¿Cómo sería el Senado de Colombia sin la presencia crítica de Jorge Enrique Robledo? ¿Qué pasaría si miles de compatriotas perdieran el liderazgo y la lucha que los acompaña en esa corporación? ¿Qué sucedería si no existiera allí el faro que guíe el barco en la tenebrosa noche de corrupción en que navega el país? Estamos confiados plenamente de que será de nuevo elegido, pero también sabemos que los que siempre nos han mal gobernado hacen hasta lo impensable para impedir que vuelva al Congreso la voz que los denuncia. Robledo es garantía absoluta de que en esa desprestigiada institución continúe actuando la coherencia, la sensatez y el valor civil que lo caracterizan, porque tiene una intachable historia que lo demuestra: años de lucha al lado de los más débiles; estudio de la realidad colombiana para educar con argumentos y sin injurias; coherencia en sus convicciones que le dan seguridad y confianza a sus seguidores y aliados; y actuar transparente que legitima su rechazo y denuncia de la corrupción imperante.
Lo conozco hace más de cuarenta años cuando, allá en Manizales, fuimos compañeros docentes en la Universidad Nacional de Colombia, y también cuando comenzaba a hacer política en las condiciones más adversas que se puedan concebir. Recuerdo que mientras los partidos tradicionales movían a los electores —tal como hoy— con ofrecimientos de empleo, con prebendas y francachelas a cambio del voto, y con el apoyo de los poderes económicos y de los grandes medios de comunicación, Robledo y sus pocos compañeros que comenzábamos la vida política en el MOIR contábamos solo con nuestras convicciones y nuestro apoyo a las luchas del campo y la ciudad para ganar adeptos. El resultado era siempre el mismo: poca cantidad, pero mucha calidad, porque los pocos que se decidían a acompañar los postulados de Robledo eran personas que no se dejaban tentar, pese a sus necesidades, por los traficantes de conciencias, y eran consecuentes con la idea de que solo con la lucha conjunta y organizada podían lograr sus sentidas reivindicaciones. Pero a pesar de las adversidades, y precisamente sin traicionar los principios de la ética, a punta de persistir en la lucha al lado de los productores del agro y de la industria y de mantener la coherencia de las ideas con su forma de hacer política, Robledo logró ocupar un lugar destacado a nivel nacional en la oposición a todos los gobiernos de la tradición liberal-conservadora, gestores del sistema corrupto imperante.
La coherencia del arquitecto Robledo se puede constatar en la similitud con que ha abordado los temas académicos como los políticos. La misma profundidad y rigor que ponía en las investigaciones sobre la historia y el patrimonio de la arquitectura regional caldense la emplea en sus análisis de la realidad social, tanto local como nacional. Tan pedagogo es en su explicación de la evolución de la tradicional técnica del bahareque, como en la de los factores económicos que originan las precarias condiciones en que viven los desempleados, los obreros, los campesinos y los pequeños y medianos empresarios. Porque una de las características del pensamiento de Robledo es que desentraña con fundamento las causas de los fenómenos, en una constante confrontación entre la teoría y la práctica. Así se convirtió en el primer profesor titular de la Sede Manizales de la Universidad Nacional de Colombia, y así también, con lucha, tenacidad, persistencia y seguro de sus convicciones, logró llegar al Senado de la República en 2002, apoyado por grandes conglomerados de inconformes del campo y la ciudad.
Sorprende —por lo difícil que es encontrar políticos coherentes— la correspondencia entre lo que pensaba Robledo en esas épocas y lo que piensa hoy. En la década del setenta, por ejemplo, cuando la corrupción ya se había entronizado en la vida política del país, planteaba que para erradicarla era necesario derrotar en las urnas a sus artífices, los dirigentes de los partidos Liberal y Conservador. De la misma manera, mientras la tendencia generalizada de la ‘izquierda’ se orientaba a trasplantar a Colombia, de manera dogmática, el socialismo, Robledo insistía —igual como hoy lo hace— en que había que remover las trabas centenarias para el desarrollo de la economía de mercado, mediante la creación de riqueza basada en soberanía política y productiva, incluyendo al empresariado dispuesto a construir nación. Y su posición en esas épocas en relación a los métodos para hacer política es exactamente la misma: en primer lugar, rechazo a la lucha armada en un momento en que la mayoría de posturas políticas de la llamada ‘izquierda’ eran proclives a tener un pie en el ‘monte’; y, en segundo lugar, repudio al clientelismo que era —tal como hoy— la práctica generalizada de la ‘derecha’.
Uno de los episodios más llamativos de la vida política de Jorge Enrique Robledo y que esclarece su postura en contra de las corrientes imperantes, fue su rechazo al libre comercio, esa imposición del Consenso de Washington (1989) que propugnaba por invadir nuestros mercados con productos que aquí se producían. Así, la apertura económica de César Gaviria (1990), que prometía el despegue económico del país, fue acogida con especial regocijo por la inmensa mayoría de fuerzas políticas, tanto las del establecimiento como las de ‘oposición’. Pero tal vez la única voz contraria fue la de la corriente que acompañaba al hoy senador Robledo, que alertaba sobre los males que podía traer esa imposición económica. Pues bien, después de haber sido aplicada esa apertura durante veintisiete años por los gobiernos de Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos, el país no solo no ha despegado, sino que la seguridad alimentaria está amenazada y la producción industrial está en rojo; y se ha convertido en uno de los más inequitativos de América Latina y en uno de los más corruptos del mundo.
Precisamente, el acompañamiento que hizo Robledo a las luchas, primero de los cafeteros y después de la mayoría de productores del campo que sentían los rigores de la crisis generada por la apertura económica en la década de los noventa, fue gran parte del éxito logrado con su elección al Senado. Y como parlamentario continuó al lado de quienes exigen sus derechos, y también denunciando la creciente corrupción que los vulnera, en más de 150 debates de control político a los gobiernos de Uribe y de Santos. Y el acierto en la política de oposición lo llevó a lograr alianzas de gran relevancia, como la que consiguió con el exmagistrado y también nuevo senador Carlos Gaviria Díaz, para conformar, primero Alternativa Democrática, y después, en conjunto con todas las fuerzas de la oposición, el Polo Democrático Alternativo, cuyo ideario es el reflejo del pensamiento de Robledo en toda su vida política. Hoy, todos aquellos que no cumplieron con ese ideario y contemporizaron con la corrupción y los procederes de la herencia liberal-conservadora están por fuera del Polo.
Para las elecciones que se avecinan, el Polo Democrático Alternativo postuló a Robledo como candidato presidencial, con la perspectiva de lograr una gran convergencia para derrotar a quienes han mantenido el estado de corrupción y de inequidad en Colombia, y bajo el legado de Carlos Gaviria que insistía en el principio de la ética, como fundamento de la política. Así se concretó la Coalición Colombia, sobre la base de que para erradicar la corrupción hay que derrotar el sistema que lo engendra, rechazando el velo de la polarización que el uribismo y el santismo han agenciado para dividir y perpetuarse en el poder. Las otras dos fuerzas coaligadas son Compromiso Ciudadano, de Sergio Fajardo, y Alianza Verde, de Claudia López, con las que se suscribió un programa común, se concretaron listas de lujo para el Congreso, y se escogió a Sergio Fajardo como candidato presidencial. Por eso, el Polo declinó la postulación del senador para que continuara como aspirante de nuevo al Senado, con el número 1 de su partido, para continuar la denuncia de la podredumbre rampante, y en apoyo a Sergio Fajardo, “único candidato que puede derrotar a los mismos con las mismas en las elecciones de mayo”, según la proclama de Robledo.