En una muy comentada intervención en las redes sociales, Alejandro Gaviria dijo en la discusión sobre el uso del glifosato: “Casi sobra decirlo, este no es solamente un debate académico o técnico, es sobre todo un debate ético”. Digo que en las redes sociales porque vaya a uno saber si lo que ahí ocurre importa por fuera. Gaviria definió la base ética del debate alrededor de la ley estatutaria en salud que dice, entre otras, que el Estado debe abstenerse de afectar directa o indirectamente el disfrute del derecho fundamental a la salud. Concluyó Gaviria: si la salud es un derecho fundamental entonces el Estado no puede actuar contra ella de manera deliberada. Hizo énfasis en el principio de precaución entendido como aquel que da importancia no solo a las certezas sino a las potencialidades de las actuaciones. Observó que argumentos utilitaristas y deontológicos coinciden en el debate sobre el glifosato y de ahí, después de haber hecho un repaso de la evidencia académica, sugirió a la Corte Constitucional no permitir el uso del glifosato. Es decir, en su argumentación acudió a argumentos éticos y académicos, pero no habló de política.
Es un tipo extraño Alejandro Gaviria. Ocupa un espacio casi vacío en este país, el del intelectual público. He tenido la impresión que en Colombia, más que en otros países, Twitter ha hecho un gran daño a la calidad de la discusión. Se hacen famosos idiotas con pomposos doctorados que insultan a una mujer por vestirse de una manera u operarse una parte del cuerpo, se discute durante días sobre videos estúpidos y no sobre las marchas que los motivan y así, a diario. Por la agilidad en esa red de los líderes más importantes de la política, quedó definida como el campo de batalla, y entonces la discusión ahí ocurre, al calor de la viralidad. Las fórmulas son sencillas y, definitivamente, poco premian el pensamiento más complejo, más argumentado, quizás más confuso también. Para no ir muy lejos, basta con dar una mirada a la discusión en algunos medios mexicanos y peruanos – por ejemplo, en la Revista Nexos y en el trabajo de ensayistas como Alberto Vergara- para notar que en Colombia las reflexiones son especialmente simplistas.
Gaviria está entonces bastante solo en ese espacio, el del intelectual que opina y debate. Es hábil además porque transita bien desde twitter, pasando por el blog, hasta los discursos. Intelectual no solamente público sino también funcionario, se bajó hace unos años de la torre de marfil en donde usualmente los académicos comentan el mundo sin ensuciarse mucho. Quién sabe si dé el paso a la política electoral que es el mayor barrial.
Pensando en ese barro y en lo que Gaviria dijo he sentido una frustración que aquí comparto. Más allá del tuit efectivo con su buena frase, “el debate no es académico, es ético”, no hubo una discusión más elaborada que permitiera sacarle mayor provecho al planteamiento. Ni siquiera el titular es correcto, Gaviria no dijo eso, dijo algo un poco más difícil en realidad: “este no es solamente un debate académico o técnico, es sobre todo un debate ético”. Valdría la pena preguntarle, o al menos preguntarse, más allá de la ley estatutaria de salud, ¿cómo define “ética”? ¿Es, por ejemplo, debatible qué es ético o no, o es eso para él un absoluto? Es decir, si el debate es ético, lo que pide Gaviria es una discusión sobre qué es la ética o sobre las consecuencias de actuar éticamente, dos cosas distintas. Más allá de eso, siendo él un académico, ¿cómo entiende la relación entre la producción académica y la ética?
Tantas preguntas que no discutimos sobre esa idea. Hay una, en particular, que creo es importante. Si el terreno del debate es el ético, ¿qué papel juega ahí la política? Es decir, la controversia entre adversarios políticos debería ser idealmente una discusión sobre el contenido de la “ética” o, justamente, son adversarios políticos porque difieren necesariamente en eso que es tan importante, la definición de la ética.
¿Cuál es la “ética” de Santos que fue uribista radical,
durante los falsos positivos, para ganar unas elecciones
y luego cambió para gobernar con otra agenda?
Habló ese mismo día Juan Manuel Santos. ¿Cuál es la “ética” de Santos que fue uribista radical, durante los falsos positivos, para ganar unas elecciones y luego cambió para gobernar con otra agenda? El santismo, no muy poblado, debatiendo con el uribismo, ¿es ese un debate de qué tipo? No puede ser académico ni ético, han sido la misma cosa después cosas contrarias después cosas mixtas después cualquier cosa con tal de ganar, y así. Vargas Lleras almorzando con César Gaviria, el horror. Imagínense, el uribismo que nació en el samperismo antioqueño que se enfrentaba, por allá en los 90, al conservatismo de los Valencia Cossio y Luis Alfredo Ramos. Eran esos grandes jefes del uribismo actual, lo que llamaba el Uribe de entonces, caciques de la corrupción y el clientelismo. A los golpes era que se hablaban. Ahí se van cuadrando.
No puede ser un debate ético ese del uribismo y el santismo. Es un debate político. Quizás debió haber dicho Gaviria que “ojalá” fuera ético el debate. Ahora, vale la pena empezar a reconocer que necesitamos debates políticos. Olvidar la política, por muy despreciable que parezca, solo terminará en que nunca haya debates éticos. Se sorprendían en estos días, en las redes sociales no más, porque Francisco Barbosa, Alto Consejero Presidencial, dio un giro de 180 grados en su posición frente a la JEP. Olvidar la política resulta en que eso sea sorpresa. Abundan en la burocracia estatal, funcionarios que se acomodan con cada cambio de gobierno. La política no les importa. Son ministros, viceministros, altos consejeros, directores, asesores de cualquiera que esté en el poder. El fin es el poder. Hay que ver lo que se ha defendido por parte de esta tecnocracia burocrática durante el debate del Plan Nacional de Desarrollo. Furibundos santistas, que habían sido uribistas y antes pastranistas, disfrazados en sus sofisticados posgrados de universidades gringas y europeas dedicados ahora a promover la visión del gobierno de un gobierno de derecha dura que, a todas luces, no le interesa la construcción de paz en el territorio.
Dirán que son tecnócratas por encima de la política
o que el país merece una tecnocracia por encima de sus políticos.
Carreta.
Dirán eso, que son tecnócratas por encima de la política o que el país merece una tecnocracia por encima de sus políticos. Carreta. Mientras escriben papeles sofisticados durante meses en el centro de Bogotá, la noche anterior de la toma de decisiones les meten cientos de artículos en las narices y nada dicen. Se acomodan, también, desde algún pedestal ético. Parafraseando a un amigo, de la forma como se aprueba el plan de desarrollo, así se implementará el plan de desarrollo.
Ojalá algunos debates fueran éticos, o académicos, o técnicos. Pero llamemos por su nombre a algunos debates por lo que son, debates políticos. Así rehúyan a eso, entre otros, los burotecnócratas del poder de turno, seguramente llenos de buenas intenciones, faltaba más. Es en la política que se juega el futuro de este país, no me cabe duda. Mientras se aprueba el plan de desarrollo en el caos total, convenientemente, la atención de los burotecnocrátas que lo escribieron gira en torno a la declaración machista de una “feminista” sobre el DNP en un programa de radio. Cortina de humo, el acto más banal de la política.
@afajardoa