Una madriguera cuántica sería el mejor lugar para ocultarse un conejo esquivo y burlón, confundido con una liebre precaria y difícil de cazar para nuestras pretensiones omnívoras y hambrientas. El conejo burlón y esquivo sabe que para pasar de una dimensión a otra, solo requiere el descuido del propio autor que se ha inventado una fábula posmoderna y globalizada.
La fábula de la paz bien podría ser un buen escenario para que la paloma imperturbable, ceda su espacio simbólico, desgastado y en ruinas, por otra especie animal mucho más contemporánea con la realidad manejada al antojo de los lectores y no del autor inventado, que fracasa y se desespera ante su impotencia creadora o ante su trascendente invención literaria que ha rebasado los límites imaginarios de su fuente de inspiración.
Digamos entonces, que el conejo remplaza a la paloma y la fábula en esencia no cambia.
¿Vale la pena oponernos a la paz con palomas o conejos? ¿Tiene sentido compartir el estado de odio personal con un vacío nacional de paz deforme y maleable? ¿Hasta dónde estaremos los colombianos dispuestos a aceptar que la paz, es el mejor camino para dejar de matarnos de manera sistemática y coincidente con defensas ciegas de ideologías y posturas?
El infortunio del Estado fallido de otros tiempos –que se prolongaron desde la independencia en el siglo XIX- y la quimera de la entrada triunfal por la senda de la modernidad –por fin- prometida, de la mano de la paz, la equidad y la educación; plantean la disyuntiva de dejar el pasado con su carga de muertos, tragedias y desesperanzas, por un futuro de reconciliación, de perdón sin olvido y de profundas transformaciones estructurales.
¿Será posible acercarnos a un modelo social menos indigno y más incluyente?
Dura pelea. Difíciles batallas las que nos esperan en el escenario de la paz y la reconciliación. El epíteto del posconflicto con su carga de institucionalidad, recursos en abundancia y de cooperación externa; parecen un viento solar de llegada impredecible y de efectos insospechados.
Una guerra mucho más intensa y más cruel se podría desatar en el posconflicto, la pelea ciega y fiera por los recursos; los territorios de paz acomodando sus tramoyas de oropel y hojalata para el teatro del sufrimiento y las víctimas; hordas de gobernadores y alcaldes en fila de desplazados y de población afectada por el conflicto armado; pidiendo limosnas en sombreros raídos y con sucios harapos, ante las frías oficinas del Ministerio del Posconflicto.
Algunos estarán dispuestos a perdonar los desmanes de la lucha armada
y a entender que los nuevos tiempos deben incluir a la carne de sapo
en la nueva dieta de los colombianos
Otros, entre tanto, estarán peleándose la preferencia de las Farc-EP por su territorio como objetivo de paz y posarán para las fotos virales junto con los comandantes ungidos con el conejo o la paloma de turno. Dispuestos a perdonar los desmanes de la lucha armada y a entender que los nuevos tiempos deben incluir a la carne de sapo en la nueva dieta de los colombianos y entre todos, medir fuerzas de otra manera y superar aquello de que señalar al contrario con la diana de tiro, no es la mejor forma democrática de gobernarnos y tolerarnos.
No guardo muchas esperanzas con el posconflicto de manera inmediata, soy más partidario de acoger de manera simbólica a la tortuga de la paz. Animal fuerte, lento y paciente, que resiste embates y vejámenes; que se refugia en sus propias reflexiones antes que ir a molestar al vecino con sus impertinencias –¿alguien ha visto a una tortuga chismosa en la casa de la vecina?- y que por su longevidad nos garantiza otro respiro prolongado y borra el sinsabor de las almendras amargas al despertar por las mañanas.
Creo que es más difícil prepararnos para la paz y la reconciliación, que seguir en la guerra fratricida y prolongada; con dividendos políticos para los que le apuestan a la polarización de visiones, con réditos económicos para los que viven del gasto militar y para los aurigas que nos llevan al despeñadero de la sinrazón de la muerte y el odio endémico.
Con palomas, conejos o tortugas, la paz y la reconciliación es una mejor alternativa que la sangre derramada y vista sobre esta tierra.
Coda: “Callamos sin terminar la frase, / sonriendo sin remedio. / Nuestras personas no saben cómo hablarse.” Del poema “Encuentro inesperado” de Wislawa Szymborska (Polonia. 1923-2012).