Los medios de comunicación parecen seguir ganando la batalla que les impone su misión, una batalla que pretende castrar cualquier idea que difiera a los intereses de los poderosos de turno y de siempre. Y lo hacen porque estos medios son propiedad de esta cofradía de seres imperiales y constituyen la mejor herramienta para disfrazar su deshonroso actuar.
Es notable cómo desarrollan su plataforma ideológica, recurren a patriotismos que no conocen límites, se solidarizan con campañas supuestamente altruistas, creen hacer parte del sistema judicial, imponen sentencias sin ruborizarse, hacen de cada evento deportivo una orgía de aleluyas que decantan en anhelos frustrados pero que disimulan con un aquelarre de noveles promeseros que anuncian buenas nuevas, crean situaciones artificiales con el único propósito de dimensionar sus productos, defienden a capa y espada el comportamiento inequitativo que diseñan sus patrones, engrandecen o envilecen la conducta de ciertos seres de acuerdo a los pronunciamientos de estos y el interés de sus filiales.
Su accionar es un largo etcétera de canalladas. Por eso resulta vergonzante que sean estos mismos medios los que han imposibilitado la aparición de nuevas alternativas que pudieran ofrecer distintas opciones. Lo han hecho con leguleyadas risibles al mejor estilo tercermundista. Los apoderados histriónicos de estas máquinas mentirosas se desgajan en cuestionables conceptos jurídicos pero con una tesitura efectista que invoca la solidaridad de la clientela amarrada. Ni siquiera las redes sociales que pudieran ser una alternativa real para liberarse de ese nefasto yugo les inquieta, y no les inquieta porque allí también ejercen como maestros, desde allí adelantan campañas con los aclamados coyunturales y direccionan cualquier comportamiento.
En fin, parece inevitable el adormecimiento total, la ilustración pasó a ser un concepto esquivable. La mejor opción es el viejo libro, leer hace que no se acepte lo inaceptable, ni se olvide lo inolvidable.