El clientelismo político como intercambio (corrupto) de favores

El clientelismo político como intercambio (corrupto) de favores

Colombia se prepara para elecciones regionales y locales. La experiencia dice que intercambios de regalos clientelares aumentan en este tipo de elecciones

Por: Orlando Solano Bárcenas
junio 29, 2023
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El clientelismo político como intercambio (corrupto) de favores

Colombia se prepara para realizar las elecciones regionales y locales de octubre de este año. La máxima de la experiencia demuestra que en el plano local los intercambios de regalos clientelares suelen aumentar en cantidad en este tipo de elecciones.

Naturalmente son intercambios extraoficiales de favores, en los cuales los titulares de cargos políticos conceden prestaciones generalmente indebidas por cuanto pertenecen al Estado y no a sus peculios personales.

 Los apoyos electorales obtenidos a cambio de favores burocráticos o dinerarios falsean la voluntad general porque son resultado de componendas delictivas al margen de las reglas de la carrera administrativa, de los principios democráticos de la meritocracia y también porque perpetúan unas élites corruptas en los aparatos administrativos del Estado.

Los bienes públicos deben ser administrados bajo el principio de imparcialidad de la ley, que resulta afectado por el hábito perverso de lo clientelar que no es sino relaciones de dominación ilegítimas e ilegales que privatizan lo público. ¿Existe en Colombia cierta tendencia a ver el Estado bajo una óptica privada de carácter patrimonial? Sí. ¿Procuran los Toma y Daca clientelares reemplazar al Estado social de derecho reconocido por la Constitución política? Sí. Malas prácticas. Inmorales e ilegales.

La relación de clientela política

Es de dominación entre patronos y clientes. En los planos nacional, regional o local. Mediante fenómenos de voto cautivo, tráfico de influencias o caciquismo. Son relaciones patológicas para el Estado, la nación, la comunidad o el grupo entes que ven menguados los recursos públicos por efecto del juego corrupto del intercambio de favores entre el patrón cacique “protector”, y el cliente sometido por la necesidad o la cupidez. Ambos situados en una relación de poder paralelo al legítimo poder del Estado. Se trata de otro juego de poder donde las bazas suelen ser: empleos, ascensos, traslados, contratos de trabajo en la administración pública, licencias, concesiones, becas, vías, acueductos veredales, etc.

 El momento propicio para los intercambios clientelares suele ser las vísperas de las campañas electorales. El fin último, no soltar el poder. El resultado del juego suele ser corrupto trueque que termina privatizando la vida pública y los bienes públicos. La conducta de los jugadores con frecuencia cabalga sobre el código penal (soborno, extorsión, tráfico de influencia) y termina en la corrupción, la forma más execrable y dañosa de la moral social, la ética política, el discurso político y de todo el sistema democrático.

El clientelismo político, un fenómeno social-jurídico

En los orígenes del don, antropólogos y politólogos han encontrado los del clientelismo en general y los del clientelismo político en particular. Es un fenómeno social-político y también histórico. Igualmente, nacional (regional y local) y transnacional. Se suele afirmar que desfavorece el desarrollo político y económico de las naciones por ser una forma de intercambio de favores que afecta la legalidad o muy próximo a lesionarla por afectar primeramente la equidad en la distribución de los recursos públicos (utilizados como contenido del intercambio) y también la ética social y política. Es frecuente en el Tercer Mundo y de América Latina se dice que pulula. Colombia no es la excepción. A veces es llamado “caciquismo”. En los lares mencionados se sabe que es multiforme. Cuando se practica en materia política, el clientelismo es fenómeno próximo a la corrupción del voto llamado “cautivo” y al tráfico de influencias porque se considera que deslegitima la democracia y la buena administración de los estados. Al parecer, así fue desde sus orígenes.

Origen del concepto de clientelismo político

La raíz latina del término clientelismo está en la palabra cliens y en los verbos clinere que significa “apoyarse en”; para otros se encuentra en el vocablo colere, que remite a “habitar con”. También se ha señalado como posible origen la palabra cluere, que significa “estar atento a”. De la combinación de estos tres términos algunos han querido ver en el cliente al que se apoya o arrima a una persona, familia o grupo que le brinda protección bajo las alas o el alar del hogar, a cambio de obedecer, ser leal y dependiente. El término de cliens derivó en colonus el campesino mayormente dependiente. En estos conceptos hay una constante: la relación de intercambio que se produce entre las partes y de la cual surgen las de dependencia o dominación.

