A pesar de que en las cátedras universitarias se le insiste a los comunicadores sociales y periodistas en los principios de imparcialidad y objetividad a la hora de relatar los hechos, los grandes medios de comunicación, casi qué sin excepciones, han mantenido una actitud de defensores del sistema político y social en el que sus máximos intereses estén garantizados. Esta orientación tiene su fundamento en que estos grandes medios de comunicación se convirtieron o hacen parte de grupos económicos, cuyos principios esenciales son la competencia y la máxima ganancia. De esta manera han convertido los hechos, es decir, la noticia, en una mercancía que se transforma, como un producto industrial, para poder ser vendida al mejor postor.
Los medios de comunicación tienen una gran importancia para la humanidad, lógico para los colombianos, pues siendo la libertad de expresión un derecho fundamental, son los llamados a darle equilibrio en su emisión y transmisión para evitar la discriminación y ser utilizados con torvos propósitos. El Estado debe garantizar el funcionamiento de los medios de comunicación, pero estos tienen que someterse a reglas y códigos éticos –no penales– con los cuales pongan límites al abuso en beneficio propio, al pasar por encima de la objetividad, muchas veces desvirtuando la verdad o incluso recurriendo a la mentira, la manipulación y la seducción.
Históricamente los medios de comunicación aparecieron para decir la verdad. Infortunadamente ese no ha sido el papel que cumplen en Colombia en las campañas electorales, cuando se esfuerzan por mantener el statu quo con el que les va bien y a las empresas de sus grupos económicos. Pero los medios de comunicación tampoco son los responsables de los malos resultados, los escándalos, la corrupción y las promesas incumplidas del gobierno de turno.
Con el presidente Petro, se volvió casi infinito el número de veces que el gobernante increpa a los medios, un enfrentamiento que “compra” para hacerse la víctima, cuando en la realidad los hechos y las noticias nacen de él mismo, por ejemplo, la financiación de su campaña, el incumplimiento de su agenda y de las promesas, o de su entorno familiar –los derroches de la Primera Dama, las andanzas «non sancto, non sancta» de su hijo Nicolás, las declaraciones de su hermano Juan Fernando sobre la táctica electoral desde las cárceles o la enfermedad de Asperger– o las acciones controvertidas de sus altos funcionarios y ministros –la maleta llena de plata de Laura Sarabia y la extralimitación judicial con sus empleadas domésticas–. Todos son hechos que los colombianos deben conocer y por eso es fundamental el papel de los medios grandes, medianos, pequeños y alternativos, como las redes sociales.
Simultáneamente con la declaración de Juan Fernando Petro sobre el padecimiento de Asperger de él y del presidente Petro, el periodista argentino Andrés Oppenheimer publicó una columna de opinión para el Miami Herald, en la que afirmó que Colombia tiene un presidente de tiempo parcial y escribió que “un exfuncionario que trabajaba en el Gobierno de los Estados Unidos le aseguró que Gustavo Petro sufría de depresiones y de un problema de drogas que lo hacía desaparecer del ojo público”. De inmediato el columnista fue recriminado por Petro, quien ha incumplido su agenda cerca de 90 veces. ¡Qué culpa tiene la estaca, si el sapo salta y se ensarta!