El corazón de la democracia
Opinión

El corazón de la democracia

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noviembre 25, 2013
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En días pasados recibí una muy amable invitación de la Universidad EAFIT para comentar el libro Valores, representaciones y capital social en Antioquia 2013 en el evento de su lanzamiento.

El texto recoge los principales hallazgos del estudio ¿Cómo somos los antioqueños?, comisionado por la Gobernación de Antioquia y generosamente financiado por Sura; un caso ejemplar de alianza entre la academia, el estado y el sector privado para producir conocimiento útil para la toma de decisiones de política pública.

El equipo de investigadores coordinado desde el Centro de Análisis Político de EAFIT propuso una aproximación metodológica particularmente propicia para comprender, no solo las características sociodemográficas, sino además los rasgos culturales — valores, normas sociales, creencias, actitudes—  de los habitantes del departamento. Para ello, combinaron, desde una perspectiva interdisciplinaria, el análisis comparado de una serie de encuestas disponibles previamente con una encuesta específicamente diseñada para responder las preguntas propias de la investigación, un agudo análisis cualitativo a partir de un sondeo etnográfico, y la realización de una serie de experimentos sociales especialmente diseñados para captar la proclividad de las personas a confiar en los demás, cooperar entre sí y participar en la provisión de bienes públicos.

Este estudio debería ser replicado en todos los departamentos de Colombia. No solo porque su perspectiva interdisciplinaria y su enfoque metodológico mixto arrojan interesantes, detallados e innovadores resultados que permitirían darle una mirada fresca y profunda a la realidad social de nuestras regiones. Además porque hacerlo nos daría mucha más claridad y precisión sobre la realidad de la diversidad, o la homogeneidad, cultural de las regiones colombianas. Hasta que ello se haga, los antioqueños serán los únicos colombianos en tener este tipo de información detallada sobre cómo son. Pero no sabremos si solo ellos, o cuántos otros —nariñenses, bolivarenses, cundinamarqueses, santandereanos, sanandresanos, vallunos, guajiros… supuestamente tan distintos desde la tradicional óptica de nuestros prejuicios regionales, y desde la convencional perspectiva de la cultura como anécdota, atavío, acento y dieta—  somos también así o no.

Replicar esta investigación en otros departamentos de Colombia, mediante alianzas academia – empresa – estado,  nos permitiría conocernos mejor como nación, y diseñar mejores políticas públicas para cada región.

Uno de los principales hallazgos de este estudio es que la educación es clave para fomentar actitudes de confianza y de disposición a la acción colectiva. Sin embargo, también encontramos un detalle inesperado: los niveles más bajos de confianza y disposición a la acción colectiva se observan entre quienes están cursando o solo han cursado el bachillerato —siendo superados por quienes solo tienen educación primaria y por quienes han alcanzado una educación técnica o universitaria—. Solo quienes no han tenido la oportunidad de acceder a ningún tipo de educación presentan niveles de confianza y disposición a la acción colectiva menores que los de los bachilleres.

¿Qué está sucediendo con la educación secundaria en Colombia?

Sabemos que la calidad de la educación secundaria en Colombia deja mucho que desear, tanto en términos de los resultados en las pruebas Saber 11 (lo que en mis tiempos se conocía como el examen del Icfes), como en términos del desempeño de nuestros bachilleres en pruebas internacionales, como el ranking de Pisa. También sabemos que los profesores no reciben salarios suficientemente altos y que las probabilidades de que alguien opte por una carrera docente son inversamente proporcionales a su desempeño en las pruebas académicas. Sabemos que hay una brecha entre la educación pública y la privada, y un abismo entre la educación urbana y la rural.

Pero sabemos muy poco sobre lo que realmente se está enseñando en los colegios, y cómo. Podríamos inferir, si acaso, que en los últimos años de colegio se entrena a los alumnos para que puedan responder las preguntas estandarizadas de las pruebas Saber 11; las cuales no evalúan conocimientos ni promueven la capacidad para reflexionar críticamente, sino que se limitan a examinar una comprensión de lectura básica y modos de pensar lineales y generalizadores en ciencias, filosofía, ciencias sociales y matemáticas.

Me pregunto cuántos colegios están comprometidos con (o si nuestra política educativa los conduce hacia) la enseñanza de la argumentación y la deliberación sobre asuntos públicos, la valoración del medio ambiente, de la confianza, de la acción colectiva y la democracia, más allá de rituales seudocívicos y clichés patrioteros. Con la riqueza de infinitas culturas, antes que con los dogmas de una sola religión. Con una alimentación ética y sana.

Realizando estudios creativos y profundos sobre nuestros comportamientos y nuestras culturas, de la mano del sector público y del privado, a partir de los cuales podamos idear soluciones innovadoras de política pública, las universidades estarían cumpliendo a mayor cabalidad su papel como cerebro de la sociedad. Ojalá también podamos recuperar, con más investigación y mejores políticas públicas, al colegio como el corazón de la democracia.

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