Difícil poner al día la información sobre en lo que está el covid-19. Innumerables polémicas se dan alrededor de la forma en que debió haberse manejado, se está manejando y aún más respecto a cómo se deberá manejar.
La desinformación y la mala o errada presentación confunden tanto que no hay claridad sobre en qué situación nos encontramos.
Existe la sensación que hemos avanzado, que salimos de una etapa y entramos en otra, que se han evitado determinado número de muertes.
En cuanto a los aspectos fundamentales, toca recordar que respecto al control de la enfermedad misma estamos como el primer día; que respecto al potencial de contagio no se ha avanzado en cuanto a la capacidad de disminuirlo; que nada se ha encontrado para evitar o reducir la mortandad que trae; que la proporción de muertes en relación con los enfermos no se ha modificado. En otras palabras que en nada nos hemos acercado a una posible solución o salida del problema de la pandemia y solo lo hemos pospuesto o aplazado.
El propósito que se buscó con las medidas implementadas se cumplió, pero toca tener claridad respecto a que este se limitaba a ‘aplanar la curva’ de la enfermedad sin tener medición alguna de cómo se dispara la curva social; es decir diferir el desarrollo del contagio para que no se saturaran las capacidades del sistema de salud, aspirando además a que se encontraran la vacuna y/o el tratamiento para enfrentar el mal, pero sin consideración a los costos en los otros aspectos de la vida ciudadana.
El informe del presidente Duque del 23 de mayo permite un balance:
Mencionó 167 enfermos en unidades de cuidados intensivos, y que, teniendo en cuenta los no detectados (quienes pasaron la enfermedad sin saberlo o sin presentarse a los sitios de chequeo y los asintomáticos), la cantidad de muertes como porcentaje de los enfermos rondaría el 1 %. Como los casos fatales superan los 700, esto significa que la inmensa mayoría no solo de los ‘casos leves’ sino incluso de los fatales no pasan o no tienen acceso a esos servicios. También informó que son 5.200 los cupos para cuidados intensivos de los cuales la mitad ocupados por otras enfermedades, y que por lo tanto la disponibilidad para casos críticos de coronavirus supera los 2.500.
De lo anterior podemos concluir que más del 90 % de lo montado para enfrentar el pico no se ha utilizado ni muy probablemente tendrá ese destino; que la gran mortandad se produce entre personas que no tienen acceso a esa posibilidad -presumiblemente por pertenecer a sectores marginados-; que se dan casos concretos de condiciones de contagio mal manejadas, como ancianatos, cárceles, o regiones como Amazonas (no aislados sino confinados entre enfermos); que se hizo un esfuerzo o unas medidas para una situación más pesimista de la que ocurrió. En resumen que nos deberíamos concentrar más en detectar a los enfermos que en aislar a los sanos. Para eso no hay vía diferente de los tests, usándolos proactivamente a determinados grupos en vez de esperar pasivamente a hacer la selección de los que llegan con síntomas. Por ejemplo en vez de dar a los mayores de 70 casa por cárcel (peor pues es sin visitas), montar sitios para hacerles el chequeo donde se les expida un ‘pasaporte’ para circular libremente si no están contagiados (vigente por 5 días).
Se argumenta que sin el ‘aislamiento preventivo obligatorio’ que se ordenó hoy tendríamos más muertes y más contagiados, lo cual es incontrovertible. Y por supuesto que en cuanto al objetivo que se busca, ‘más vale que sobre y no que falte’.
Pero el punto no es comparar con un pasado, ni debatir sobre lo que se hubiera podido y menos aún debido hacer, sino escoger el mejor camino de ahora en adelante. Luego la comparación debe ser entre el beneficio en el corto plazo de medidas excesivas, y el previsible costo de las consecuencias a largo plazo.
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La pregunta es hasta dónde y hasta cuándo vale la pena mantener medidas para ralentizar la pandemia (‘aplanar la curva’)
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En otras palabras, si se asume que el coronavirus nos va a acompañar un largo tiempo -como parece que nadie lo discute-, y que la velocidad del contagio y el número de muertes no serán controlados rápidamente, la pregunta es hasta dónde y hasta cuándo vale la pena mantener medidas para ralentizar la pandemia (‘aplanar la curva’). No es un tema de salud y vidas contra reactivación económica, sino de costo-beneficio o más exactamente de costo-reduccion del perjuicio
España e Italia ya están en la curva descendente; pero por el fenómeno de la ‘inmunidad de rebaño’, es decir porque aumentó la cantidad de contagiados que ya superaron la enfermedad y no son transmisores, mientras la cantidad de sanos aún susceptibles de enfermar en proporción a ellos disminuye (un poco como la calvicie, que entre más pelo ha caído menos queda por caer): la multiplicación exponencial va desapareciendo y disminuye la cifra absoluta de nuevos enfermos. Se aceleró el ciclo total por la cantidad inicial de enfermos, lo que les permite acelerar la reactivación.
Parece que sin querer el presidente también anotó que las cifras de muertes dadas son “con o por el coronavirus”. De hecho la enfermedad no es casi letal pero sí agrava los casos de enfermedades respiratorias que son del orden del 10 % del total anual, mientras que hasta el momento las contabilizadas como ‘con’ coronavirus suman 0.5 % siendo parte de esas y sin que se precise cuáles son ‘por’ coronavirus. También respecto a los mayores de 70 estos representan el 50 % de las muertes totales anuales, por lo tanto el dato dado por Duque según el cual el 48 % de los decesos confirmados corresponde a los ‘ancianitos’ lo que muestra es el mínimo o nulo efecto de encerrarlos.