El mundial de Rusia significó para Robbie Williams una especie de resurrección. Sin embargo sus problemas continúan. Hubo una época en la que Robbie Williams, cuando ya sus discos empezaban a ser sendos fracasos de venta, se encerraba en su mansión en Arizona a fundirse en la depresión. La cosa se complicó mas cuando en mayo del 2007 sus compañeros de Take That encumbraron durante dos meses consecutivos un álbum donde celebraban su regreso y donde no lo habían incluido a él. Robbie había sacado su nuevo álbum por esas fechas y fue un fiasco. La receta para la tristeza no pudo ser peor: dos pastillas de éxtasis, un gramo de cocaína, dos botellas de whisky y 20 Red Bull. No hacía nada particular. Tan solo ponía viejos discos de Elvis y miraba al techo y llegaban las seis de la mañana y había que atiborrarse de Valium para poder dormir.
Si, en agosto del 2007 era oficial, había tocado fondo. Por eso se internó en una clínica de recuperación en Arizona. Duró interno casi tres meses y se sintió curado. El problema es que, sin cumplir cuarenta años, ya no era el mismo. Sus discos simplemente no pegaban. El otrora hombre mas sexy del mundo quedaba rezagado por nuevos ídolos pop como Adele, Lady Gaga, Rihana, Beyonce o Bruno Mars. Claro que Robbie tenía su público y seguía yéndose de gira pero, con apenas 40 años, Robbie era muy joven para caer en el juego de la nostalgia. Ni siquiera a sus propios fans les interesaba sus nuevos temas. Todos querían escuchar sus clásicos, su Rock D.J, su Supreme.
Se deprimió y pensó en suicidarse más de una vez: "Te vuelves suicida cuando dejas de tomar tus remedios. Escucho un zumbido y cosas extrañas comienzan a suceder. Es espantoso", lo dijo en el 2013 cuando ya empezaba a manifestarse una terrible enfermedad, escuchar voces, zumbidos, la esquizofrenia, la locura, los viejos fantasmas. "No sé si hubiese sido un enfermo mental sin fama. No creo que hubiese sido tan grave o tan poderoso si no hubiese sido por la popularidad". La popularidad lo aplastaba, lo asfixiaba. Se sentía que era mirado por cientos de miles de sus fans con una lupa. Y la lupa lo quemó.
Intentó dejar la cocaína y lo logró pero el éxtasis no. El éxtasis era un gorila que lo apretaba y no lo soltaba. La cocaína exacerbó aún más su locura. En mayo de este año fue su último escándalo. Era vecino en su mansión de Chelsea de Jimmy Page. El mítico guitarrista de Led Zepellin una y otra vez le llamó la atención por el extraño ruido atronador que salía de su casa. La respuesta de Robbie Williams fue inapropiada : “Todos los días, Jimmy se detiene con su auto en la puerta de mi casa con un medidor en la mano. Se queda grabando el sonido unas cuatro horas porque quiere demostrar que se supera el límite de ruido permitido. También me contaron que en una oportunidad lo encontraron durmiendo en el jardín. Este tipo de comportamiento me parece propio de un enfermo mental”. Page lo demandó y Williams tuvo que pagar una multa de 5 mil libras esterlinas, algo así como veinte millones de pesos.
Las cosas no mejoran para Robbie. Lo último que se supo de él es que tuvo que cancelar sus tres conciertos en Moscú por una extraña enfermedad que lo mantuvo, durante cinco semanas, en una Unidad de Cuidados Intensivos en una clínica londinense. Lo enigmática enfermedad tendría que ver con el pésimo estado de ánimo que lo embarga. Lo único que lo mantiene en pie es su mujer Ayda y Teddy y Charlton, sus hijos. De resto está el extasis y el red bull que no lo dejan dormir y la añoranza por un pasado en donde llegó a sonar para ser, antes que Daniel Craig, el nuevo James Bond.
Qué lástima pero Robbie William, a sus 44 años, está acabado