Esta semana, los casanareños nos encontramos de frente y sin piedad con la tragedia del coronavirus: tres destacadas figuras públicas del departamento han sufrido los embates de esta penosa enfermedad, lo que demuestra que ha quedado atrás la creencia colectiva que en Casanare “la situación aún no es tan grave”, generando cierto temor colectivo y una tendencia a tomar más en serio las medidas de bioseguridad.
La abrupta muerte por el COVID-19 del médico Alexánder Prada —exdirector del extinto Instituto de Seguro Social en Casanare— nos ha dejado perplejos, con un temor que muchas veces nos negamos a expresar, mucho más ante un galeno que se le conoció por su conocimiento y rigurosidad en su desempeño profesional, aun cuando el virus lo habría adquirido en unos chequeos médicos por un cáncer en un hospital de la capital del país, pero, como dijo mi amigo Camilo Prieto —reconozco públicamente que tenía razón—, es la evidencia de que la enfermedad es real y amenaza la vida de cada uno de los casanareños.
Y en menos de 24 horas de la muerte del médico Prada, nos acecha aún más lo espeluznante de la enfermedad cuando conocemos la noticia de la muerte de Tito Humberto Laverde Hurtado, concejal liberal de Yopal, quien al sentir dificultades al respirar fue sometido a los respectivos cuidados intensivos en el Hospital Regional de la Orinoquia —lo que generó la solidaridad y una cadena de oración en las redes sociales—, que infortunadamente terminó con el fallecimiento del mismo, quedando todo el mundo estupefacto porque se sobrentendía que al ser un hombre joven y totalmente saludable no tendría ningún inconveniente en superar la enfermedad, dejando además un sentimiento de desasosiego porque era una dirigente que paso a paso venia consolidando una interesante carrera política.
Y como si esto no fuera suficiente en esta semana, nos encontramos con el anuncio valeroso pero preocupante del representante César Ortiz Zorro, en el sentido de que adquirió el COVID-19 con dos de sus hijos —asintomáticos—. Solo Dios sabe cuán difícil y doloroso es enfrentar esa situación con su familia —fuentes cercanas al congresista confirman que evoluciona bien—. Por cierto, qué lamentable que venga a sumarse a los 8 legisladores colombianos que son portadores del temido virus.
Estos tres casos están dentro de los 199 que se han registrado hasta ahora en el departamento —con el agravante que la Unidades de Cuidados Intensivo (UCI) están ocupadas en un 70 por ciento— lo que deja claro a los escépticos casanareños que el virus es real, está entre nosotros, no es un simple montaje del “Sagrario” o fuentes del poder, ni mucho menos es la estrategia “malévola” del Estado para intimidar a la población y cuanta fantasía han querido recrear para negar lo catastrófico de esta enfermedad —incluida la teoría conspirativa de que las torres 5G serían la fuente del COVID-19—, sino una pandemia que se está expandiendo ahora con una total rapidez en Casanare, con el agravante de que la cifra real de contagio sería mucho más alta, si tenemos en cuenta que las pruebas de tamizaje siguen siendo insuficientes para el alarmante ritmo del contagio.
El uso del tapabocas en Yopal se está pareciendo cada vez más al del casco para motociclistas, que no solo se hace por obligación sino que además se coloca mal, porque casi nadie se lo ajusta —en caso de accidente el casco sale volando- mientras que el tapabocas se luce muchas veces colgando de una oreja o dejando al descubierto la nariz— como para que el policía o las autoridades sanitarias no nos paren ni nos digan nada- lo que indudablemente reduce o elimina el nivel de protección de este elemento ante el temido y letal virus.
A mediados de junio, un permiso especial permitió el desplazamiento con mi madre de Bogotá a Yopal —ejerciendo virtualmente mis funciones como asesor de la Cámara de Representantes—, en donde confieso que me relajé casi de inmediato, hasta tal punto que en parte dejé de lado las estrictas y conservadoras medidas que venía tomando en la capital del país, seguramente por la tendencia social de cierta indiferencia a la pandemia o con el convencimiento de que en Casanare “la situación no es tan grave”, ignorando casi la nueva costumbre de quitarme los zapatos al llegar a la casa o el hábito de estar desinfectando todo a mi alrededor.
Con lo acontecido en esta semana, he retomado las “estrictas y conservadoras” medidas de bioseguridad —lo que no quiere decir que había dejado totalmente de lado la prevención—, haciendo énfasis en no caer en un común pero aterrador comportamiento en Yopal, que consiste en quitarse el tapabocas y no mantener la prudente distancia cuando nos encontramos con conocidos o amigos —sea en un café o en el patio de una casa— lo que sin duda podría disparar de manera alarmante el número de contagios en la ciudad.
Coletilla. Un insistente llamado a los casanareños es entonces que en nuestras reuniones personales no nos quitemos el tapabocas ni dejemos de mantener una segura distancia de dos metros entre uno y otro, ni mucho menos adelantar el riguroso lavado de manos ante cualquier riesgo de exposición al virus o el ahora saludable y de moda hábito se estarse tomando la temperatura.