El complejo cachaco
Opinión

El complejo cachaco

Miles de bogotanos y bogotanas con escabrosa actitud de suficiencia y falsa voluntad pedagógica intentan “enseñar” al resto del país cómo se deben hacer y deshacer las cosas

Por:
enero 12, 2020
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No es casualidad que cuando llegaron los cachacos a Macondo llegara la desolación al pueblo. Hombres de leyes alargados, discretos y oscuros, sembraron el destierro -cómplices de la avaricia gringa- en la otrora próspera y curiosa población. Para Gabo (quien siempre tuvo dificultades para comprender enteramente el proceder de los cachacos) Bogotá  siempre fue enigmática y esquiva para su corazón. Dicha condición queda manifiesta en ese impecable libro de historia colombiana que es Cien Años de Soledad, cuando la figura del cachaco fue encarnada por un personaje anónimo, inoportuno, siniestro e inescrupuloso. Un aprovechado ignorante víctima de la peor peste: el creer saber más y mejor.

Por supuesto que el cachaco de García Márquez no caminaba con su carne y sus huesos, era más bien una figura literaria, una cruel apología o -al menos- una metáfora del error más grande que ha tenido la historia del país: el centralismo. Un modelo de estado, político, económico y cultural que además de causar nuestro primer conflicto armado como república, (la vieja pelea entre Bolívar y Santander) manchó para siempre nuestro porvenir con la insidiosa idea de que un país entero debía servir, y someterse en silencio, para alimentar a una capital voraz e insolente, despojada -desde siempre y para siempre - de la capacidad para entender a su periferia.

Tampoco buscaba el escritor abonar terreno en la ridícula y torpe interrupción del pensamiento hoy conocida como regionalismo. De nuevo, Gabo pretendía llamar la atención sobre una carencia conceptual del país, que buscaba -y busca-entenderse, explicarse y solucionarse a partir de decisiones -casi siempre equívocas- tomadas desde un afilado escritorio en Bogotá. Colombia jamás fue la suma de sus partes; fue la suma de los intereses de su capital y esa es una -entre otras varias- de las razones de nuestra angustiante realidad.

No obstante, ese cachaco garciamarquiano, lejos está de ser una simple anécdota histórica o literaria. Hoy en día parece ser el rasgo de la personalidad de muchos y muchas. Día tras día, el país presencia la llegada de miles de bogotanos y bogotanas que con escabrosa actitud de suficiencia y falsa voluntad pedagógica intentan con todas sus fuerzas morales e intelectuales, “enseñar” al resto del país cómo se deben hacer y deshacer las cosas;  e incluso pretenden demostrar con su sospechoso ejemplo, de qué forma se debe vivir bien y mejor. Para la mentalidad del cachaco, no existe alternativa a la solución planteada en la ciudad capital: la gran urbe proveedora de conocimiento, la sabia madrastra, la deidad fría y lluviosa.

 

Para la mentalidad del cachaco, no existe alternativa
a la solución planteada en la ciudad capital: la gran urbe del conocimiento,
la sabia madrastra, la deidad fría y lluviosa

  

En la Costa Caribe el chiste más corto, efectivo y unánime es una simple palabra: cachaco. Basta pronunciarla. Y es que ser un “cachaco” es la versión más aberrante y peligrosa de un bogotano; un defecto pasado por atributo que deteriora las urgentes relaciones de cooperación entre las regiones. El cachaco llega con sus maletas llenas de respuestas -que busca imponer a la fuerza- desconociendo que casi siempre, la mejor solución es la propia, la local, la incluyente; la epifanía íntima  y personal a esos miles de laberintos que somos.

Bogotá es la ciudad de mi vida, acá nacieron mis abuelos y espero nazcan mis hijas; con su cotidiana tenacidad e inexplicable ternura siempre la he querido cerca e inmediata.  Por lo tanto me niego a continuar esa herencia de cinismo egoísta. No nos sobraría un poco de humildad para escuchar lo que nos tienen que decir desde los más variados acentos, ritmos y costumbres. Ser cachaco, pensar como tal y comportarse en consecuencia es un complejo costoso inútil y sobre todo dañino, una forma de percibir al pais que no debe repetirse o enseñarse. Mejor ser un bogotano curioso, preguntón e intrigado que un chiste flojo que nadie más quiere oír. Un espectáculo que ya nadie paga por ver.

Publicada originalmente el 30 de junio de 2019

 

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