Nunca logré que me dijera su nombre, insistí varias veces y varias veces me dijo con una ternura que desarma: "Soy simplemente el Cole".
Tiene 64 años, de los cuales casi 28 los ha pasado embutido en un traje que él mismo diseñó y que lo ha acompañado a más de 30 países del mundo a donde va tras su mayor pasión, la Selección Colombia de Fútbol.
Le pregunto a qué se dedica cuando no agita las masas en los estadios y me dice que es mensajero... Asiento con la cabeza y le digo que eso está claro. Le reitero la pregunta y él, la respuesta.
Es mensajero de una empresa multinacional en Barranquilla, Tecnoglass, y aclara que la correspondencia la entrega su personaje. Hoy por su puesto no hubo entregas.
—Yo soy un símbolo que emociona, que genera alegría— dice el Cole con una seguridad de vendedor de enciclopedias.
Su personaje nació antes del mundial de Italia, cuando Colombia llegó a donde nadie esperaba, después del famoso gol de Rincón contra Alemania. Ha evolucionado con el tiempo, de cuatrienio en cuatrienio, convirtiéndose en la imagen del país en las multimillonarias transmisiones que hace la televisión de cada uno de esos certámenes.
—Soy el mejor embajador del Colombia en el exterior. A donde voy saben que soy un cóndor andino que despliega las alas y vuela inmenso sobre los estadios del mundo... Muchos saben que en Colombia hay cóndores porque me ven multicolor en televisión— dice orgulloso el Cole al explicar cómo nació este particular personaje que parece sacado de una historieta de superheróes.
Sucedió de pronto, por la necesidad de expresarse, el pequeño niño se colaba en el estadio Romelio Martínez de Barranquilla para ver al Junior de mediados del siglo pasado y para ello utilizaba manilas que lo ponían a volar sobre las tribunas.
Al crecer y ya estudiando derecho en la Universidad del Atlántico —estuvo a dos materias de ser abogado— pensó que la mejor manera de acompañar a la Selección, que por esos días convertía a Barranquilla en su casa, sería vestirse de ave, inspirado en la que gobierna al escudo de Colombia para alentar a los hinchas que a gritos inyectan energía a los cansados jugadores de la selección.
Lo que empezó como una pilatuna se convirtió en un símbolo y luego en una tradición que hoy completa casi 30 años.
El Cole es único, auténtico. De vez en cuando se disfraza de él mismo cuando deja su atuendo, al que llama con orgullo "expresión artística".
Cada cosa que pone sobre su cuerpo tiene un pretexto y envía un mensaje, pero sin duda lo más importante es su cabellera que se transforma en cada partido.
El encargado de ella es Neftaly, un peluquero cachaco que heredó de un amigo del Cole los secretos del tratamiento de esta parte del atuendo que está pegado de su cráneo.
Naftaly mima el mechón convertido en cresta del cóndor como mimaría a un bebé, hasta convertirlo en un penacho tricolor que se acompaña de, en este caso, una montaña rusa, para parodiar lo que viene en el mundial.
Cada rasurada en la cabeza del Cole cambia de acuerdo con la eliminatoria y claro, con el partido que jugará la Selección.
—Óscar, a mi la fama no se me sube a la cabeza... Yo tengo la fama en la cabeza— dice con esa expresión voraz que precede al grito de "vayaaaa, vayaaaa, Cole, vayaa", después de la enésima fotografía con el centésimo ciudadano con el que se cruza en la calle y que quiere atraparlo dentro de su celular.
La crónica con el Cole es un sube y baja de emociones, donde poco responde él y muchos de los hinchas lo persiguen para una imagen.
Para esta nota fuimos al Malecón del Río en Puerta de Oro, junto a la vía 40. En el sitio además de decenas de admiradores, varios estudiantes de universidades bogotanas lo reconocieron y tres barranquilleros que habitan Miami deliraban a su lado como si hubieran visto al propio Falcao.
El Cole tiene una particularidad, hace sentir a todos como su mejor amigo y les deja claro que los conoce de toda la vida porque a todos los hermana el mismo tema: la Selección Colombia de Fútbol.