Hace un par de días, a través del portal de noticias Semana en Vivo, la concejala bogotana Andrea Padilla y el actual presidente de la Federación Colombiana de Ganaderos, José Félix Lafaurie, expusieron sus diferentes puntos de vista ante la propuesta de un “día sin carne” en Bogotá. La propuesta, impulsada por la concejala ambientalista y animalista de la Alianza Verde, busca establecer un día en el cual, a través de la pedagogía, se incentive a la gente a disminuir el consumo de carne en la ciudad. Las razones expuestas por la concejala son muchas y muy válidas, pues a lo largo de los últimos años el debate ambiental ha puesto en la mira a la ganadería, tanto extensiva o como intensiva, por los altos impactos que genera sobre su entorno. No resulta extraño, sin embargo, que el presidente de la Fedegan defienda e incentive el consumo de carne de una manera férrea, es más, este es uno de sus principales deberes como representante y jefe de la agremiación.
Lo cierto del debate es que, además de solo haber contado con 20 minutos al aire, estuvo acompañado de improperios y ofensas y fue cargado —principalmente por José Felix— de un tinte partidista y politizado, arrastrado por esa lógica schmittiana ya tan conocida de “amigo-enemigo”. El ganadero, además de exponer sin profundidad lo postulado por el profesor Ernesto Viglizzo, se despachó contra la concejala, tachándola de mamerta, radical y enemiga de la democracia y de la libertad. La concejala, una vez terminado el debate, trató a su contraparte de “pobre hijueputa”. Sin embargo, más allá de los madrazos, este es un tema importante y de gran trascendencia para el futuro alimentario de nuestra especie el cual no se debe perder en discusiones bajas entre panelistas, sobre todo por sus fuertes implicaciones en materia ambiental y social.
Como bien lo argumentó la concejala, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha constatado, basada en diferentes soportes científicos, el impacto medioambiental que genera la ganadería y ha sido enfática en que es necesario empezar a realizar acciones de concientización alrededor de esta problemática. Entre los datos más impactantes se encuentra la producción de gases como el metano y el óxido nitroso los cuales son, respectivamente, 23 y 293 veces más perjudiciales que el Co2. Además de ello, las afectaciones medioambientales no son solo aquellas ligadas a la producción de gases; la erosión y compactación del suelo, la contaminación, desviación y detrimento de las fuentes hídricas y la quema de selva virgen para fomentar el pastoreo —como la que acontece en la selva amazónica— son también causales de los señalamientos realizados por la FAO.
En Colombia, cabe resaltar, las afectaciones producto de la ganadería no son relativas únicamente al medioambiente, sino que han afectado también, y de forma gravísima, la esfera social. Desde hace ya mucho tiempo esta actividad ha estado intrínsecamente vinculada con la pésima distribución de la tierra, así como con su acaparación y su despojo. Un estudio realizado por Oxfam, en donde se da a entender la distribución y la utilización de la tierra en los diferentes países de América latina, dice que en nuestro país, además de darse los peores resultados en términos de distribución y desigualdad, “un millón de hogares campesinos viven en menos espacio del que tiene una vaca para pastar”. Finalmente, cabe mencionar que un país como este, en donde la tierra ha sido la principal causa de disputa entre diferentes grupos armados y causa primaria del conflicto armado, los vínculos entre ganaderos y grupos armados se han configurado de manera orgánica —principalmente con los paramilitares, con quienes tienen afinidades políticas históricas—.
Como bien lo mencionó el señor Lafaurie, la ganadería es la actividad que más aporta a la economía colombiana y a su crecimiento dentro del sector agropecuario por lo cual, y debido a su arraigo económico, siempre tendrá muchas trabas para su regulación. No es casualidad que su esposa, la señora María Fernanda Cabal, sea representante a la Cámara por Bogotá, como tampoco lo es que sean fervientes activistas del partido de Gobierno, el Centro Democrático —partido compuesto por grandes latifundistas—. El posicionamiento económico y el crecimiento de la actividad es algo que también nombra la FAO en su estudio, pero no sin preocupación. El estudio prevé un incremento del doble de la producción de carne y productos derivados de la explotación animal de aquí a 2050. Sin su debida regulación esto podría traer más problemas que beneficios, debido a las afectaciones mencionadas anteriormente. Trayendo a la discusión al antes mencionado Dr. Viglizzo, eminencia en su área, hay que comprender que, en efecto, hay diferentes encrucijadas difíciles de sortear en cuanto a la producción de gases de efecto invernadero en cuanto a la ganadería.
Muy diferente a lo que planteó el señor Lafaurie, el profesor e investigador de Conicet, se muestra preocupado por las repercusiones de medioambientales de la producción ganadera, sin embargo centra sus estudios en demostrar que los países de América Latina no son productores de alto impacto de gases de efecto invernadero en comparación con países como China, la Unión Europea y Estados Unidos, aún siendo países agrícolas en donde la producción ganadera es una de las principales actividades económicas. Sus estudios se centran, principalmente, en demostrar que las tierras de pastoreo también generan secuestro de carbono, y no solamente son productoras del mismo. Si bien sus estudios son de suma validez, estos giran únicamente entorno a la producción de gases, dejando por fuera muchas otras afectaciones que genera la ganadería en el medioambiente. Para terminar, cabe resaltar que el señor Lafaurie defendió el consumo de carne a partir del eufemismo de “ganadería-sostenible” —muy similar al de “fracking responsable—, el cual si bien puede prometer un cambio para la producción de carne y para el pastoreo, todavía está muy lejos de verse plasmado en la realidad de nuestro campo; históricamente abandonado por la autoridad estatal y por ende alejado de cualquier tipo de regulación frente a su utilización.
Si algo queda claro es que la regularización del consumo de la carne va más allá del “mamertismo ambientalista” y criticarlo o negar su necesidad nos puede acercar a las posturas trumpistas, en donde los estudios científicos solo son válidos cuando son acordes a mi manera de pensar y, curiosamente, positivos para mis intereses económicos. El consumo de carne debe ser cuestionado y, objetivamente, debemos considerar un progreso el simple hecho de que la discusión empiece a llegar a la esfera pública.