Era el 2003 y Microsoft estaba en su momento más bajo. Entre las grandes compañías del mundo las prácticas de monopolio de mercado que implementaba la empresa fundada por Bill Gates la convertía en el centro del chisme mundial: la integridad de la organización estaba en entredicho. Se acercaba un juicio que podría acabar con la empresa. El Caleño Orlando Ayala, quien había entrado a la compañía en 1991 y doce años después era el Vicepresidente mundial de desarrollos emergentes, creía que se iba a quedar sin trabajo. Los socios, desesperados, convocaron a una reunión en agosto de ese año para definir qué haría Microsoft ante una pérdida de credibilidad que los llevaría al desastre inminente. Primero hablaría Gates, luego Steve Ballmer, quien fuera CEO de la empresa, después hablaría Ayala. Los nervios lo consumían, su esposa lo acompañó en el desvelo de dos noches seguidas.
Escuchó con paciencia el discurso de Gates, luego se comió las uñas mientras hablaba Ballmer. Una vez terminó tomó aire y se subió al escenario. Al frente suyo habían 100 personas, él tenía que hablar durante una hora pero le bastaron apenas veinte minutos para decir, de frente y sin cortapisas, lo que tenía en la garganta: Los señalamientos, las audiencias, la mala prensa, la arrogancia que había llevado a que la empresa se desconectara de sus clientes hacía que para Ayala fuera una vergüenza trabajar para Microsoft. Cuando terminó, 99 de los 100 asistentes se levantaron para aplaudirlo. El único que no lo hizo fue Bill Gates
-¿Qué carajos le pasa? ¿Quién se ha creído usted para hablar así de mi empresa?
- Yo no tengo nada que hablar con usted- le dijo con frialdad Ayala al hombre más rico del mundo- lo que tenía que decir lo dije arriba y parece que el único que no está de acuerdo conmigo en esta empresa es usted.
El tiempo le dio la razón a Ayala: Luego de implementar los cambios que sugirió, Microsoft salió avante en el juicio y hoy en día, 13 años después, sigue siendo el mayor fabricante de software del planeta.
Ayala nunca tuvo complejos para hablarle a Bill Gates, ni siquiera la tarde fría en la que lo conoció en el invierno de 1991. El caleño, que en esa época tenía 35 años, venía de ser director en ventas en México de NCR y estaba decidido a trabajar con Microsoft, la compañía que junto con Apple estaba cambiando el mundo. Decidido pidió audiencia con Gates en Redmond y cuando lo tuvo de frente le dijo que él estaba convencido que América Latina había sido subestimada por Microsoft y que en el futuro sería una importante fuente de ingresos. Escéptico, el hombre que no piensa en negocios que valgan menos de US 1.000 millones aceptó. En ese momento el continente facturaba apenas 100 millones de dólares para Microsoft. Ayala abrió una oficina en Miami y 33 más en toda Latinoamerica. 25 años después su plan de expansión funcionó: en este continente se facturan más de 4.000 millones de dólares que van directamente a las arcas de Gates. Fue directamente nombrado, este ingeniero de sistemas, como presidente de ventas para América Latina.
La ascensión fue vertiginosa y justificada: dirigió el segmento de soluciones para partners de pequeños y medianos mercados, director de operaciones de Microsoft Dynamics, vicepresidente mundial de ventas y mercadeo y manejar la agenda de competitividad de Microsoft.
Uno de los legados que le dejó a Colombia, además de los nuevos negocios que le trajo al país, fue el BIOS, el laboratorio de investigación enfocado en la biodiversidad. A sus 60 años sale por la puerta grande de Microsoft, quedando en la historia de la empresa como el hombre que la salvó de una de sus peores crisis.