El coronavirus, más allá de la muerte
Opinión

El coronavirus, más allá de la muerte

Lástima que hayamos tenido que llegar a las transformaciones provocadas por las nuevas tecnologías a través del dolor y el miedo

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marzo 15, 2020
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Por estos días me viene a la memoria, recurrentemente, una frase que le escuché hace mil años a mi profesor de Filosofía en el colegio: “El hombre es un miedo a la muerte disfrazado de cualquier cosa”.

Y no es para menos. Aunque la incertidumbre constituya en nuestra especie algo así como una marca, como un gen existencial, no deja de ser, la muerte cierta, la fuente ineludible de la incertidumbre mayor. Por lo tanto, el coronavirus vivido como pandemia, nos estampilla en la realidad con la certidumbre de la peor incertidumbre.

Y claro, este miedo a la muerte genuino irrumpe como un Cid Campeador en todos los aspectos de la vida en un mundo globalizado, hasta hoy, en todo menos en la experiencia de la amenaza de una plaga que se atreviera a atentar contra la existencia de millones de personas.

Con el paso de los años, también aprendí que, a la frase poética de mi profesor, le faltaba plantearnos que el hombre también es un ser capaz de valentías, de valentías capaces de sobreponernos a los miedos, aún a los miedos pandémicos.

En principio, se me ocurre que tenemos en frente dos desafíos urgentes por enfrentar con valentía: el de la ciencia, que tiene por misión derrotar al virus en su propia naturaleza, y el que debemos enfrentar como sociedades y que tiene que hacer hasta lo imposible por prever y amainar los estragos colectivos de la plaga.

La historia da cuenta de una pandemia que asoló a Europa, Asia y África en el siglo XIV, la Peste Negra, que aún, más de seis siglos después, bien puede traernos enseñanzas útiles.

Aquella cegó la vida de la tercera parte de los 75 millones de habitantes que se calculaban, lo que impactó al conjunto del andamiaje social, económico y político de la época. Se afirma que transformó la cultura, a tal punto, que algunos pensadores afirman que allí surgieron buena parte de las semillas de lo que conocemos como El Renacimiento. Sin lugar a dudas, una de las  revoluciones más entrañables y renovadoras de todas las épocas.

Lo que nos enseña que, al igual que una gran idea, un gran adelanto tecnológico o una guerra, una pandemia también puede provocar transformaciones que nos cambien a fondo y para siempre.

No obstante que llevamos tan pocas semanas en la conmoción, las medidas tomadas por los gobiernos, los impactos económicos desatados en todas partes y las modificaciones de la conducta de la gente en su vida más cotidiana, han sido tan descomunales que, muy probablemente, muchas de dichas medidas y conductas quedarán incorporadas como nuevas culturas, en el tiempo, más allá de la crisis de la pandemia.

Las primeras que se quedarán son las que atañen a las nuevas tecnologías.

Para nadie es un secreto que las nuevas tecnologías vienen provocando las transformaciones culturales más drásticas. Sin embargo, muchas de dichas transformaciones venían ocurriendo a un ritmo de aceptación institucional más lento que el que requieren las sociedades.

Si observamos varias de las medidas tomadas por los gobiernos, podremos apreciar que lo que están haciendo es aceptar, aceleradamente, caminos que estaban marcados como ineludibles por las nuevas tecnologías.

El ejemplo más claro lo constituyen las medidas que han tomado con los colegios y las universidades a fin de enviar a los estudiantes a sus casas para continuar con sus clases vía internet.

Desde hace años los expertos vienen advirtiendo sobre las ventajas pedagógicas, sociales y fiscales de la educación online, sin embargo las burocracias estatales, los intereses económicos de la educación privada y los gigantescos sindicatos de maestros, venían empeñados en la terquedad de impedir la irrupción justa y necesaria de la educación virtual.

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Hoy han tenido que aceptar las ventajas de la educación virtual, a las carreras y sin chistar, arrinconados por la plaga

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Aquello que, hasta ayer, no quisieron aceptarlo con base en la razón y la conciencia, hoy han tenido que hacerlo, a las carreras y sin chistar, arrinconados por la plaga.

No me cabe la menor duda de que, una vez superado el vendaval del coronavirus, la sociedad no se dejará quitar las ventajas de todo tipo que nos trae la educación online y que ya habrá experimentado directamente y sin intermediarios, al seno de sus propios hogares y barrios.

Algo parecido, aunque menos conocido por lo pronto, ocurrirá con el “ingreso básico universal”.

Este es un tema que ha venido cobrando una importancia medular en la medida que se sabe del enorme desplazamiento que viene dándose del trabajo humano por la multiplicación de las máquinas, sobre todo a partir de la explosión de la inteligencia artificial aplicada a todo.

El tema es grande y complejo, pero podríamos resumirlo como el ingreso económico que las sociedades deberemos garantizarles a las familias y a los individuos, independientemente de si están desempleados, a fin de que puedan vivir dignamente en un mundo donde el trabajo, tal como ha existido tradicionalmente, tiende a desaparecer.

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Con la gente sin poder ir a trabajar, los gobiernos tendrán que afrontar con valentía la implementación del “ingreso básico universal”

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Con la gente sin poder ir a trabajar, tal como estamos viéndolo en China, Italia, Francia y España, los gobiernos tendrán que afrontar con valentía la implementación del “ingreso básico universal” y la sociedad tendrá que entrar en una redefinición profunda de la función social del hombre.

Viviremos durante estos meses de incertidumbre y dolor, muchas medidas que marchen en la dirección de acelerar las tendencias signadas por el crecimiento exponencial de las nuevas tecnologías, y eso, hasta cierto punto, no es de extrañarse.

Lo que sí comienza a sorprendernos es una extraña coincidencia: las gran mayoría de las cosas que están ocurriendo y de las medidas que se están adoptando están contribuyendo a la lucha contra el cambio climático.

En la medida en que, por ejemplo, los estudiantes puedan estudiar sin tener que desplazarse a las aulas o los empleados puedan trabajar sin tener que quemar los combustibles hasta sus oficinas o el conjunto de la humanidad recompongamos como ética un sentido más austero de la vida, habremos avanzado en la lucha contra el cambio climático lo que no habíamos podido a lo largo de los últimos veinte años.

Lástima que hayamos tenido que llegar hasta aquí a través del dolor y el miedo y no de la razón y la conciencia.

Me asombro cada vez que recuerdo cuando mi abuela me decía: “Mijo, Dios sabe cómo hace sus cosas”.

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