Es conocido que la corrupción política fue recurrente en la antigua Roma Imperial para unos conseguir trabajo y protección y para los menos manos de obra, lealtades y servicios (el patrono o el notable). Allí clientelismo, favoritismo, tráfico de influencias y de favores (recomendaciones o suffragia)  iban de la mano, junto a la extorsión y la coima en los diferentes niveles de la sociedad. Favores del patrono llamaban a la propina (sportula), al ingreso a la función pública a veces con la ayuda del calanchín (proxenetae) que recomendaba para la práctica del soborno a través del regalo. Hasta los ascensos en el ejército se lograban mediante el pago de coimas. Mediante estas, se movía el gobierno central imperial y el provincial en favor de los senadores. Cada alto funcionario tenía un cuerpo de protegidos en calidad de fieles clientes sojuzgados mediante el intercambio de favores.

Pero. se anota que el sistema de Toma-Daca de sobornos y favores era visto y vivido como algo necesario para las familias ricas (que a veces también practicaban el mecenazgo ciudadano mediante el evergetismo que les daba la gloria o ambitus) y para los clientes que asumían la calidad de ciudadanos o funcionarios “dignos”.

Clientelismo político y caciquismo

El término “clientelismo” ha sido utilizado en España y en la América Hispana para identificar al “caciquismo” como la manifestación de un sistema de dominación muy unido al sufragio y a las clientelas electorales, también a las relaciones entre el poder central y los gobiernos locales a veces mediante la práctica del fraude y la manipulación electoral (o “pucherazo”) que busca legitimar el poder local del cacique, poder que se constituye y hasta insurge contra el poder central o capitalino. Entre el cacique y los clientes- “indios” opera el intercambio del favor y el dominio sobre el dependiente, el don y el contradon que obliga a dar y recibir. Naturalmente bajo el temor abierto o velado a la represalia física, laboral o psicológica y el secreto.

 La cauda electoral así conseguida, era baza a presentar ante el poder central y ya en el plano local una relación de odio-amor entre el que sojuzga (el dador, líder político) y la necesidad del sojuzgado (elector cautivo). Cabe hacer la observación de que los caciques habitualmente disponían de recursos privados, respaldados por la fortuna familiar y los grandes apellidos. Las grandes familias clientelares solían o suelen todavía establecer alianzas matrimoniales para mantener el dominio local y/o nacional. El caciquismo, forma un tanto arcaica de poder local, ha derivado hacia el clientelismo moderno.

 El clientelismo político moderno o de partidos

Que ahora enfatiza mucho más en los procesos electorales y la política con incidencia mayor en el plano nacional, pero sin abandonar -cuando lo crea necesario- el fraude, el tráfico de influencias, el caciquismo de viejo cuño y la corrupción que le permitan mantener el dominio clientelar político. De esta manera corrupción y clientelismo suelen ser almas gemelas que practican intercambios a conveniencia e ilegalmente haciendo de los recursos públicos bienes privados. De esto resulta que el clientelismo se pone al servicio de la corrupción y esta -en su turno- suele ser consecuencia del clientelismo. Esta simbiosis entra casi siempre en la ilegalidad de arriba hacia abajo y viceversa, mas siempre buscando beneficios que no provienen del salario funcional sino de los “extras” de la corrupción. Con este cambalache resultan violados los códigos jurídicos y la moral social. Transparencia Internacional define la corrupción como “el mal uso del poder encomendado para obtener beneficios privados”. La transacción corrupta se da entre actores de los sectores público y privado, a través de la cual bienes públicos se convierten ilegítimamente en ganancias privadas.

