El derecho a opinar, un mismo derecho que puede servir como condena

El derecho a opinar, un mismo derecho que puede servir como condena

La opción de decir "algo"

Por: Juan Pablo Valderrama Pino
enero 09, 2015
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El derecho a opinar, un mismo derecho que puede servir como condena
Imagen Nota Ciudadana

Las ideas son las que, en últimas, manipulan o influencian las épocas, la realidad, o como queramos llamarle a este constante explotar de momentos en los que –orgiásticamente– nos unimos como especie, como cultura, como animales, como intelectuales, o como sea que nos definamos.

Algunos piensan en el mal, otros en el bien (algunos ni en lo uno ni en lo otro); unos piensan en cómo pueden encontrar distintas formas de seguir dominando el mercado sin importar las consecuencias mientras que otros están pensando en defender el ecosistema con sus propias vidas.
Las ideas nos mueven, nos convierten en asesinos o pacificadores, en políticos o críticos, en escritores o cantantes, en religiosos o fanáticos.

Siempre hay un ideal. Por muy oscuro y terrible que nos quieran dibujar el paisaje, siempre hay alguno (considerado el bobo) que se le ocurre la extraña idea de que las cosas pueden cambiar: ¡Peor aún! ¡Qué él puede cambiarlas!

“¿Cómo? –le preguntará su interlocutor.”
“Escribiendo, dando mi opinión, haciendo caricaturas, tomando fotos, diciendo las cosas como deben ser. –responde el ingenuo idealista.”
“¿Acaso no sabes que por pensar así lo matan a uno?”

… silencio en la escena…

Que a uno lo maten por decir (mostrar) lo que piensa no es nuevo, ya ni siquiera es sorpresa, pero sigue siendo repulsivo y humillante. Es como ver insectos (teniendo en cuenta que la gran mayoría de personas le tienen asco a estos seres) invadiendo el hogar.

A veces no sé si es que me preocupo mucho o si no sé enfocar mi pensamiento. Quisiera decir tantas cosas, opinar aquí y allá, criticar y proponer. Pero al final todo se aglomera hasta el punto que no puedo distinguir una cosa de la otra, todo da igual, todo pierde sentido e importancia y siento que no tengo nada interesante que decir. Sin embargo, dirá el idealista, no da igual: ahí entre tanta oscuridad y cansancio, entre la repetición utópica de que las cosas pueden cambiar y la constante decepción de la realidad violenta y deprimente, se han logrado cambios.

Gozamos de un supuesto derecho llamado la libre expresión (cosa que muchos no comprenden y usan de mala manera), pero ese mismo derecho puede servir como condena. Evidentemente se han logrado cambios, por eso algunos seguimos escribiendo, aprendiendo de cada publicación, de cada controversia, de cada problema. Creemos (al menos en mi caso) que lo que tenemos que decir es importante, que merece ser leído y reflexionado.

Soy como aquel idealista que piensa que escribiendo cualquier cosa podrá lograr un “algo” en “alguien”. Inspirar a algunos, hacer sentir mal a otros, unificar por un lado y separar por otro.
Últimamente he estado viendo cómo suceden cosas desagradables por decir lo que uno piensa en calidad de escritor, cronista, bloguero o periodista, o como decidan llamarme: Desde perder empleos hasta la vida: todo esto puede ocurrir por expresar lo que uno piensa siempre y cuando exista alguien en contra (alguien a quien hacerle oposición), alguien dispuesto a joderlo a uno para demostrar cierta superioridad a través de los actos bélicos.

Pero esos actos bélicos son los que nos inspiran a pensar la vida y llenarnos de cojones para hacer “algo” que exprese la indignación o la inconformidad.

Tal vez Lévinas tenga razón al afirmar que el ser puro se da en la guerra.

La guerra, la muerte, los atentados, el terrorismo: La Amenaza.

Tal cosa, tal espanto es lo único que nos deja mudos, que nos quita el aliento, es lo que nos mata algunas ideas pero refuerza otras.

El terror a la muerte, al asesinato, al rapto, es lo que nos lleva diariamente a articular discursos sobre la paz (en el caso contrario: a responder vengativamente), sobre la hermandad, el perdón: nos unimos en pacto de paz para poner –fin– al conflicto… pero el conflicto continúa (por otros medios).

Esto que digo no es nuevo, ¿qué puedo decir yo de nuevo? Estas cosas ya la han dicho filósofos y expertos, pero no todo el mundo lo sabe, o a veces se nos olvida.

Vivimos con miedo, la muerte es latente, pero entre todas las opciones posibles, decir algo siempre será la mejor, aunque nos claven un tiro en la cabeza.

Nunca pediré un absurdo minuto de silencio por periodistas, escritores, artistas, críticos, asesinados como aconteció recientemente con los caricaturistas en París; por el contrario, espero que recordemos esos casos por siempre: silencio es todo lo contrario a lo que personas como ellos mostraron en sus obras.

@jpsuspension

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