Para algunos el uribismo es una doctrina política, aunque hasta el momento no tenga un compendió de trabajos académicos que hablen seriamente de él. Sin embargo, eso no impide que sus seguidores se aferren a sus ideas y las promuevan –casi igual a la vacuna que hoy se roba las tapas de los diarios– como la salvación inmediata de la patria. Por eso, ante la falta de figuras políticas en el Centro Democrático, el partido que recoge todos sus postulados paqueteros, se propone que Tomás Uribe, el hijo mayor del expresidente Álvaro Uribe Vélez, sea el candidato de la colectividad para hacerle frente a los nombres que desde hace rato vienen sonando. Amanecerá y veremos, dijo un ciego y se quedó viendo un chispero, porque realmente la gente está muy cansada de la doctrina de la “mano firme, corazón grande”.
Es que el uribismo es tan necio que no ha interpretado lo que realmente quiere el país. Sin embargo, sus seguidores, como por ejemplo el controversial litigante Abelardo de la Espriella, promueven, en cuanto medio le dan pantalla, a Tomás Uribe como la continuación de su tristemente célebre progenitor. Tal postulación está argumentada en la genética del joven delfín, en el conocimiento que tiene el muchacho de los ideales uribistas y en el talento empresarial que lo ha hecho millonario. Será que el potrillo del Ubérrimo, como lo ha bautizado recientemente de la Espriella, cumple con una de las máximas de Winston Churchill, cuando sabiamente dijo que: “el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”. Creo que no, porque Tomás nunca ha sido político.
Ahora bien, nadie duda que sea un empresario exitoso. Pero recuerde, amigo lector, que su riqueza la amasó cuando el padre era presidente, contando con las maniobras necesarias para sacar partido de un país en donde el nepotismo y la rosca significan la misma vaina. La compra de algunas zonas francas, el negocio de la chatarra y cuanto chanchullo lo salpica a él y a su hermano menor son simplemente el resultado de la injerencia de un progenitor que desea que su descendencia haga parte de la élite que en doscientos años ha gobernado a este pueblo bananero. Si este es el hombre que el uribismo promueve para derrotar a Petro y a Fajardo, que de paso tampoco tienen nada asegurado, pues déjenme decirle que eso es más de lo mismo, y lo que se quiere es cambiar la triste realidad que nos ofrece Duque, otro uribista que supuestamente era la salvación de los colombianos.
Solamente sé que el 2022 va a estar para alquilar balcón: o se mantiene la derecha o de una vez por toda la izquierda llega a la presidencia, acuñando cuanto rotulo se invente para esconder sus verdaderos propósitos. Soy de los que cree que este país lo que necesita es trabajo, estudio, progreso, los ideales que han hecho grande a las naciones que han florecido pese a sus penurias. También soy de los que cree que los gobiernos hereditarios, como el que se quiere imponer con el delfín uribista, lo único que hacen es imponer sociedades cuasi feudales, con el fin de aumentar la brecha entre ricos y pobres. Igualmente, considero que los gobiernos populistas fomentan el atraso y, aunque lo nieguen, son un caldo de cultivo para la corrupción. Lo que se necesita es un gobernante que visualice muy bien el presente siglo –que desde hace rato empezó a correr –, y lamentablemente por el momento no lo veo en esta patria boba.