En julio de 2022, Nairo Quintana estaba feliz. Era el último mohicano que podía resistir ante los nuevos monstruos del ciclismo mundial, los jóvenes Jonas Vingegaard o Tadej Pogacar. Su sexto lugar en el Tour de Francia significaba reverdecer. A sus 32 años, se daba el lujo de salvar del descenso al Arkea, el humilde equipo francés que le dio la oportunidad de seguir siendo líder después de que se cansó de los desplantes del Movistar, el conjunto español que él convirtió en el más grande del mundo durante la década pasada. En agosto, preparaba su participación en la Vuelta a España en donde anunciaba que iría con todo. Era uno de los favoritos de la Vuelta que ya había ganado en 2016, pero el 17 de agosto. todo terminó. Ese día recibió la peor de las noticias.
En uno de los controles realizados durante la ronda gala entre los días 8 y 13 de julio, encontraron rastros de Tramadol en su sangre. Si bien no es considerado una sustancia dopante, si le daba para ser descalificado del Tour. Todo lo bueno que había hecho se había evaporado. Aunque estaba habilitado para participar en la Vuelta, decidió bajarse de la bicicleta y preparar su defensa ante la Unión Ciclística Internacional. Eso sí, las declaraciones del Arkea no pudieron ser más destempladas.
Se trataba del francés Yvon Ledanois quien dijo sin pelos en la lengua: “Por supuesto, si es cierto. Pero la primera persona a la que habría decepcionado sería a Emmanuel Hubert, luego al equipo, a sus compañeros y luego al cuerpo técnico. Tenía la confianza de todos... Si resulta que se equivocó, es una pena. Ahora bien, se está llevando a cabo una investigación, y me cuido de no comentar. Simplemente, desde el ser humano, me hubiera gustado tener una llamada telefónica de él, que nunca recibí. Pero bueno, nunca espero nada de un corredor”.
El Movimiento por un Ciclismo Creíble estableció un veto entre sus equipos, los principales del World Tour, los más prestigiosos. Había un veto, así lo denunció Johan Bruyneel, el belga que supo hacer grande a Lance Armstrong denunció que el Tour había amenazado a los equipos que decidieran contratar al boyacense con un bloque a la Grand Bouclé: “si lo contratan, no viene”. Esa sería la sentencia.
A comienzos de enero, después de que el papá del ciclista le aconsejara retirarse, Nairo convocó una rueda de prensa. Se especuló que, cansado de no encontrar equipo, se retiraría del deporte. Sin embargo, esto no sucedió. En un comunicado leído por él mismo, anunció que viajaría a Europa con su agente, el veterano italiano Giussepe Acquadro, a buscar un equipo.
A casi cuatro meses después del anuncio y con la temporada ya disparada, no ha habido nada concreto. Una de las cosas que juegan en contra de Nairo es su salario de 1,9 millones de dólares al año, uno de los más altos del pelotón internacional.
Ahora se encuentra entrenando en Andorra y cada día que pasa juega en su contra. Nairo ha tenido que soportar, desde sus inicios en este deporte, el matoneo de una disciplina dominada por europeos. Ha sido el primer indígena en ganar etapas en las tres grandes vueltas, en hacer podio en el Tour y en ganar Giro y la Vuelta. Pero desde que apareció en el Tour de L’Avenir del año 2010, ha tenido que soportar el desprecio y el racismo de sus competidores. Lo único cierto es que, por tomarse una pastilla para contrarrestar un dolor de espalda, a Nairo, a los 33 años, tuvo que ver cómo a juro lo sentaron.