Con el artículo de alto calado cultural "Mercedes Barcha, el adiós al Cocodrilo sagrado", con el que se anota un hit la renaciente revista Cambio, la periodista Patricia Lara acierta al citar textualmente el conmovedor y macondiano discurso de las dos nietas del genio de Aracataca, cuando las cenizas de su abuela se mezclaron con las de Gabo en Cartagena.
Lo confieso: no tenía ni idea de la estructura familiar de García Márquez. Aunque me considero un "gabólogo" aficionado -no profesional- desde que "El Amor en los tiempos del cólera" a mediados de los ochenta me quitó deliciosamente la inocencia, cuando las hormonas se alborotan a los escasos 14 años de edad.
El éxtasis por el triángulo amoroso del Fermina Daza, Florentino Ariza y el Doctor Juvenal Urbino -que desencadenó en una lectura apasionante del “Otoño del patriarca”- generó un desinterés total por su entorno familiar, y hasta me molestó que un hermano tratara de reescribir o recontar los pormenores de "Crónica de una muerte anunciada", y supuse -sin ningún elemento de juicio- que uno de sus hijos no sería un director de cine tan sobresaliente.
A mediados de la década pasada, estaba postrado del dolor en una cama de la Clínica Palermo en Bogotá, recuperándome de una operación con bisturí -sin laparoscopia- para eliminar vesícula y cálculos, en donde me acompañaba la primera edición de "Vivir para contarlo", en donde me encuentro que coincidencialmente el primer hijo de Gabo nació en esa reconocida clínica, fundada después de "El Bogotazo" por las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen.
Una extraordinaria noticia para el periodismo y la opinión pública ha sido el regreso de la Revista Cambio -bajo la rigurosa y disciplinada dirección de Daniel Coronell- en donde me encuentro entonces con esta fabulosa nota de la "fusión" de las cenizas de Gabo con las de Mercedes, en el Claustro de La Merced de la Universidad de Cartagena de Indias
Las dos nietas de García Márquez tienen la fuerza y la profundidad de sus grandes ojos y sus pobladas cejas, que igualmente denotan la serenidad y a la vez la cordura del genio, quien sin negar una leve sonrisa o una cálida expresión, mantienen esa distancia que interponía Gabo ante los demás para salvaguardar su intimidad, que algunos interpretaron como una soberbia constante, pero quienes nos tratamos de acercar curiosamente a sus letras, entendemos que era un derecho más que ganado del autor de esta obra cumbre de la literatura universal, y que no provenía de ninguna actitud reprochable, sino más bien de una reflexión larga y tendida de toda la vida, acorde a unos sólidos principios éticos, en donde lo esencial era lo más importante y no necesariamente lo más inmediato.
Son dos mujeres extremadamente bellas -lamento no tener veinte años para intentar de manera quijotesca enviarles un poema de amor-, no sólo heredaron en sus facciones el gen “garciamarcano”, sino además el realismo mágico de su universo, en donde se predice que los García Márquez tendrán el mismo destino cíclico de los Buendía Iguarán en “Cien años de soledad”, porque tan solo basta leer el discurso de su nietas -con lentitud y bien masticado- para deslizarse nuevamente por ese excepcional talento de Gabo para contar anécdotas, que aparentemente son cotidianos o superfluos, pero que encierran referentes, claves, señales para interpretar y disfrutar aún más esta corta existencia.
Su nieta Inés García Sheinbaun extrae vivencias tan singulares, pero tan sorprendentes, que sentí iniciando la lectura de la segunda parte de “El amor en los tiempos del Cólera”, como cuando dice que Mercedes era “una brújula moral, siempre enseñándonos lecciones sobre la vida; una persona tan interesante y glamorosa que parecía de ficción. Lo cual tiene perfecto sentido y explica por qué Gabo estaba tan enamorado y cautivado por ella”, pero sin dejar de mencionar ese lado del cómplice “chismorreo” tan innato y fascinante en las mujeres, al ver juntas el programa de televisión “Caso Cerrado” de Telemundo, atreviéndose a asegurar que “mi abuelo es la única persona a la que dejaría que ocupara mi lugar enfrente de la tele junto a ella”.
La verdad: me intriga saber qué actitud tomaba Gabo, cuando veía a su esposa y su nieta seguir entusiastas “Caso Cerrado” -tan ajeno a su magistral creación- pero seguramente no dudaría en tomar nota para construir un nuevo anécdota, con el fin de darnos una pista sobre ese mundo en familia, aunque me atrevo a suponer que con esa tolerancia y grandeza intelectual, prefería dormir la siesta al lado de esos dos seres amados, sin que le afectara para nada el sueño los constantes gritos y alaridos de la juez Ana María Polo.
Su segunda nieta Emilia García Elizondo -actriz- hace énfasis en esta despedida, pero aclarando que “que a Mercedes nunca le gustaron las despedidas. Cuando te despedías de ella por teléfono, solo colgaba y uno se quedaba del otro lado del teléfono pensando que estaba de malas. Hoy me doy cuenta de que, seguramente, no le gustaba decir adiós, porque qué difícil son las despedidas”.
Entonces, en pleno discurso Emilia se apresura a tranquilizar el espíritu de Mercedes, al decirle que “no te preocupes. Aquí todo sigue igual. Claro, ahora hay un inmenso vacío en todas nuestras vidas, pero todo lo demás sigue prácticamente igual… Tu casa sigue funcionando a la perfección, Geno y Mónica, resolviéndole la vida a todos, y Roci, dejando cada rincón de ese lugar, exactamente como tú lo dejaste… Papa y Ro siguen teniéndolo todo bajo control, como Tú y tus nueras teniéndolos a ellos bajo control”.
Y al concluir, describe lo que se interpreta como uno de las mayores concesiones de su abuela para con ella:
“Tuve la gran suerte de poder entrar a tu closet, al espacio, en mi opinión, más íntimo que había en esa casa, y reconocerte en todas tus etapas. De encontrarme pistas y destellos de quién eras antes de que yo te conociera. De poder tener entre mis manos tus agendas, objetos preciados en donde no ponías horas ni citas, sino nombres de personas que te visitaban, a quien querías y molestias físicas, al igual que momentos clave en tu vida”.
Coletilla: Al recorrer durante toda mi vida ese fascinante pero complejo mundo de Gabo, es la primera vez que deseo leer un libro sobre el genio de Aracataca, pero escrito por otra persona, porque consideraba que no debía perder el tiempo con la opinión de otros, si tenía el privilegio de acceder directamente a sus libros, y de hecho considero que la película “El amor en los tiempos del Cólera” es el intento más desafortunado por descifrar esa magistral creación, en donde solo se salva la banda sonora y por supuesto el actor que personifica a Florentino Ariza.
Pero una vez extasiado por los discursos de su quiméricas y fascinantes nietas, he decidido leer “Gabo y Mercedes: una despedida”, escrito por su hijo Rodrigo García, no sin antes terminar de leer “Ensayo sobre la ceguera” del también Nobel de literatura José Saramago, quien alguna vez dijo que, aunque quería muchísimo a Gabo, no compartía su propuesta de eliminar la ortografía.
*** Escritor.