Soy una usuaria poco frecuente del sistema Transmilenio. Debe ser por eso que muchas acciones que ocurren en este medio de transporte me asombran tanto. Por ejemplo, no entiendo por qué si los estudiantes reciben clases sentados, tienen que hacer lo que sea para asegurarse un puesto en este sistema. Incluso son capaces de pasar por encima de una anciana para lograrlo. Las sillas azules en casi todas las rutas son para viejos de 16 a 22 años, mientras el pobre adulto mayor cabecea y casi cae encima del ensimismado afortunado que tiene la oportunidad de ir dizque a educarse en una universidad privada, en la que le enseñan no sé qué cuántas cosas importantes. Lo digo porque este hecho lo noto de manera muy enfática en las estaciones que corresponden a universidades y centros educativos, en especial en las rutas que viajan para el norte. Es una lástima que todas las cosas seguramente muy importantes que enseñan en las universidades nada tengan que ver con lo esencial, es decir con el respeto a las normas y a los demás, a la consideración, al ponerse en el lugar del otro. Nos hallamos ante un joven indolente, grosero, perezoso. Algunas niñas seudosensibles hacen cara de fastidio y otras de falso dolor cuando un anciano desvalido casi se les cae encima porque no puede sostenerse bien con su bastón, muchos jóvenes vestidos de manera costosa y desenfadada, con celulares de última generación, que creen que nunca llegaran a viejos, sin percatarse de lo rápido que pasa la vida, se hacen a los dormidos o a los distraídos para pasar por encima del derecho de quienes han vivido más y que en sociedades mejores son dignos de respeto y consideración. Esto no debería ser sino un caso fortuito, una anécdota vergonzosa, pero lo grave es que es el retrato del diario acontecer. Es increíble que la niña gomela, sin el menor sentido de la delicadeza, se siente en la silla azul, se dedique a contestar correos, eso sí con esas frases contundentes, llenas de sentido como ja, ja, guauuu, ke…. Komo…, mientras la señora embarazada lucha por no caer o por lo menos para que no le lastimen su barriga. Esto da mucho de qué pensar, pues estas son las pocas personas que en el país tienen la oportunidad de educarse, supuestamente para ser mejores, y quienes seguramente serán los futuros gobernantes de esta patria tan necesitada de sensibilidad, bondad y valores positivos. Esta abulia y esta pereza también se reflejan en estudiantes que pagan por un trabajo, por una tesis y finalmente por un título, quienes finalmente seguramente van a trampear para conseguir un trabajo y cuando lo consigan serán malos funcionarios, conchudos, oportunistas, timadores del presupuesto ajeno…. Bien se podría inferir que quienes actúan así en pequeñas cosas, seguramente en las grandes también tendrán deplorables actitudes. Y es que aquí ya no nos asombramos de lo chico ni de lo grande, la indolencia nos ha llevado a que no nos importe mucho que se queme a los indigentes, que en el intento por robar una bicicleta o un celular se corte la vida de una persona, que durante las celebraciones del día de la madre se eleven de modo ostensible las acciones violentas. Este microcosmos es el reflejo de una sociedad que necesita revisar sus actitudes y sus valores si quiere algún día salir del atraso mental y del subdesarrollo económico y social.
El derecho a la silla
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.