerte: su pierna había sido apuntada por las múltiples fracturas que sufrió.
Después de pagar las cuentas del hospital y saber cuánto iba a costar la rehabilitación de su esposa, Rubén Aguirre comprobó que había quedado en la ruina. Para colmo la diabetes que lo venía molestando desde tiempo atrás empezó a agudizársele. A ella se le sumó un intenso dolor de espalda que siempre había cargado producto del metro noventa y cinco que mide. A los setenta y cinco años, después de haber desafiado a los toros más feroces de México, de haber volado aviones en medio de tormentas, de haber participado en quince películas y de llevar con aplomo un circo, el Profesor Jirafales tenía miedo.
Ruben Aguirre en sus díaz en la serie Chespirito
Ocho años después el panorama para él sigue siendo oscuro. Ha perdido la movilidad en las piernas y, reducido a una silla de ruedas, su único consuelo es fumarse uno de sus incontables puros mientras contempla los coloridos atardeceres de Puerto Vallarta en el rincón de la casa de un primo en donde vive desde que perdió la suya. A pesar de que la serie que protagonizó junto a Florinda Mesa, Édgar Vivar y Roberto Gómes Bolaños ha sido doblada a cincuenta idiomas y en China los niños repiten sonrientes su onomatopéyico regaño de '¡Ta-Ta-Ta!', el profesor Jirafales ha sido olvidado por la asociación mexicana de actores.
Los ahorros se han esfumado en terapias y viejas deudas. Ahora que su vesícula amenaza con estallársele, no tiene los diez mil dólares que vale su operación. En el hospital, a donde ha intentado entrar por caridad, no lo reciben sin una garantía de pago. Su hija ha pedido ayuda en vano, pero nadie parece escucharlos. Después de usted, su autobiografía publicada en noviembre del año pasado y en donde cuenta las razones de su distanciamiento con María Antonieta de las Nieves y Carlos Villagrán, ha sido un fracaso en ventas. Por las dolencias y la incapacidad de caminar le han obligado a un retiro forzoso. El único camino que debe tomar para seguir viviendo a sus 81 años es el de apelar a la caridad.
Mientras tanto en los televisores del mundo su sombrero, su puro y la mirada de enamorado que le despierta doña Florinda, seguirán despertando las sonrisas de nuevas generaciones que ignoran su pobreza, que ni siquiera saben su verdadero nombre.
