El cruel destino de millones de personas tras la guerra siria

El cruel destino de millones de personas tras la guerra siria

Este conflicto solo ha dejado dolor, destrucción y cantidades inimaginables de refugiados. Hazar y Abdel son algunos de ellos

Por: Francisco Henao
junio 11, 2019
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El cruel destino de millones de personas tras la guerra siria
Foto: Pixabay

Hazar es mujer. Abdel es hombre. Ambos tienen en común haber nacido en Siria. Antes de la guerra que inició en marzo de 2011, Siria olía a desierto y especias, con gentes locuaces y amables, que disfrutaban del té o el café con sentido hospitalario y generoso, había armonía hasta el punto de la convivencia tranquila entre musulmanes y cristianos, que se felicitaban sus fiestas mutuamente, tanto la navidad como el ramadán. Pero la llamada ‘Primavera árabe’ alteró la marcha política en Egipto, Túnez, Libia, Yemen, Argelia, Bahréin y por supuesto Siria. Cayeron gobernantes que llevaban varias décadas en el poder. Bashar al-Asad gobierna la República Árabe Siria desde 2000, cuando sucedió a su padre Hafez quien gobernó durante treinta años al país.

Hazar, bonita como un lirio, trabajaba como funcionaria universitaria en la ciudad portuaria de Latakia, famosa por ser el lugar donde nació el expresidente Hafez al-Asad. Luna es su hija, el amor de su vida, a la que ha entregado sus ardores y sus luchas y con un futuro muy bonito por su inteligencia, su educación y el aire árabe atractivo de su aura. Hazar hacía parte de las nóminas estatales.

Abdel, un joven guapo que cuando estalló la guerra tenía 19 años. Criado en Al-Bayada un barrio pobre de la periferia sunita de la ciudad de Homs, la tercera ciudad después de Damasco y Alepo. Abdel soñaba con el fútbol, se destacaba como portero en el equipo Al-Karama, donde por sus reflejos se convirtió en ídolo. Y en la selección Sub-20 de su país, ganó el título de segundo mejor portero en Asia.

Pero la guerra amputó los sueños y los proyectos de millones de sirios. Bashar vio como caía la cabeza de Ben Ali en Túnez y la de Mubarak en Egipto, y se dijo: La mía no caerá jamás. Se encontró con unas protestas pacíficas que pedían parar el desempleo, la corrupción que se extendía por todo el país, carencia de libertades políticas y mano de hierro gubernamental, Bashar no dudó en usar la represión para suprimir aquello que no estuviera de acuerdo con él. Un grupo de adolescentes que habían hecho grafitis de protesta fueron arrestados y torturados. Esto hizo que la gente saliera a las calles, inspirados en la Primavera Árabe, las calles de Damasco y Alepo, hervían pidiendo democracia y respeto a sus derechos. Bashar dio la orden de disparar y en efecto hubo varios muertos. Lo que encendió definitivamente la mecha de la revuelta en todo el país. Era 15 de marzo de 2011, que conmemora el inicio del conflicto en Siria.

Hazar vio como el cielo turquesa de Latakia de despoblaba de gaviotas y se teñía de espanto. El dolor empezó a crujir en los huesos de los lugareños. La disidencia en Latakia fue acallada. Hazar veía en las calles muertos de conocidos por discrepar. Ella se inclinó por los que pedían democracia. Asunto por el que fue interrogada dos veces. Por favor, guárdese sus opiniones para sí o será despedida de su trabajo, escuchó decirle.

Abdel dejó la portería y se convirtió en cantor de la revolución. Su voz, convertida en canciones, llevaba mensajes enmarcados por el ansia de libertad. Ahora le llamaban ‘el pájaro cantor’. Todos pusieron sus oídos en aquella voz acogedora, firme, que mezclaba los suras del Profeta con el enérgico llamado a poner fin a las injusticias de décadas de la familia al-Asad. Era pacífico Abdel, pero en su interior borboriteaba la disconformidad con lo establecido. Él lo cantaba subido en los hombros de los miles que exigían la salida de Asad, lanzaba sus eslóganes —“¿Por qué se matan entre sí, el ejército y el pueblo son hermanos?”— y sus canciones eran repetidas en coro por la multitud y bailaban brazos arriba, brazos abajo, en las vetustas calles de Homs.

A medida que las voces de protestas se hicieron torrente, el gobierno aumentó su crueldad. Al-Asad dijo que no toleraría lo que él llamó “terrorismo apoyado por el exterior” y anunció que recuperaría el control del Estado, al precio que fuera.

El pavor aumentaba dentro de Hazar viendo como el caos se estableció como norma de vida. Las numerosas pandillas arrebataban a los jóvenes y luego pedían rescates por su devolución. Las jóvenes también eran secuestradas y sometidas a vejaciones inadmisibles. Vivir en Lataquia, como en el resto de Siria, se volvió imposible. Hazar temía por la suerte de Luna y por la de ella misma. El peligro para ambas era creciente.

