El miedo es una alteración angustiosa del ánimo producida por un peligro real o imaginario que sentimos inminente, de allí que condicionemos nuestra conducta y comportamiento a ese miedo.
Hay, en lo fundamental, dos tipos de miedo: primero, el miedo en su continente de instinto animal y que nos ha permitido sobrevivir como especie, es el miedo natural, común con los animales. Segundo, el miedo paralizante que alguien ha construido o infundido en uno, a causa de su poder.
Este segundo miedo es una construcción ideológica, un arma política. Si le das poder a alguien, prepárate a sentir o tener miedo. Y eso en política es un axioma. Concédele poder a Júpiter y temerás sus tres armas: la caballería del rayo, la infantería del relámpago y la fuerza aérea del trueno.
Ahora, quienes más poseen bienes y riquezas son los que más terrores acumulan, porque temen precisamente perder sus privilegios, hasta el punto de imaginar e inventar peligros para justificar su miedo, su violencia y los miles de muertos que van dejando regados. Por eso mismo, en sociedades con brechas profundas entre ricos y pobres, es donde más fuerzas represivas existen, donde marchan más ejércitos y cuerpos policivos. Así, se inventan cocos y ñéngueres peludos, es decir, falsos miedos y peligros como los fantasmas de la posverdad que circulan a través de las fake news y que terminan contaminando de miedo las mentes de los ingenuos, cándidos y primitivos.
¿Qué hacer entonces para que las comunidades saquen de sus mentes los fantasmas del coco y el ñénguere peludo?
De hecho, el único modo de superar o perder el miedo es comprender. El rayo fue visto por el hombre primitivo como una amenaza que estaba en manos de los dioses para castigar a los hombres. Y solo cuando a través de la física el ser humano comprendió que el rayo se debía al contacto de fuerzas eléctricas positivas y negativas alojadas en las nubes, dejó de temerle al rayo como amenaza de un dios y hasta lo dominó con el pararrayos.
Minos, desde su isla de Creta, en el mar Mediterráneo, utilizaba a su hijo monstruoso, el Minotauro, para infundir miedo en los países vecinos con el fin de arrancarles tributos, impuestos y una carga de doncellas y donceles, hasta que un Teseo liberador comprendió con ayuda de Ariadna los mecanismos del laberinto y pudo entrar y salir con la cabeza del Minotauro.
Estudiar y comprender, entonces, es el camino. No hay de otra.