¨Los valores de los que las mujeres son portadoras no son suficientemente reconocidos y apreciados, incluso por las mismas mujeres¨.
Luce Irigaray
La mojigatería nunca ha sido parte de mi ser, no soy amigo de las mentiras y, mucho menos, amante de las verdades a medias, soy lo que soy y punto. Por eso, y a pesar de esa danza salvaje en la que mis ojos me han sumergido en muchas ocasiones, cada vez que miro a una fémina que me ha llamado la atención, me atrevo a escribir estas líneas, caminando en la frontera entre la razón y la emoción.
Cuando miro a una mujer, he de reconocerlo, mis ojos se clavan como garras de león en su imagen, auscultando entre gestos, miradas y palabras un poco de su ser. Esto es algo que con el tiempo se me ha convertido en un exquisito pasatiempo, donde siempre gano, porque de una u otra manera estoy descubriendo en cada oportunidad un nuevo mundo.
Cientos de veces, como cualquier espíritu mundano que recorre el escenario de la virtualidad, mi contemplación se ha perdido entre curvas, pieles, y poses, queriendo beber de un sorbo todas las pasiones que he experimentado cada vez que mi mente ha perdido la lucha en contra de la agitación.
Pero nuestra existencia como seres humanos es a ratos compleja e inexplicable, porque aún hasta los más hermosos paisajes nos pueden terminar saturándonos, claro está, lo que nos agota no es lo que vemos, sino la intrascendencia de lo que apreciamos.
He visto tantas veces las mismas imágenes en diferentes mujeres, que ya mi mente no aprecia virtud en ellas, y todo por cuenta de la competencia por la apariencia, por demostrar más aunque no se tenga, por impresionar a las lenguas que devoran humanos. En ese afán de reconocimiento y de pretensiones de opulencia, la mujer ha perdido el norte como sujeto de derechos y obligaciones para perderse en el papel de ser simples objetos de deseos.
En un país en el que las niñas son asesinadas y abusadas sexualmente, en el que los hombres producto de su percepción achatada creen que la mujer es una posesión, en el que las condiciones laborales para ellas suelen ser bastante discriminatorias en cuanto a sueldos y cargos, en el que el género les encima el cuidado y la atención del hogar, en el que el acoso pulula en el ambiente, se hace necesario encausar el rol femenino en esta nueva era de internet y redes sociales.
Si en realidad queremos ver transformaciones sociales al interior de este país malherido, bien podríamos iniciar con cambiar la percepción que como hombres tenemos de las mujeres, para luego abordar y entender que ellas son más que cuerpos y espacios donde desembocan toda clase de placeres.
En lo personal, quiero y espero ver al género femenino destacando por sus capacidades, por sus conocimientos, por sus destrezas, no por escándalos o bailes eróticos que desdibujan la percepción y las coloca en el plano de lo insubstancial, amparados en conceptos equívocos de empoderamiento femenino. En estos momentos, y más que nunca, necesitamos de las mujeres para reconstruir Colombia, requerimos de su liderazgo, de su visión de la sociedad, de sus anhelos y esperanzas que nos permitan dibujar una nueva realidad.
