Nací en los noventa en Colombia, contemporáneo a una de las constituciones más incluyentes de Latinoamérica, cuya pretensión más alta apunta a aplacar la zozobra de una desigualdad social enmarcada por el yugo de gobiernos autoritarios y el horror de guerras sin cuarteles. Así mismo, crecí con la incertidumbre de si lo documentado de manera casi poética en aquella carta magna realmente se cumpliría.
Antes de mi nacimiento hubo varias historias: de trabajadores masacrados por rebelarse ante una empresa bananera estadounidense, la cual contó con el apoyo de soldados del Estado; de campesinos subversivos que se levantaron en armas con la fe de que podrían construir la nación ideal, quienes con el tiempo se desviaron de las tendencias filosóficas e ideológicas de sus causas a conductas mafiosas y terroristas; de asesinatos de líderes sociales y políticos que amenazaban la hegemonía de unas cuantas familias atornilladas al poder, desmanes en protestas que terminaban con estudiantes acribillados por la fuerza pública; de catástrofes naturales como la del nevado del Ruiz, que también pudo ser evitado, sin embargo, tanta eficiencia burocrática hizo imposible salvar a la pequeña Omaira y posible la toma del palacio de justicia y su incendio conveniente para la impunidad del sistema criminal. Antes de mi nacimiento existió de un paisa psicópata y megalómano que jugaba a ser dios y Colombia era su patio de juego.
Partiendo de un contexto histórico, puedo decir que desde la conformación de nuestra patria venimos de guerras civiles endémicas que se consolidaron en dos grandes bandos y que se fueron distorsionando del bandolerismo al “castrochavismo” y de terratenientes a paramilitares en una lucha interminable por el poder de entes viviendo en simbiosis. Luego, lo escrito después de mi presencia en el mundo ha de ser la historia compartida de mi vida y mi nación, como lo fue el asesinato de Jaime, la conspiración genocida del gran colombiano, los procesos jurídicos del desfalco a Cajanal, el escándalo de Commsa, los mal llamados falsos positivos, la parapolítica, la Farc-politica, las chuzadas que desde el departamento administrativo de seguridad vigilaban a todo personaje que inspirara aires progresistas; el carrusel de contrataciones, la monopolización de los Char en el Atlántico, el dominio de los Cotes en el Magdalena, la Yidispolítica, agro ingreso seguro, el negocio de la Dirección nacional de estupefacientes, el desfalco a la salud, la bobadita de Reficar, la estupenda gestión del general Santoyo, la comunidad del anillo, la muerte de Dilan, el desastre en Mocoa que también pudo haber sido evitado, pero que aún mantenemos la misma eficiencia burocrática de 1985.
Mi generación y las siguientes están sumergidas en una inimaginable cultura de corrupción, en medio de un país tan demarcado por el clasismo, el costumbrismo y el "espantajopismo", con padres trasmitiendo sus miedos absurdos al cambio, su fanatismo religioso, su nula gestión de emociones, su insensibilidad ante las matanzas sistemáticas de quienes si buscan una mejoría para su pueblo, su desinterés político, su falta de educación sexual, su machismo causante de embarazos adolescentes y feminicidios, su costumbre insana de pensar que entre más hijos mejor, su ciclo infinito de conformismo.
Nací en los noventa, en medio de una sociedad enferma que se niega a ser atendida, que romantiza la pobreza y aplaude la discriminación, en un bucle histórico descarado y absurdo, en medio de una sociedad que se acostumbró a tener que elegir un bando, una sociedad que se le niega una educación de calidad para que no pueda ver que este estrés y esta ansiedad que manejamos tiene razón de ser.
Soy de una juventud nacida en la década que sirvió como punto de inflexión para el desarrollo tecnológico y que evolucionó al tiempo con esta herramienta a través de la cual pueden leer mis palabras, a través de la cual también nos pueden manipular para no salir de nuestra zona de confort, saturarnos de información irrelevante y distraernos de lo que nos debería concernir y con la cual nuestros hijos crecerán. Pero depende de nosotros si desaprovechamos esta herramienta que se nos fue dada, este medio que nos permite ver la realidad de este país en el que vivimos. Depende de nosotros si ignoramos o no nuevamente nuestra historia, nuestra salud mental, nuestra constitución. Es por eso que si alzamos nuestra voz, si marchamos, escribimos, cantamos, dibujamos, peleamos y luchamos no es para hacer vandalismo, no es para hacer más daño, es para hacer memoria y, sobre todo, conciencia.