Han transcurrido 3 años desde que el pueblo en su infinita sabiduría depositó su confianza para que rigieran sus destinos. En muchos casos existe inconformismo, malestar y decepción por su decisión. En otros casos existe satisfacción, alegría y complacencia por haber escogido la mejor opción para su territorio.
Son muchas las adversidades que han tenido que sortear los actuales mandatarios y que pudieron inferir en su buena gestión: pandemia, estallido social, decrecimiento económico, catástrofes naturales, entre otras. Sin embargo, en varios situaciones, también existió desconocimiento de lo público, desorden administrativo o falta de gestión, las cuales llevaron a que las administraciones naufragaran.
No obstante, en medio de este panorama, encontramos gobernantes que realizaron bien la tarea, administraron con sus comunidades, y pensaron en el bien general y no en el personal. Con ello trajeron las satisfacción de muchas necesidades, el mejoramiento de las condiciones de vida y el bienestar de sus administrados.
Al asumir su mandato, tomaron una decisión vital para su gestión, como fue la escogencia de su gabinete, el equipo que a su lado trabajó para que las propuestas plasmadas en su programa de gobierno se transformaran en realidad y para que su plan de desarrollo recogiera el sentir de un pueblo que anhelaba progreso y desarrollo.
Para que esto fuera posible no solo hizo falta escoger personas idóneas y capaces, sino que estas trabajaran en equipo, delegaran funciones y depusieran el ego para escuchar, recibir recomendaciones y opiniones que pudieran distanciarse de su pensamiento. De lo contrario, todo habría sucumbido, se habría vuelto un caos y la gestión se habría convertido paquidérmica.
Cabe anotar que en muchos casos los gobernantes alejaron a sus aliados que se atrevieron a controvertirlos, advertirlos y criticarlos. Se dejaron seducir por las adulaciones, los comités de aplausos y los “nuevos amigos” que llegaron a alabar, felicitar y aprobar toda decisión y gestión realizada, sin importar si era conveniente, si se encontraba dentro de los parámetros legales o si con ella el administrador estaba salvaguardando su seguridad jurídica y el bienestar de su gente.
Fue así cómo muchos mandatarios perdieron el rumbo, lo que llevó a que su administración no despegara, fuera a la deriva, perdiera credibilidad y se concentrara más en atender y desvirtuar las críticas, denuncias y ataques que en cumplir la función constitucional y legal que le correspondía. Cabe aclarar que en algunos casos se montaron cortinas de humo, se persiguieron y torpedearon administraciones para sacar provecho político y desacreditarlas.
Entrada la recta y viendo cómo despunta el sol a sus espaldas, unos pueden voltear hacia atrás y mirar con satisfacción una gestión que redundó en beneficio de su comunidad. Mientras tanto, otros siguen ciegos, creyendo que fueron los mesías que salvaron a su pueblo; y otros, en menor grado, recapacitan y quieren recomponer el camino para no ser condenados por la historia como unos pésimos gobernantes.
La verdad es que todos son conscientes de que su gobierno llegó al final; que las comunidades los juzgarán por su actuar, decisiones y gestión; y que habrá quienes con beneplácito y regocijo los seguirán recordando y apreciando, como a otros los sumirán en el olvido, abandono y desconocimiento (esos posarán nuevamente los pies sobre la tierra y entenderán que son unos simples mortales, que jamás fueron dioses y que fueron elegidos para servir, no para ser servidos).