Es otra víctima más del Brexit, que a su vez es víctima de la crisis de 2008, que se desgajó del hundimiento de Lehman Brothers, la mayor catástrofe financiera de los últimos decenios. Se ha repetido, con cierto solaz, la desaparición de la URSS; pero a la catástrofe del capitalismo sí no le han prendido velas, que se inició con los créditos basura subprime que ahogó a miles de prestamistas y por ello muchos bancos se declararon en bancarrota. Millones y millones de dólares se gastaron los gobiernos en sus rescates y ese dinero se perdió.
El entierro oficial de Theresa May fue el viernes 7 de junio, con la presentación de su renuncia y así dejar la vía libre a elegir un nuevo jefe de gobierno. Ella ya no conducirá la negociación brexit. Algunos la comparan con Lord North que no pudo impedir la independencia de las colonias americanas. Una exageración, sin duda. May recibió el entuerto —Brexit es un verdadero entuerto, doloroso, que acojona, como dicen los españoles—, no lo provocó. Más bien, hacia 2002, May fue acogida con esperanza por el partido conservador —derrotado por Blair— que desde entonces lleva la mala imagen de ser el partido que defiende a los más ricos y de mantener en el poder a la élite tory. En 2016, cuando se convirtió en primera ministra, encendió esperanzas de cambio al hablar, en su discurso, de “nivelar la sociedad” al mencionar que no era justo que los pobres mueren en promedio 9 años antes que los blancos, o que las mujeres ganen menos que los hombres.
Si May tenía buenos propósitos, pronto se dio cuenta que el Brexit es un tsunami imparable, que se origina en la cámara de los comunes, que ha rechazado tres veces este año, el acuerdo de Brexit con la Unión Europea. Ella, después de la cumbre de Salzburgo entre Gran Bretaña y la UE, en septiembre 2018, manejó una idea —sensata, si se mira con cuidado— que escandalizó a los cerriles brexíteres: “Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. Aquí empezó a cavar su sepultura.
En realidad, a Theresa May la tumbó la frontera irlandesa, los límites entre Irlanda e Irlanda del norte. Que es el subterfugio ideal para enlodar cualquier negociación. No hay una frontera física entre Irlanda e Irlanda del norte, es un espacio donde hay un intercambio totalmente libre tanto de personas como de bienes, dijo lord David Trimble, ex primer ministro de Irlanda del Norte y Premio Nobel de paz en 1998, en una entrevista con la radio W, el 14 marzo último. Así ha sucedido desde el trato hecho en 1922. Siendo un espacio territorialmente pequeño, la UE entiende que esto puede afectar al mercado común europeo. Trimble piensa que la solución es fácil, pero se ha tergiversado políticamente y los líderes de Bruselas y de Londres se han obstinado, de parte y parte, en no transigir. El foco está puesto en que, si se establece una frontera entre los dos países, se dice que podría poner en peligro los acuerdos de paz de 1998.
May no generó el Brexit, que se incuba desde fechas lejanas, en las filas del partido conservador de Margaret Thatcher que era incansable en sus ideas. Fue la que empezó a poner las bases del descontento británico a la UE. Sembró cizaña Thatcher con su I want my money back —que me devuelvan mi dinero—, en 1984, era el llamado “cheque británico”. Un pulso por las subvenciones agrícolas, que especialmente van para Francia y de las que no se beneficia Gran Bretaña porque apenas si tiene producción agrícola. La porfía de Thatcher hizo que Bruselas devuelva cada año a Londres 5.000 millones de euros.
Brexit, mírese como se mire, es una pugna económica. Es el dinero, estúpido. Como lo piden los independentistas catalanes o lombardos a Madrid y Roma. O Trump a China en su guerra comercial al imponerle aranceles a sus importaciones. La pugna económica por el ‘cheque’ se da entre los de la parte alta de la pirámide social. Por la lana de alpaca le dan 2 dólares al cholo peruano, que es maquilada en las fábricas de Tailandia y China (mano de obra barata) y llega como producto terminado a las tiendas de Gucci o Giorgio Armani, en forma de bello jersey a 1.000 dólares cada pieza. A los dueños de esas boutiques parisinas les llegan enormes sumas de dinero que se las entregan en sus carísimos yates en Saint Tropez. No tienen ni idea de las dificultades que pasan quienes producen la alpaca en las alturas de los Andes. Esta ecuación no se va a alterar porque haya un Brexit a las buenas o a las malas.
May lo quería a las buenas, acorde con su carácter bonachón, dulce, porque según su confesión, siendo niña su única “pilatuna” fue correr por un campo de trigo. Es decir, nada la contrarió. Salvo el Brexit que le torció su trayectoria política y fastidió la vida económica de miles de británicos, que sufren para llegar a finales de mes, como los cholos del Perú. Theresa May fue empujada hacia los abismos por aquellos que quieren el Brexit a las malas, que, posiblemente representa el peor escenario. ¿Un grupito de diputados conservadores, con síndrome Duque Wellington, se han tragado el cuento incendiario de Donald Trump, quien pinta un bello cuadro bucólico con tierras donde brotan leche y miel por doquier? Jamie Dimon, CEO de JPMorgan, es de la idea de que “Reino Unido no está listo para un Brexit sin acuerdo. Hay 10% de probabilidad de un Brexit duro. El estatus de Londres como centro financiero disminuirá”, dijo el banquero en París, el 14 marzo del presente año. A Theresa May la mandan a los infiernos especialmente su némesis Boris Johnson a quien ahora le ha dado por decir que el partido conservador puede desaparecer sino se aprueba el Brexit ya mismo y enarbola la bandera de que si él sucede a Theresa May se negará a pagar el Brexit. Que fue el gran consejo que dio Trump: “No tienen por qué pagar los 39.000 millones de libras”.
En Nueva York dicen “Gracias Brexit” porque ahora NY es considerada como la capital de las finanzas. Y si las cosas siguen así, la City se podrá considerar desbancada. Dios salve a la reina (God Save the Queen).