Con un fallo emitido ayer y esperado por más de tres años, El Consejo de Estado le cerró el grifo al fanatismo al destituir al Procurador General de La Nación Alejandro Ordóñez Olmedo, al considerar que su reelección no era legal y por ende no podía continuar con sus catilinarias al frente de una de las instituciones más poderosas del país, condenando e inhabilitando a Raimundo y todo el mundo, en especial a aquellos que no estaban de acuerdo con su recalcitrante y conservadora moral.
El procurador logró atravesarle, por más de un año, talanqueras a la justicia que él mismo decía que defendía, evitando un fallo en su contra que se veía venir, pero que el mandatario buscó demorar por todos los medios posibles, para continuar disfrutando del enorme poder que le permitió perfilarse y hacer campaña a la Presidencia de la República.
Los periodistas del Caquetá que tuvimos la oportunidad de cuestionarlo en una de sus últimas intervenciones en la cámara de comercio de Florencia, recordamos su mirada despectiva, quizás altanera, su voz chillona y agresiva y su talante de obispo medieval condenando a diestra y siniestra todo lo que consideraba pecado, todo aquello que según él ofendía a la sociedad, viniera de donde viniera y buscara el bien que buscara.
Ahora El Donald Trump colombiano, sin el desmedido poder que le había concedido el Estado al que tanto atacó, se prepara para enfilar baterías hacia La Presidencia de Colombia y desde ya nos tenemos que preparar para sus anuncios de construcción de un muro en Urabá para contener a los inmigrantes que viajan a Panamá, de la prohibición de leer aquellos textos que no estén de acuerdo con su moral oscurantista, de la presentación de proyectos de Ley para desterrar todo lo que suene a LGTBI y de su ira mediática contra todos aquellos medios que osen pisarle los callos de su enconado orgullo medieval.
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