Sobre el trajinado piano de cola del Hotel Tequendama, en Bogotá, un Bosendorfer de época, el mismo donde varias veces Armando Manzanero pulsó las notas de algunos de sus boleros de antología Adoro, Esta tarde vi llover, No sé tú, entre tantos, Richie Ray hace un barrido de su legendario Jalajala, y la gendarmería del lobby se vuelca a oír el estrépito de teclados, que corta en paro la rotunda siesta de una señora robusta, de fenotipo caucásico, apoltronada a sus anchas en la sala de espera.
Ricardo Maldonado Morales, Richie Ray, el célebre pianista de ascendencia puertorriqueña nacido en Brooklyn, repite la dosis para complacer el capricho de los presentes, pero esta vez con arpegios de Stravinsky, en esa trémula conjunción del artista en sus inicios, la de fusionar los bárbaros de la música brillante —caso específico el compositor de La consagración de la primavera— con la ardorosa esencia de la música latina que fue abonando terreno propio en bares y discotecas de Nueva York, de las más reconocidas, el Cheetah y Palladium, en el meridiano de los años 60.
Sus dedos brujos, en veloz ejecución, ahora imparten por escalas de Si bemol ese toque a manera de fanfarria que inmortalizó a la morena más sabrosa y cotizada de Juanchito y de Juanchaco, la misma que a esta hora debe estar marcando el paso en los arreboles de la eternidad: Amparo Arrebato, acompañada en el bamboleo de celestas con ese negro poderoso de la baldosa, Walter Rivas Cuero, el popular Watusi, camaján sin par del movimiento, otrora forrado en unos pantalones de terlenka negra, bota campana, camisas de seda brillante con los colores del arco iris, zapatos de charol blancos y un afro de Burundú, carta de presentación en la pista de baile que opacaba con nebulosas de sudor y fuego carnestoléndico las bombillas de techos bajos.
Richie sonríe. Su rostro de mago benévolo nos inspira complicidad. Sobre el vientre abierto del enorme piano Bosendorfer, de manufactura alemana, de los primeros que entraron a Colombia por el puerto de Barranquilla (por donde hizo su ingresó triunfal la civilización), se asoma el rostro cinematográfico de Bobby Cruz, que luce gafas negras, como un Ray Charles blanco, confirmando con un gesto el virtuosismo y la experiencia de su compañero de bregas, de hacer ver y oír la complejidad del teclado como si se tratara de un pasatiempo didáctico de guardería infantil.
—Siento una voz que me dice, ‘¡agúzate!’, que te están mirando…
Una voz que parece salir como de las profundidades de una abadía, que es al diafragma de este hombre, a su edad, aún de contextura maciza, erguido, como esos galanes que causaron furor en las películas de vaqueros, y en los afiches que promocionaban sus películas con el Cañón del Colorado, como telón de fondo.
Richie Ray & Bobby Cruz: marca registrada de la salsa más depurada y exquisita de todos los tiempos. La salsa de estudio, de trabajo, de fusiones inteligentes, de ritmo y pulsión. La salsa que en un verano magnífico del 65 —dos años después de su afortunada unión— disparó a la concurrencia a bailar exaltada con los arpegios, las trompetas y la voz que en el orbe hizo eco de su primer éxito: Comején. Así dejaron impreso un sello de calidad para fortuna de varias generaciones, vigente hasta nuestros días.
—¿En qué momento se jodió la salsa buena de la que ustedes fueron pioneros?—, le pregunto a Richie Ray.
"Desde que empezaron a meterle catre y a volverla facilista. Ese es el tipo de salsa que se hace en serie, como salchichas, y que raya en la obviedad, y a veces en la vulgaridad. La salsa se vino abajo desde que le cerraron la válvula de la mística y del romanticismo.
Sabia aseveración. Esos son los ingredientes que en su momento le dieron realce a la salsa clásica: la mística, el romanticismo. Y el talento. Y ese saborcito del Ketchup gringo que embadurnaba las hamburguesas de los trabajadores neoyorkinos a la salida del trabajo. De ahí viene el término.
“Póngale salsa”, le dijo Bobby Cruz al locutor de una estación radial de Nueva York, cuando le preguntó qué nombre recibía ese ritmo que estaba enloqueciendo a media humanidad en los albores de Fania All Star. “Póngale salsa, como la de las hamburguesas”.
Y la llaman clásica, otros le dicen sinfónica, porque fue Richie Ray quien le dio ese toque de majestad, a lo Igor Stravinsky, producto de una larga vida de estudio, ensayo e improvisaciones: a los dieciséis años era pianista clásico y concertista.
A esa edad emparentó con Bobby Cruz, que le lleva siete años. "Nos conocimos por nuestras mamás —dice Richie—. La de Bobby, doña Gregoria Ramos, era muy amiga de la mía: Cristina Morales, quien me infundió el amor por la música. Vivíamos en Brooklyn, tiempos duros, días de necesidades, de premuras económicas, pero la música y la ilusión de llegar lejos, llenaba ese vacío”.
"Bobby era un pillo en ese entonces —continúa Richie—. Para ser más precisos, desafiaba el bravo mundo de la noche neoyorquina como líder de una pandilla que hacía todo tipo de pilatunas en el Bronx y en Queens. Era un chico de respeto. Si es que inspiraba una película de Martin Scorsese, que por esas fechas estaba metido en el rodaje de Taxi Driver, con Robert de Niro. ¿Se acuerdan?".
—Claro que sí, uno de los clásicos de Scorsese, que nos hizo conocer el lado oscuro del bajo Manhattan con un taxista psicótico al volante (de Niro). Pero ustedes eran diametralmente opuestos: Richie, el bueno; Bobby, el malón. ¿Cómo lograron entenderse?
