El corto video que aparece en Twitter está fechado el 16 de julio y en los 26 segundos que dura permite ver a una docena de jóvenes que atacan a pedradas varios carros blindados que voltean en una esquina con sus sirenas encendidas. Según el trino, se trata de jóvenes palestinos que se enfrentan a fuerzas de ocupación israelíes en la aldea de Kafr Nima, Ramallah, en la Cisjordania ocupada. Una escena que se repite con frecuencia en la región.
El perfil se denomina Palestina Hoy, @HoyPalestina. Y destaca un trino del 28 de febrero de 2022 en el que puede apreciarse cómo, a plena luz del día, varios uniformados fuertemente armados sujetan, someten y golpean a una niña, mientras sus compañeros mantienen a raya, con sus bastones de mando y gases lacrimógenos, a los espectadores que intentan intervenir. El trino asegura que se trata de una niña palestina de 12 años en la Jerusalén ocupada.
En los múltiples perfiles que se ocupan de la causa palestina difunden escenas de los padecimientos de ese pueblo por cuenta de la agresiva ocupación de Israel en sus territorios. Resulta imposible no conmoverse profundamente con el sufrimiento de tantos seres humanos. La historia se ha contado demasiadas veces como para ser desconocida. De hecho, la comunidad internacional se ha pronunciado oficialmente al respecto muchas veces.
En el año 2000 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, mediante resolución del 7 de octubre, aprobada por 14 votos a favor y 1 abstención (de Estados Unidos), condenó los actos de violencia, particularmente el recurso al uso excesivo de la fuerza contra los palestinos, que han provocado heridos y la pérdida de vidas humanas. No sorprende que la nación que se define como campeona de la democracia y los derechos humanos se hubiera abstenido.
Un elemental sentido de humanidad mueve a estremecerse con la brutalidad de las tropas israelíes y los colonos que atropellan, expropian, persiguen y expulsan a miles y miles de familias de sus tierras.
Con relación a los permanentes y crecientes asentamientos israelíes en territorio palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén oriental, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas expidió la resolución 2334 el 23 de diciembre de 2016, que los declara carentes de cualquier validez legal, expresando su grave preocupación por el hecho de que dichos asentamientos continúen, en detrimento de la viabilidad de una solución biestatal.
Por su parte, la resolución ES‑10/L.22 de la Asamblea General de Naciones Unidas del 21 de diciembre de 2017, declaró nulo y sin valor el estatus de Jerusalén como capital de Israel. El proyecto de resolución fue impugnado con fuerza por los Estados Unidos, pero logró ser aprobado por 128 votos a favor, 9 votos en contra, 35 abstenciones y 21 ausentes. El presidente Trump desconoció de plano esta resolución.
Recuerdo que, durante mi secundaria, en los años 70, estaban muy de moda las novelas sobre el holocausto judío, de las que leí un buen atado hasta que me pareció tener suficiente ilustración. Gracias a ellas adquirí una abundante información sobre aquella época y la tragedia de ese pueblo despreciado, humillado y perseguido. La maldad nazi aparecía descrita en su máxima expresión, y la solidaridad con esos oprimidos movía al llanto.
El relato de los campos de concentración nazis, en los que se buscaba exterminar sin la menor piedad y en medio de burlas a la comunidad judía de Europa se repetía una y otra vez. En el Diario de Ana Frank, en las novelas de León Uris, en la obra de Primo Levi. La cuenta era interminable. Por cada uno de los millones de judíos muertos en esas circunstancias durante el holocausto podría haberse escrito un compendio sobre la perversidad humana.
Algo no me gustó entonces de Éxodo, de Uris, que hace el relato del arribo de los judíos a Palestina y la guerra con el mundo árabe. En ella los palestinos son exhibidos como seres atrasados, pastores ignorantes sin ninguna visión del futuro. Los colonos que llegan son en cambio los portadores del progreso, los emprendedores, la verdadera civilización. Recordé la pretendida superioridad europea tras encontrar a América a fines del siglo XV.
Reconozco que el enorme respeto que adquirí hacia el pueblo de Israel se encuentra seriamente lastimado. Resulta inevitable pensar que lo que hoy hacen los hebreos a los palestinos, replica increíblemente lo que lo hicieron los nazis con ellos. Un elemental sentido de humanidad mueve a estremecerse con la brutalidad de las tropas israelíes y los colonos que atropellan, expropian, persiguen y expulsan a diario a miles y miles de familias de sus tierras.
Semejante decisión cuenta con el respaldo de los Estados Unidos y otras potencias, lo que hace casi insoluble el problema. Admiro sobremanera a esos israelíes que se oponen a su propio gobierno y a sus propósitos genocidas, pese a las peligrosas consecuencias. Y clamo por justicia para Palestina. Los intereses económicos no pueden terminar imponiéndose sobre la gente, el mundo no debe continuar contemplando impasible tanta ignominia. Queremos paz.