Somos espectadores “privilegiados” de un momento histórico sin igual, en el que confluyen distintos factores en la configuración de nuevas formas posibles de sociedad, distinta a la opresora y unidimensional que se venía trazando por las grandes corporaciones y gobiernos, y con ello, a marcar un nuevo rumbo para la vida en el planeta, no solo para la especie humana, sino para todo el conjunto de los seres vivientes que en él habitan; si bien se había anunciado desde finales del año 2019 una crisis económica a nivel global, que desembocaría probablemente en una recesión mucho más aguda que la de los año treinta del siglo pasado, y ante lo cual los poderes hegemónicos se estarían planteando las estrategias correspondientes que les permitiera superarla sin tener que hacer mayores sacrificios, lo cierto es que la pandemia del COVID-19 ha llevado la situación a unos extremos insospechados, hasta parar la gran maquinaria de producción y depredación de recursos, y con ello, a desestimular ese hiperconsumo característico de esta era del vacío, tal como llamara Guilles Lipovetsky a esta época dominada por el hedonismo del ser humano.
A la par de estos acontecimientos se fue agudizando la crisis de hegemonía que a nivel mundial venía ejerciendo los Estado Unidos, ante el ascenso de la República Popular China como nueva potencia económica y comercial, el reposicionamiento de la Federación Rusia como actor político capaz de generar aliados comerciales en este extremo del planeta, y la desestabilización generada por una guerra por el dominio sobre el petróleo, que se intensificó con presiones cada vez más fuertes a países como Venezuela e Irán, un manejo arbitrario de la política monetaria que afecta la capacidad adquisitiva principalmente en los países tradicionalmente marginados del poder mundial, la concientización ecológica y medioambiental creciente a la cual es renuente el gobierno de los Estados Unidos por su vocación petrolera y consumista, una creciente y descomunal fuerza militar que agota el presupuesto y los recursos de la nación, en fin, la concurrencia de incontables factores que le han llevado a librar pulsos de fuerza que le debilitan cada vez más.
Pero los nuevos ingredientes que han llevado a tambalear aún más al imperio, ya que afectan la gobernabilidad y credibilidad en las instituciones, (aunque también en la sensatez del pueblo mismo al momento de escoger sus gobernantes), tienen que ver, por un lado, con la forma en que el señor Donald Trump, ha tratado el problema de la pandemia por COVID-19, la cual negaría inicialmente, para después, ante lo evidente, desestimar sus alcances (del cual diría que dejaría entre 50.000 y 60.000 muertos, y ya va por casi 120.000), pasando por la estupidez de sugerir el consumo de desinfectante para prevenir o curar el contagio del virus, y negar la necesidad del confinamiento preventivo, etc., en fin, toda una descomunal torpeza que inclusive ha llevado a muchos a pensar que estamos ante un genocidio en el acto. La situación sería salvada en parte por las decisiones que adoptaron de manera independiente los mandatarios locales, es decir, alcaldes y gobernadores.
Por otro lado, tenemos el racismo estructural que el propio mandatario estadounidense ha venido alimentando y estimulando entre los sectores más radicales de la población, pero principalmente en el personal de Policía que, después de una cadena de abusos y tratos humillantes hacía la población afrodescendiente (y latina, entre otras) llegó a su punto más crítico con el asesinato, frente a múltiples cámaras de celulares que grababan, del ciudadano George Floyd, desatando multitudinarias manifestaciones de rechazo y de violencia a lo largo del país, con subsiguientes y similares expresiones de rechazo en países de diferentes continentes. Si bien las causas de un Martin Luther King, un Malcom X, o unas Panteras negras, llevaron al reconocimiento de los derechos civiles y políticos para la comunidad negra de Estados Unidos, lo cierto es que el racismo siempre permaneció allí presente, manifestándose aquí o allá, de manera expresa o soterrada, pero intensificándose en los últimos años gracias a un gobernante que representa la antítesis de esa sociedad liberal y democrática que se dice ser la norteamericana.
La historia de la humanidad da cuenta de innumerables imperios que, llegado el momento, fueron decayendo por la convergencia y cúmulo de acontecimientos y circunstancias, muchas veces imperceptibles para el propio imperio (el poder enceguece) que, impulsado y liderado por hombres y mujeres excepcionales, fue dando forma a nuevos procesos y realidades, con capacidad de destruir y transformar las bases de la cultura dominante.
Es probable que estemos presenciando, como en el episodio final de El club de la pelea, la implosión de un imperio que no supo respetar la libre autodeterminación de los pueblos, que desafió la voluntad dominante a nivel mundial de reconciliarnos con el medio ambiente haciendo un uso racional de los recursos naturales de los que disponemos, que por su prepotencia creó el más grande ejército jamás visto, con la mayor y más avanzada tecnología a costas de inmensos capitales que le hace insostenible, que menospreció el poder de la naturaleza y a la par, no supo reconciliar a sus habitantes, enseñándoles que solo existe una raza, y esa es la raza humana, que tiene por primos cuanta especie animal habita entre nosotros.