En el terreno político tal vez Engels tenía razón cuando dijo que "la no resistencia de las mayorías, la actitud pasiva de las masas da al grupo minoritario la apariencia de ser los representantes de ellos". Y es que esa sombra silenciosa en las gentes es la que termina siendo el caldo de cultivo para el oportunismo de los líderes de turno. Barranquilla, “la arenosa”, fue arremetida por ataques brutales en la última semana, hechos que no necesitan narración alguna, de hecho, su tensión y dolor son suficientes. No obstante, si generan dos sensaciones. Una particular, es que no hay villanos, ni autores intelectuales. Las autoridades, en cambio, que llevan la historia, no han construido un universo lo suficientemente creíble para que se acepte del todo, en la opinión pública, los episodios delictivos.
Por otro lado, la sensación subsiguiente es que aquel “grupo minoritario de representantes” está en su pim-pim histórico, feriándose la presidencia entre paisas y cachacos como una gran guerra de regiones, propia de un reality show de canal mermelada de TV nacional. Fuera del karma de la Farc que son un tango compuesto por Marx, me preocupa como aldeano de este pequeño cosmos, que no sea solo como Engel decía sobre la actitud pasiva del silencio de las masas, sino que ahora sea el ruido de las bombas en mi Barranquilla, que dé al grupo minoritario la apariencia de ser los representantes nuestros.
Aun así, el complot en Barranquilla no es ese, es la metamorfosis de la cultura que sobrevive con la terquedad propia del espíritu de la naturaleza. Que le gana la batalla a la fatalidad de su destino. Mejor dicho: los monocucos y los congos posarán sobre los escombros y sus cenizas.