Se ha cerrado un nuevo evento mundial de la ONU, la cumbre COP28 en Dubái - Emiratos Árabes, sobre los compromisos de la comunidad de países en relación con las urgencias del cambio climático al 2050; recordemos que reducir la emisión de gases del 60 gtCO2 a menos de 7, es una prioridad que demanda esfuerzos inmensos en términos de transición energética y que los acuerdos y anuncios precedentes poco han avanzado en ese sentido. En esta cumbre se han vuelto a repasar los indicadores y el menú de respuestas sobre los cuales han venido transitando los procesos adaptativos; el tablero indica que seguimos quemando combustibles fósiles desaforadamente y que la meta inicial de evitar que la temperatura promedio del planeta aumente por encima de 1.5 Co, es prácticamente incumplible; claro, ante la evidencia de resultados poco alentadores hemos escuchado una miscelánea de planes y soluciones que demandarían de mayores niveles de responsabilidad y concertación.
El resultado es que tenemos una vitrina para promocionar esto y lo otro, algo así como una feria de conversaciones respecto al desastre y sobre el menú de tacañas alternativas respecto a los retos que se presentan por parte de las potencias y agencias de mundo más contaminantes y con mayor compromiso en las adaptaciones necesarias. En el contexto de la cumbre, observamos un seguimiento del régimen climático en el cual las dinámicas antrópicas siguen siendo el acelerador del calentamiento; preocupante situación en términos de nuestros propios comportamientos como sociedades y de las implicaciones de nuestras prácticas en el corto plazo para la vida en el planeta.
Las alternativas están cantadas: diversificación económica y transformación de los procesos productivos, rectificación en las formas de habitar, salir de la era del uso de los combustibles fósiles, protección de los bosques y áreas estratégicas en las diversas zonas de vida, rectificación en el diseño y gestión de ciudades y metrópolis; pero el lenguaje puede con todo y en este caso no logra traducirse en una ruta práctica ante la urgencia de la situación. Las tragedias que ya están afectándonos en el contexto del calentamiento extremo, ponen en riesgo las condiciones de vida que se pueden sentir en fenómenos como el golpe de calor en las ciudades, las inundaciones en amplias regiones del mundo, los incendios en los bosques, el calentamiento de mares, el deshielo en los polos, la erosión de suelos, la pérdida de tejidos vegetales y biodiversidad en los páramos; la crisis alimentaria y el crecimiento de las migraciones por razones climáticas, son ya sucesos cotidianos que dejan inermes extensos territorios, pueblos y ciudades.
Estamos en medio de una situación radical que no encuentra respuestas suficientes en las cumbres de países; los agentes más contaminantes miran para otro lado y escuchan solo el frente de las oportunidades para hacer negocio del desastre, evidenciando una incapacidad de discernimiento ético, de cambiar paradigmas frente a las certidumbres de riesgo. Nuestros Estados nacionales y los organismos multilaterales se están quedando cortos frente a las calamidades que se dibujan. ¿Cómo afrontar estos retos inminentes? Quizás toque entonces mirar las urgencias con un sentido distinto, desde un punto de vista más sociocéntrico y de los dones de lo común, desde las expresiones de comunidad que buscan otros enfoques de continuidad de la vida que no se agotan en el antropocentrismo egoísta y en el mercadocentrismo que aguza con los hiperconsumos el incendio que arrasa el entorno. La generosidad del don, bien escaso en estos tiempos, es un camino que implica actuar con sentido previsivo y solidario, desde una ética de los vínculos que posibilitan una conexión emocional con todos los tejidos vivos del planeta.
La generosidad del don es un camino que implica actuar con sentido previsivo y solidario, desde una ética de los vínculos que posibilitan una conexión emocional con todos los tejidos vivos del planeta
En días previos a la Navidad de 2023, cuando se vislumbran reencuentros, festividades y espacios familiares, es deseable que abramos espacios de reflexión sobre nuestra coexistencia planetaria, sobre nuestras correspondencias con los entornos que moramos, respecto a la necesidad de rectificar nuestro comportamiento contaminante en el habitar cotidiano y a las posibilidades que tenemos de contribuir a la reparación ecológica y a la superación del productivismo y el consumismo que depredan el tejido vital, desde un cambio civilizatorio que se centra en la donación como eje de la convivencia y la persistencia de la vida. Tenemos poco tiempo para rehacer los caminos.