Hacia el mes de julio, ya con el país desbordado en violencia, el prometedor portero del equipo juvenil de Siria, el pájaro cantor de los comienzos, Abdel el joven intrépido había visto morir a varios miembros de su familia, él mismo había sobrevivido a un brutal asedio gubernamental en Homs, se decidió a tomar las armas, se convirtió en comandante del grupo rebelde Jaysh al-Izza.

Siria se convirtió en un hervidero de guerra. Llegaron de todas partes a intervenir en el conflicto. El Hezbolá libanés le dio una mano a Bashar al-Asad, que veía peligrar su posición de mando. Llegaron los kurdos, un pueblo que vive en las montañas sin patria. Llegó el Estado Islámico, que hizo más oscuro el panorama. Rusia, Irán, Turquía se pusieron del lado de Bashar. Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, también bombardearon contra el Estado Islámico y Donald Trump calificó a Bashar de “animal” por haber lanzado ataques químicos contra su propio pueblo.

A Bashar Asad la ONU lo acusa de actos de “exterminio, asesinato, violación, tortura, desaparición forzada y otras actividades inhumanas sobre miles de personas”. La guerra de 8 años arroja una cifra de 370.000 muertos y millones de refugiados. La gran mayoría se han ido a países vecinos, Turquía, Líbano, Jordania y otro porcentaje a Europa, provocando una enorme tragedia humanitaria.

La única puerta de salida para Hazar era huir, así lo pensó y así lo hizo, sobre todo la decidió ver a su hija, Luna de 25 años, cercada de inminentes enemigos. Llenó una mochila y tomó el dinero en efectivo que tenía. Primero en auto a El Líbano. Luego en avión a Turquía. Su meta era llegar a Europa. Ahora estaba en manos de los contrabandistas de seres humanos. Por ambas pagó $ 6.000 euros para atravesar el Mar Egeo desde Esmirna hasta Grecia, escondidas en un barco con otras 70 personas. La travesía fue con mar picada. Hazar, Luna y todos los demás creyeron que morían, que mejor hubiera sido permanecer en Lataquia. La embarcación parecía ir directo al naufragio por la violencia del oleaje. A uno de los escondidos le dio un ataque cardíaco.

Llegaron a salvo a Grecia. Luego en Bélgica cayó en manos de otro contrabandista, que les cobró $ 7.000 euros, que incluían pasaportes falsos y llegar al Reino Unido, destino final de Hazar y Luna, donde tenía una hermana en Essex, a la que visitó 20 años antes. Al aterrizar en Heathrow, reveló su verdadera identidad y pidió a las autoridades asilo. Estas le asignaron ir a Cardiff, Gales, donde no conocía a nadie. Pero al llegar a la capital de Gales, pensó que aquí estaba su futuro y su nueva vida. Los galeses la acogieron con calidez, dulzura. “Siento que la gente aquí es más amigable que en Inglaterra”. Trabaja en varios oficios y es voluntaria en el Consejo de Refugiados de Gales, donde ayuda a otros refugiados. Para Hasar Gales es su nueva casa. Lataquia vive en el silencio de su adolorido corazón.

Los bucles negros e indómitos de Abdel han seguido frenéticos en su lucha “por la libertad”, siempre portando en su rostro una sonrisa. No quiso entregar las armas en junio 2018 a las tropas de Asad, como otros sí lo hicieron, siguió en la clandestinidad. Se convirtió en ícono de la revolución. En 2014 se hizo una película sobre su vida, “The Return to Homs”, que muestra el horror de la guerra y los ideales de un joven que se convirtió en la mejor expresión de la revolución siria y de todas sus complejidades, desde la embriagadora esperanza hasta la apocalíptica guerra de desgaste con el propósito final de mantener en el poder a Bashar al-Assad.

Uno de los comandantes de la facción rebelde Jaysh al-Izza anunció el jueves pasado que Abdel había caído herido en combate en la provincia de Hama, en la región de Idlib.

El portero que soñó con un título, el pájaro cantor cuya voz agradable y resuelta se escuchaba al amanecer, el ardor ardiente por ver desaparecer un régimen vergonzoso e infame, está ya en el recuerdo de Homs. Abdel Basset Al-Sarout murió, a consecuencia de las heridas recibidas, el sábado 8 de junio de 2019, a sus 27 años. Al día siguiente fue enterrado en la aldea de Dana, su cuerpo, a hombros de la multitud que lo acompañó, iba envuelto en un sudario blanco. El rostro de Abdel dibujaba la generosa sonrisa que siempre lo acompañó.

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