El complejo futuro de Latinoamérica

El complejo futuro de Latinoamérica

El mundo no va a cambiar por cuenta del coronavirus, pese a que su prolongación sí nos enfrentará a retos desconocidos

Por: Jorge Ramírez Aljure
julio 21, 2020
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El complejo futuro de Latinoamérica
Foto: Leonel Cordero.

Tal vez algunos ricos terminen pobres y la mayoría de pobres en la olla, pero que derivemos alguna consecuencia moral por cuenta de la pandemia no parece razonable ya que la naturaleza del hombre no se moverá un ápice de su egoísmo y este ha demostrado que es más fuerte que la razón como muchos lo habían avizorado.

Pero será distinto, ya que las diferencias entre unos cuántos ricos y el mundanal de pobres serán tan exageradas y las deudas de quienes saldrán debiéndolas tan difíciles de cubrir que no habrá cómo pagarlas. El capitalismo financiero global habrá avanzado tanto —ante la semiparálisis del productivo— en su tarea monopólica que habrá perdido, cuando aterricemos en la normalidad que desconocemos, gran parte de su gracia como para que sus más empedernidos jugadores continúen en la febril competencia de desplumar a quienes están en cueros.

Quizás pervivan las diferencias culturales y chinos, gringos, japoneses, europeos multimillonarios decidan salvar el planeta que envenenaron ante la imposibilidad comprobada de ser felices fuera de aquel, aunque algo tuvieran adelantado para hacerlo. Por lo que no sabremos los demás terrícolas si debiéramos saltar de gozo ya que todo dependerá de lo que decidan hacer, que dada la calaña es posible que decidan abandonar a su suerte a quienes consideran que solo aportan polución a un entorno que, para entonces, les parecerá inigualable e imposible de dejar.

Solo quedarán para acompañarlos —en épocas de robotización general— quienes no puedan ser remplazados por aquellas precisas máquinas. Que no serán demasiados, sobre todo emergentes moralistas para construir una ética que tranquilice las conciencias de sus patrones y dar lustre artístico a una cultura cuyas limitaciones humanísticas serán evidentes.

Y entonces será tarde para pensar en el destino de pueblos como los latinoamericanos que pocos multimillonarios aportará al selecto grupo —donde no será solo la riqueza la protagonista sino el poder político que la respalde— como para implorar algo en favor de sus pobres habitantes que no lograron modernizarse de verdad y menos desarrollar una rama diferente y competitiva que les permitiera sobreaguar en situación tan complicada.

Ya no será hora de decir que erramos el camino imposible de igualar de la tecnología occidental ni de argumentar que por confiados la seguimos a ciegas no obstante que todo el tiempo advertíamos que no daba resultados. Pero que por pereza histórica persistimos hasta que la pandemia nos demostró que detrás de toda la parafernalia economicista solo había ilusión y no habíamos hecho nada propio para merecer respeto y seguridad.

Se nos fue el tiempo predicándole a propios y extraños que solo la unidad de Latinoamérica nos salvaría, que éramos el continente más biodiverso del planeta sin que jamás supiéramos para que servía tanta belleza —como sí lo vaticinaron en su momento el barón de Humboldt y José Celestino Mutis— porque nuestros líderes andaban, escasos de miras y esfuerzos, tras metas fáciles que se conseguirían con la simple destrucción de lo que tanto nos preciábamos.

Y así, en pos del progreso, de la modernidad, del dinero, arruinamos selvas y bosques, agua y fauna y destruimos parte de la biodiversidad. Y solo al final del deslumbramiento industrialista supimos que en el cuidado e investigación de sus riquezas naturales estaba nuestro porvenir y —en un momento singular de la historia— la oportunidad de salvar la especie humana ante el deterioro que el hipercapitalismo le produjo al entorno global en que nos habíamos criado.

Apenas recordaremos, sin que haya vuelta atrás, los discursos de mandatarios y repetidos funcionarios recetándonos a sus ingenuos gobernados las mismas fórmulas económicas donde solo cambiaba el objetivo inmediato de las mismas: que ya no era el paraíso del desarrollo industrial de los primeros 2 siglos ni el crecimiento económico a como fuera lugar de los últimos días, sino el poco reconfortante de que finalmente lo repetirían para salvar al país de la debacle en que nos encontramos metidos, por culpa no de su desastrosa política económica de toda la vida sino del recién aterrizado coronavirus.

Pues el respiro que ha permitido su pandemia nos ha mostrado que jamás nos industrializamos, que no produjimos el alimento suficiente que ameritaban nuestros campos, que no exportamos nada propio y competitivo en que pudiéramos confiar, que las deudas abundan, la situación social es insostenible y nos invadió un virus desconocido sin que contáramos con la infraestructura de salud adecuada para detenerlo a tiempo, a pesar del enorme gasto que su privatización le ha costado a los gobiernos.

Por lo que continuamos jugándole a encontrar petróleo cuando no hay ni tiene futuro, sin que importen los métodos depredadores que se apliquen para sacarlo porque la necesidad supera las arandelas ecológicas que se han querido atravesar. Hay que sacar el carbón para quienes han decidido volverlo a utilizar antes de que lo prohíban definitivamente. Lo mismo con el oro y el cobre que, por estar en auge su valor debido a la crisis, algo dejará para la patria, así sacar una onza por parte de las multinacionales destruya las montañas que sean necesarias y los acueductos municipales terminen muriendo de sed.

Si bien prometían, cuando ya era demasiado tarde, la transición energética como eje de su desempeño, los ministros o sus asesores olvidaban por completo presentársela al país ante el aluvión de viejas prácticas y tareas repetidas que afloraban espontáneas de las bocas de sus jefes de Estado, ya no con el desparpajo arrogante de antaño pero sí con el propósito expedito de adelantarlo, en los días aciagos, lo más rápido, lo más fácil, sin obstáculos mayores, como si este apresuramiento hiciera olvidar lo inconsistente y perverso del plan de siempre.

¿Será que al borde de la inviabilidad e inanidad como naciones —tanto que hemos necesitado del gobierno socialista español para que, de aparecer la vacuna salvadora, el mundo desarrollado nos tenga en cuenta para su aplicación— la dirigencia latinoamericana saldrá de su pereza habitual y obrará, según lo indican las circunstancias adversas que los expertos nos han advertido, para buscar, conocidas nuestras posibilidades reales, el camino de la unión y la creatividad para no repetir el dependiente e improductivo que nos ha llevado al fracaso e incertidumbre presentes?

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