EL CONTROL DE PRECIOS

EL CONTROL DE PRECIOS

Estar como se está ahora siempre será mejor que vivir racionado, como en Venezuela

Por: Ezequiel Olmos
enero 11, 2017
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EL CONTROL DE PRECIOS

Se puede crear, imprimir, multiplicar y tratar de hacer cumplir cualquier sofisma que la mente e imaginación del legislador pueda traer a la vida. Se supone que las leyes, hijas de las constituciones y éstas, a su vez, son hechas para encausar la vida y relaciones en las sociedades, pero, algunas veces las normas son contra natura de forma muy evidente.

En los años 80, en Nicaragua existió un tétrico ministerio, el de “Comercio Interior”, conocido como MICOIN, encargado, entre otras cosas, de decomisar todo el “contrabando interno”, el que básicamente se debe entender como todo aquello comestible o de uso personal por fuera de los estipulado en las tarjetas de racionamiento y que llevasen consigo los nicaragüenses. En otras palabras, el ministerio del hambre. También estaba a cargo de hacer cumplir el terrible control de precios decretado por el régimen sandinista.

Ahora vemos las consecuencias de lo mismo, precisamente a nuestro lado, en Venezuela. El control artificioso y politizado de los precios literalmente mata la producción de bienes en cualquier economía. Creo que nadie pensó que nuestro vecino, un país con riquezas de todo tipo, llegara a las actuales circunstancias, cuya causa principal es el control de precios. La pregunta debería ser cuántos venezolanos, aún a sabiendas de la corrupción que los llevó a votar por el chavismo, no preferirían vivir en medio del mal llamado “fascismo” de Carlos Andrés Pérez y sus predecesores, épocas en que podían comer y satisfacer todas sus necesidades (y bastante bien que se comía en Venezuela).

La igualdad no se logra castigando a los “oligarcas empresarios y productores agropecuarios”, se consigue por el contrario con un esfuerzo del Estado y la sociedad para que las personas menos privilegiadas obtengan las herramientas que les permitan acceder a una vida digna, ojo, no regalando cosas, que además de matar cualquier vestigio de dignidad elimina la iniciativa y las ganas de trabajar para progresar.

Estar como se está ahora, sin ser lo óptimo, siempre será mejor que vivir racionado, como en Venezuela, como en Cuba o como en Nicaragua en su momento y no hay que acudir a la guerra ideológica para ver la realidad: Venezuela con las reservas petroleras probadas más grandes del mundo y sin haber recibido un bloqueo económico de ninguna potencia está colapsando por el hambre. No solo tienen crudo, tienen tierra y clima propicio para ser una potencia –al menos regional- en producción de alimentos y la materia prima de uno de sus alimentos principales tiene, ahora, que ser producida en Colombia. Tremenda paradoja.

No es casualidad que Nicaragua en menos de 11 años pasase de ser la nación más rica de Centroamérica a ser la más pobre del subcontinente y que Venezuela en escasos 17 años anduviese por los mismos rumbos.

El discurso socialista vende hasta que se empieza a sufrir por hambre, porque incluso algunas limitaciones a las libertades personales son obviadas cuando hay comida sobre la mesa y para el ejemplo está China en donde hay comercio abierto y libre dentro de un régimen de gobierno comunista.

Lo que no puede pretender ningún tipo de gobierno, independientemente de su orilla ideológica, es que por medio de una ley los productores trabajen a pérdida; nadie lo hace ni lo hará y por eso se crea el círculo vicioso del desabastecimiento y el hambre. Este hambre, más que el deseo de revancha social inherente a la desfasada izquierda latinoamericana, es lo que derrumba a las naciones y a los modelos políticos, desde la revolución francesa, incluso.

Cuidado nos visita esa ideología y nos acaba como nación. El balance es delicado pues la línea entre intervención del Estado para evitar abusos y la tentación del rédito político populista del control de precios es bastante borrosa y sobre todo peligrosa.

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