El derecho a la imaginación
Opinión

El derecho a la imaginación

Reducir la imaginación de los niños a los contenidos creativos ofrecidos en distintas plataformas es como encerrar todo un universo en una caja de zapatos

Por:
mayo 17, 2020
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Tengo 38 años y aún no he conocido -personalmente- a Mickey Mouse. El célebre amigo de los niños, de voz chillona, vestido de etiqueta y pantalones rojos, jamás fue uno de mis favoritos. Aunque no podría estar seguro, ese desprendimiento por este tipo de personajes se debió a la controversial decisión de mi padre de no comprar un televisor para entretenernos. Supongo, de nuevo, que mi viejo temía que la propaganda imperialista yankee nos dañara para siempre y nos alejara de las ideas que tanto cultivó en su juventud. No obstante, mi madre  -que siempre estuvo -y ha estado ahí- para recomponer la decisiones afiebradas de mi papá, supo (a pesar de contar con apenas veinte años) que si no iba a haber televisor en la casa, al menos deberíamos tener largas jornadas en las que ella leía o inventaba cuentos: nosotros, anclados de nuestros chupos y teteros, oíamos con atención su cálida voz de niña que -también- jugaba a ser madre. Eramos sus muñecos, siempre repite. Esos días, los recordamos mis hermanos y yo, como los días en que empezamos a descubrir ese mundo en el que viviríamos y nos refugiaríamos a lo largo de nuestras vidas adultas: la vasta, independiente y reconfortante imaginación.

Posiblemente una de las preocupaciones más auténticas que se ciernen sobre estos días extraños, es el encierro de los niños. Muchos expertos han enumerado los efectos adversos que podría traerles la prohibición o limitación de su salida a la calle. No obstante, tomando un poco de distancia, podría decirse que estas semanas de confinamiento han obligado a que padres e hijos se conozcan aún más; se sepan medir  y comprender y, por efecto, se puedan mirar a sus ojos desde una relación más genuina y verdadera. Siendo optimista, esto podría implicar un cambio transversal en la sociedad, si se aprovechara para recupera la proximidad perdida en las familias, causada ya sea por las exigencias laborales o por la descuidada inclinación de los menores a los contenidos ofrecidos en celulares, tabletas y televisión por suscripción o demanda.

Los hábitos actuales de los niños y su relación -muchas veces excesiva- con la tecnología puede tener una consecuencia peligrosa y delicada para su presente y  su porvenir. Reducir la imaginación del menor a los contenidos creativos ofrecidos en distintas plataformas es como encerrar todo un universo en una caja de zapatos. No han sido pocos los autores, empezando por el genial Gianni Rodari, que han explicado cómo la capacidad imaginativa de los niños puede ser una alternativa y estrategia satisfactoria y útil para comprender el mundo y a sus semejantes y, para aprender a sobrellevar el oneroso peso de la realidad.

Bastaría que los padres, a sabiendas de ese poder y esplendor que habita las mentes infantiles, promuevan su exuberancia y complejidad, haciendo uso de esa invención que jamás se hará obsoleta: el cuento.

Cuando un hijo escucha un relato contado por sus papás, en primer lugar se siente seguro al oír la voz de su madre o de su padre, y esta seguridad se ve reflejada en su autoestima, pero además, se abre la posibilidad para que ambos emprendan juntos un viaje emocional -como afirmaba el profesor Robert Mckee, gran teórico de las mecánicas narrativas- que los puede llevar a la comprensión de temas o conversaciones que sin el relato pueden rebasar la capacidad del menor.

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La inevitabilidad de la muerte, la angustia de la enfermedad y la desesperación del encierro obligatorio,  están ingresando a las esferas infantiles pueden ser traumáticos para los niños

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Hoy por hoy la inevitabilidad de la muerte, la angustia que trae la enfermedad y la desesperación que acarrea el encierro obligatorio,  son temas que sin duda están ingresando a las esferas infantiles y que pueden ser chocantes -y hasta traumáticos- para los niños, al no contar con las herramientas para comprender dichos conceptos de una forma adecuada. En ese sentido, la capacidad fantasiosa de padres e hijos puede construir escenarios funcionales para preparar a los menores respecto a esa realidad inexorable; juntos inventando territorios y héroes pueden acercarse y observar  el mundo que los rodea.

Y por si fuera poco, es posible que los niños mejoren su capacidad para relacionarse con los otros, al ser parte activa e integral de los cuentos que inventan con sus padres. Al desarrollar su talento innato de imaginar,  se incrementa su disposición para entender a los demás y sus realidades. Tener la posibilidad de concebir al prójimo a partir de ejercicios imaginativos podría acarrear que el niño dé inicio a la personificación de la empatía. La cosecha emocional de nuestros días y la mejor moraleja para cualquier fábula o relato.

Aunque sería injusto someter a los padres a otra obligación más en estos días de horas escasas, vale le pena que en su intento de sacar algo de provecho de toda esta situación, inicien ejercicios creativos con sus hijos, bajo la consigna de que la mejor historia es la que nos lleva al lugar que queremos estar, que para un niño no es otro que el afecto sincero de sus papás.

No le faltaba razón a mi viejo, Mickey Mouse jamás me hizo falta.

 

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