Para desnudar los alcances y las intenciones de una persona, denle un poco de poder y van a notar como lo aturde, en especial a aquellos con una estructura mental limitada.
Hoy en día ven el poder como un desvare, usan la función pública como un fin y no como un medio; en esencia los cargos públicos deben ser un medio para servir y procurar el bien del otro, no como el alimento del que se nutre su egolatría.
La historia está infestada de casos donde se ha llegado al delirio y la locura por el poder mal enfocado. Dicen que Caligula nombró cónsul a su caballo Incitatus y dormía en el palacio junto a él; depronto hoy ya no se nombran los equinos en estricto sentido, pero no es difícil ver funcionarios con las mismas limitaciones del célebre Incitatus.
Cuando a García Márquez le pidieron que escribiera sobre un tirano colombiano no dudó en hacerlo sobre Tomas Cipriano de Mosquera; el gobernante nuestro que no dudaba en vestirse como el Rey de Francia, el que expulsó a los jesuitas y se interpuso en el plan dictatorial de Bolívar; al final de sus días loco y alcohólico andaba con un sable persiguiendo en la calle a los niños que de él se burlaban.
Hay que entender la transitoriedad del poder y a partir de esa comprensión autoevaluarnos; puede ser que más temprano que tarde pasemos a la historia no precisamente por la gestión sino por la excentricidad y en algunos casos por transitar por el lindero que divide la necedad y la locura.