Voté por Claudia López porque me parecía una garantía de coherencia. Al menos eso creía. No me juzguen, miren que sus rivales eran Carlos Fernando Galán y Miguel Uribe Turbay. Tarjetón triste. Debí abstenerme. Con los años uno empeora y empieza a dormir mal. La vida se torna tan gris que le empiezan a gustar a uno las mañanas domingo, sobre todo cuando hay elecciones. En fin, voté por Claudia. Es mejor que votar en blanco, pensé. Hoy no pienso lo mismo. En octubre supe por alguien de adentro que la señora no quería ni oír hablar sobre covid. Le molestaba el tema. La embravecía que la convocaran a reuniones. “Cual covid, acá lo que hay es que empezar a mandar” pensaría en esos momentos.
En diciembre un joven periodista le preguntó en una rueda de prensa si no pensaba cerrar el comercio en San Victorino. Los ríos de gente escandalizaban hasta a los reptiles. Ella le bajó el pulgar con una frase de hippie ochentera “ponle onda pelao, es diciembre”. Ella le puso onda a las fiestas navideñas, ella que es tan seria, tan sensata, tan coherente, tomó un avión para viajar al Caribe en pleno pico de pandemia. Todos tenemos derecho a tomar vacaciones. Todos menos los gobernantes en tiempos de virus. Ellos deben trabajar el doble. Sobre todo ella, quien le ha gritado a todo el país que es incorruptible, consecuente, coherente, pura. Ella y Angélica son las dueñas de la autoridad moral, de la verdad. Y se equivocaron feo.
Hoy la ocupación de UCI supera en algunas localidades de Bogotá el 200 %. En toda la ciudad llega casi al 100 %. Le pusimos onda a la navidad señora alcaldesa y nos equivocamos mal. Verla a usted llegar a El Dorado con Angélica atribuladas, presurosas un 1 de enero, defrauda. Es como el coscorrón que le pegó Vargas Lleras a uno de sus guardaespaldas, eso puede costar una elección presidencial. Qué pereza entrar a twitter y ver cómo todos esos uribistas tenían razón sobre usted. No hay manera de defenderla.
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Qué pereza entrar a twitter y ver cómo todos esos uribistas tenían razón sobre usted. No hay manera de defenderla
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Bogotá fue la primera ciudad del país en entrar en cuarentena obligatoria. Al principio de la pandemia, cuando la vimos con todo ese don de mando, Llegamos a pensar que iba a barrer en liderazgo a Duque. Había que ver las miradas que le daba el presidente, parecía la mamá. Fue emocionante ser testigo de cómo mandó a todo el país a guardarse. Por más basura que puedan decir los profetas de la productividad, el único medio para salvaguardarnos del virus es encerrándonos. Y pensábamos, al menos lo pensé yo, que Claudia tenía un plan. Qué se iba a hacer un estudio milimétrico sobre la población. Quiénes tenían trabajo, quiénes necesitaban un subsidio digno. Pero las ayudas nunca llegaron. La cuarentena rigurosa, en realidad, solo se pudo mantener dos meses en la capital. El hambre provocó saqueos, protestas masivas en la calle. Y ya, cuando se descubrió que era impopular el encierro, en un acto de demagogia barata e incoherencia, mandó a sus contratistas a regresar al trabajo presencial ¡antes que lo hiciera Duque!
Y la profeta del encierro terminó haciendo lo que más riesgo conlleva en esta pandemia: montarse en un avión. Antes había hecho también algo deplorable. Con más de 1 millón de contagios en 10 meses y 45.000 muertos, no es un buen momento para mostrarse feliz en redes sociales. La gente ahora está odiando a la gente que es feliz. Hay muerte, amargura, pobreza. Nadie está bien. Hay brotes de histeria, de esquizofrenia. Y ella decidió mostrarse feliz junto a su pareja. A todos los que criticaron este burdo acto de exhibicionismo se les descalificó llamándolos homofóbicos. No tiene nada que ver. Muchos amamos el beso que le dio a Angélica el día que ganó las elecciones. Pero ahora no hay nada que celebrar. Nada. No hay razones para ser feliz, al menos usted no las tiene.
En solo dos semanas, en la última del 2020 y la primera del 2021, Claudia López le dio un coscorrón a su popularidad y perdió todas las opciones de ser presidenta. Sé que es difícil luchar contra el bicho, pero al menos no luzca feliz. Queremos gobernantes que nos acompañen en el dolor. Ni Duque es tan ligero.