Intercambios, clientelismo y corrupción política

El intercambio se produce habitualmente de forma oculta como binomio soborno/extorsión para hacer algo indebido o no hacer lo debido. Es decir, cambiar ilegalmente decisiones por favores clientelares corruptos que afectan la sanidad y la ética del sistema, casi siempre sin posibilidad de encontrar a los responsables en donde exista ya una cultura de la corrupción electoral y administrativa. En los medios y culturas clientelares el intercambio de favores obra como una compraventa más o menos abierta al público, porque de lo que se trata es de sumar votos, hacer cauda y de allí la necesidad de “jaladores” y “capitanes” que recluten, que a veces chocan con sus “colegas” de oficio sin que ellos se conmuevan frente a la ética política que están violando mediante el voto comprado, el voto cautivo, el voto gregario.  

El intercambio clientelar suele ser voluntario

Como es sabido, en estas actividades se da una relación personal voluntaria de intercambio de connotación política que goza de cierta opacidad frente a la ley y a veces frente a la cultura del grupo, por ejemplo, entre los habilitados a ejercer un cargo público o de elección y aquellos que desean recibir una dádiva extraída de los recursos públicos. En la relación de Toma-Daca, ambas partes obtienen un beneficio:  una en lo político y la otra en lo laboral público, bajo una complementariedad que no dudan en considerar “legítima” por cuanto creen que hace parte del sistema de toma de decisiones estatal en materia electoral, de conformación de partidos y contribución a lo burocrático. Es decir, creen que están no solo mejorando lo “suyo” sino igualmente lo público estatal.

La relación clientelar surge de dos carencias

La relación clientelar obedece a la lógica del don y el contradon (dar para recibir) donde ambas partes son conscientes de lo que carecen y es esta la razón por la que cada uno satisface su deseo. Entonces, el intercambio de Doy-Das opera así: Dame el nombramiento y te doy el voto. Perfeccionado el “pacto”, dos carencias han sido satisfechas por un mutuo favor que deja de plácemes dos beneficios subjetivos; sin embargo, los que han quedado por fuera ven cómo el principio de universalidad en el uso de los recursos públicos ha sido violado bajo la forma de lesión a la igualdad de derecho al acceso a la función pública. Relación que pese al beneficio aportado a una de las partes no deja de reflejar una relación de dominación teniendo en cuenta que el que da el recurso público puede quitarlo casi siempre bajo la figura del libre nombramiento y remoción.  

El clientelismo moderno

El clientelismo moderno tiende a ser hoy en día grupal, asociativo de clientelas, facciones y coaliciones de partidos. Unas veces se conforma en la vertical: grupal-cerrado, con mayor ejercicio de la jerarquía, con más desigualdad, más asimetría, más caciquismo, mayor control ideológico del partido ideologizado; o, en la horizontal: grupal-abierto, de mayor cooperación y persuasión, de más clientelismo y de mayor riesgo de desideologización. El Toma-Daca electoral moderno suele ser muy racional en las lógicas de cada una de las partes, al momento de plantearse sus opciones; en efecto, lo que esperan a cambio pasa por un análisis racional del costo-beneficio que deben pagar por la respectiva elección de acuerdo a la experiencia, cultura, ideología, memoria histórica, tradición familiar, opinión pública, opinión de los medios de comunicación y sobre todo las necesidades más inmediatas.

El clientelismo moderno se da ahora entre partidos políticos

Para algunos la competitividad clientelar entre partidos favorece la alternancia en el gobierno, por desajustar las lealtades al pretender cada uno captar clientes electorales que incrementen el número de votos. Se da entonces una lucha por las caudas electorales, particularmente en los sistemas bipartidistas, claro que en desmejora del pluripartidismo. Los que han quedado por fuera de los arreglos, resentidos, gritan alto al clientelismo político. Esta fue siempre la queja sempiterna contra el bipartidismo colombiano desde 1848-1849, acentuada durante el Frente Nacional.

Defensores del clientelismo político moderno no “tan” corrupto, ven en él una forma de bajarle presión a las deficiencias del Estado frente a las demandas ciudadanas y el descontento por las carencias. No obstante, otros responden que el Estado y/o la democracia se deslegitiman con el clientelismo, al igual que el desarrollo político y la modernización política se paraliza dando paso al desapego hacia los mecanismos de participación ciudadana. En sociedades todavía tribales, por ejemplo, se afecta los procesos de integración y cohesión nacional cuando la tribu en el poder se toma la naciente Administración para sus miembros; en países de los tres mundos del Tercer Mundo, la sociedad se ha visto fragmentada y en desequilibrio social y político por la corrupción galopante. Por otro lado, en países desarrollados donde opera cierto clientelismo político, este parece funcionar bien al darse más entre partidos y grupos de interés y no frente a “un” patrón. Estas dos realidades han llevado a algunos a afirmar que puede existir un clientelismo político positivo o negativo dependiendo del contexto y del uso.