—Por la misma razón que Dios los cría y el diablo los junta—, riposta Cruz.
Y Ray contraataca:
"Nos hicimos muy amigos. Congeniamos desde el primer momento. Él era como mi guardaespaldas, mi protector. Le gustaba como interpretaba el piano. Un día me dijo: con lo que yo sé de la vida y con lo que tú sabes de música, podemos hacer algo extraordinario, que estoy seguro, va a estremecer el mundo".
Las palabras de Cruz no pudieron ser más proféticas. Así sucedió, al pie de la letra. Ya son cincuenta y cinco años de amores salseros, con más de cien producciones discográficas, entre seculares y cristianas, varias vueltas al mundo, cualquier cantidad de éxitos, desde Richie Jalajala, pasando por Amparo Arrebato, Ahora vengo yo, Yenyeré, La Zafra, Sonido Bestial, Traigo de todo, Comején, Bomba Camará, hasta La vieja reguetona, de uno de sus álbumes más recientes, Que vuelva la música (el número 102, grabado en Medellín), el retorno triunfal de Richie y Bobby a la sala de sus inicios, después de una larga temporada de grabar música cristiana.
—¿Por qué este regreso al goce pagano?
Richie responde como si se le hubiera disparado el automático:
"Aunque suene a frase de cajón, lo hicimos a petición del público. La gente que ama la verdadera salsa, la salsa original, ha puesto de presente su inconformismo con lo que se viene haciendo de un tiempo a esta parte. Ese fue el motivo de este retorno a la música secular. Reivindicarnos con nosotros mismos y con nuestra gente".
Claro, Richie hace énfasis que la corriente cristiana, desde la conversión de ambos en el año de 1974, les ha traído parabienes a granel, en su estilo de vida, en el reflejo permanente de esa paz y tranquilidad que tanto anhelaron después de haber pasado por el tubo del desbarajuste emocional, de esa fama mal administrada que conlleva al caos, al egoísmo, al contacto permanente con el licor y las drogas, a ese infierno al que ellos se asomaron, pero del que supieron salir a tiempo.
Le recuerdo a Richie de su primer concierto con Fania, en el Cheetah, en Nueva York.
—¡Ah!, si, lo recordamos como si fuera ayer. Fue en julio de 1965. Esa noche el Cheetah estaba a reventar. El maestro de ceremonias fue el mismo Johnny Pacheco. La sola presentación de ese concierto ya es un clásico. Estábamos muy jóvenes y creíamos tener el mundo en nuestras manos. El corazón de la Gran Manzana palpitaba a ritmo de salsa.
Un año más tarde, Richie Ray & Boby Cruz harían su ingreso memorable a nuestro país por Barranquilla, en el desaparecido gril Veracruz, donde estrenaron su tema Pa'Colombia y nos contagiaron para siempre de esa fiebre irremediable que es su sonido bestial.
Vuelven Richie Ray & Bobby Cruz, esta vez a Bogotá, justo para la celebración de los cincuenta y cinco años de hermandad salsera, una gala compartida con los salseros de época y su prole, esa nueva generación que goza del legado auténtico de la mejor salsa de todos los tiempos, la clásica, para unos, la de los viejitos, para otros, en finadas cuentas, la banda sonora de un fenómeno cultural que nunca pasará de moda, que ha desatado ríos de tintas de eruditos y aficionados, la misma que sentó un precedente en el acervo de obsesionados coleccionistas que conservan sus acetatos como si fueran reliquias. Y lo son.
Velitas para 55 años
Richie Ray & Bobby Cruz, timoneles de una montaña rusa que ha sido su trasegar por el esplendor de la fama, las estaciones turbulentas, el justo receso y la reivindicación —¡Vaya escuela de vida!—, a la fecha con 110 álbumes grabados, 150 éxitos de oro y platino, sendos reconocimientos, y permanente fuente de inspiración para cronistas, literatos y nóveles orquestas de salsa, regresan a Bogotá, ciudad que les guarda eterno cariño y admiración, y que se niega rotundamente a despedirlos.
Un afortunado encuentro con el Boogaloo, ese maridaje sesentero de los ritmos afrocubanos y del soul norteamericano, en su trayectoria hilvanado con el golpe y la descarga latina, con un decorado de improntas clásicas en el piano trasgresor del maestro Ray.
La de la anunciada presentación de Richie Ray & Bobby Cruz en sus 55 años de rutilante carrera musical, será el viernes 3 y el sábado 4 de mayo en el Teatro Cafam de Bellas Artes, de Bogotá, una velada para la remembranza y el deleite que significa un repertorio de donde irán brotando clásicos como Comején, Jala Jala, Amparo Arrebato, Sonido Bestial, Yo soy Babalú, Bomba Camará, Vive contento, El Diferente, entre tantos.
Richie Ray y Bobby Cruz han creado, arreglado y grabado alrededor de quinientos 500 temas. A lo largo de sus cincuenta y cinco años de carrera musical han sido motivo de innumerables reconocimientos y congratulaciones, de los más significativos, el codiciado Grammy designado como el Premio a la Excelencia Musical (2006), igual un gramófono, al año siguiente (2007), a Mejor Álbum Tropical, sin descontar una nominación de la academia por el álbum Una vida de éxitos, grabado en vivo en el Palacio de Bellas Artes de San Juan, Puerto Rico.
Recientemente, Richie Ray y Bobby Cruz fueron exaltados al Hall de la Fama de la Música Latina, siendo los primeros y hasta la fecha, los únicos salseros en obtener tan grande honor.
Prográmese: Descarga salsera, Richie Ray y Bobby Cruz, viernes 3 y sábado 4 de mayo, Teatro Cafam de Bellas Artes, 8:00 p.m.