El clientelismo un hueso duro de roer

El clientelismo es un fenómeno que perdura en el tiempo, por ser muy susceptible de ser manipulado a través de intercambios de favores en la respectiva comunidad. Algunos lo ven como una patología. Otros como un instrumento que puede estar al servicio de la democracia. Todo depende del uso que se le dé como medio y no como fin, también depende de lo que se intercambia, del contenido del intercambio. Así mismo depende de los efectos que produzca sobre la participación política, el comportamiento político, el reclutamiento y financiación de los partidos políticos o la comunicación política. Bajo estos criterios, algunos esperan que el clientelismo político -en sus diversas variantes y modalidades- no afecte o viole los principios de legalidad y legitimidad, dado que en muchos casos ha favorecido fenómenos de corrupción, tráfico de influencias, clientelas electorales al servicio de partidos en el poder o de fraudes de ley.

 Para otras opiniones el argumento de que el clientelismo político en ocasiones aumenta la participación electoral frente a la apatía o el desánimo ciudadano, y de que en algunos casos ha aproximado a los ciudadanos a la Administración al responder esta a las demandas de servicios lo que iría en favor de la democracia, o de que favorece a los partidos al aumentar sus caudas no son razones para no condenarlo y equipararlo con la corrupción por afectar seriamente la distribución de los recursos públicos, el principio de libre e igualitario acceso a la administración pública.

Visto mayoritariamente como una forma de corrupción, el clientelismo político es censurado

Frente a los efectos negativos para la democracia del clientelismo político se hace necesario aprobar o hacer cumplir las legislaciones, sobre todo la penal (cohecho, fraude, tráfico de influencias, malversación de fondos, estafa, falsificación de documento público, etc.) que regulen la corrupción, el tráfico de influencias, la contratación estatal, los concursos de la Administración, las leyes de finanzas y control interno o fiscal nacional, las leyes de Incompatibilidades, las de controles del uso de los gastos reservados y las electorales de financiación de los gastos de los partidos políticos, entre otras. Especial atención se pide prestar a los tres tipos de corrupción ya detectados de gris (la más difícil de detectar porque nadie quiere hablar de ella); negra (las violaciones más escandalosas); y blanca (la que es tolerada por la mayoría por cierta cotidianidad). Siempre sin darle cuartel a la corrupción y en especial a la modalidad de voto cautivo que lesiona la ética y la moral social por el efecto de deslegitimación de la democracia y de afectación del desarrollo social, económico o político.

Atención al clientelismo político en las elecciones de octubre

Colombia se prepara para realizar las elecciones regionales y locales de octubre de este año. La máxima de la experiencia demuestra que en el plano local los intercambios de regalos clientelares suelen aumentar en cantidad en este tipo de elecciones. Naturalmente son intercambios extraoficiales de favores en los cuales los titulares de cargos políticos conceden prestaciones generalmente indebidas por cuanto pertenecen al Estado y no a sus peculios personales. Los apoyos electorales obtenidos a cambio de favores indebidos falsean la voluntad general porque son resultado de componendas delictivas al margen de las reglas de la carrera administrativa, de los principios democráticos de la meritocracia y porque perpetúan unas élites corruptas en los aparatos administrativos del Estado.

Es claro que los bienes públicos deben ser administrados bajo los principios de imparcialidad de la ley, que resulta afectado por el hábito perverso de lo clientelar que no son sino relaciones de dominación ilegítimas e ilegales que privatizan lo público. El clientelismo suele terminar en corrupción, la forma más execrable y dañosa de la moral social, la ética política y el discurso político. Contra estas prácticas inmorales e ilegales, Colombia debe luchar en las elecciones regionales y locales de octubre

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