Ya se acallaron las voces que pedían a gritos castigos dolorosos y ejemplarizantes para los corruptos. Por ahora.
Ya cada actor del sainete preelectoral dijo su parte, midió el efecto de sus palabras, calculó su audiencia y capitalizó la inversión. De momento.
Pero, ¿en realidad ocurrió algo? ¿Se lograron identificar las causas de este maligno cáncer que nos debilita y nos agobia? ¿Se individualizaron responsables? ¿Se les aplicó alguna de las numerosas, severas y por demás inútiles leyes vigentes en nuestro ordenamiento jurídico? ¿Hubo al menos sanción social?
Por supuesto que no. Como ha ocurrido casi siempre, cuando una persona del sector público es acusada de cometer actos corruptos, sus acusadores no lo hacen por las razones correctas. Usualmente, cuando se denuncia un esquema de corrupción en el sector público, se hace con el deleznable propósito de desplazar a quienes se están aprovechando de sus posiciones de poder, para remplazarlos por otros que, en lugar de corregir los abusos del desplazado, toman su puesto para continuar abusando del mismo. Exactamente como ocurre cuando es asesinado o detenido un jefe mafioso, se inicia la lucha por ocupar su puesto y tener derecho a heredar sus negocios turbios. Y esta no es la única semejanza en el accionar de estos dos grupos de delincuentes.
Veamos un ejemplo. Según un medio de comunicación radial, el presidente de la República ha pedido la remoción de un alto directivo de la Federación Colombiana de Departamentos. ¿La razón? Quiere en este puesto a alguien más afín al precandidato presidencial de sus afectos. El ministro del Interior, también precandidato pero no tan de los afectos del presidente, manda a su viceministro a sabotear la orden, ya que el actual directivo es de la línea de su jefe el ministro. Y se arma la pelea. Aparecen las acusaciones de lado y lado. Se destapan o se inventan episodios de corrupción nuevos o refritos. Y el circo sigue. Y los periodistas muerden felices el anzuelo, siguiendo los capítulos de esa nueva telenovela. Lo más lamentable es que, en medio de esta maraña, a nadie se le ocurre preguntar de qué le sirve a un colombiano del común que exista dicha federación. Y si acaso tiene alguna utilidad, a quién o a quiénes beneficia que el directivo pertenezca a tal o cual combo partidista. Nadie cuestiona ni de lejos la mezquindad, la suciedad de las maniobras a cielo abierto de estos personajes, que como aves de rapiña se disputan el cadáver seco del presupuesto de la Nación.
Nadie cuestiona la suciedad de las maniobras
a cielo abierto de estos personajes, que como aves de rapiña
se disputan el cadáver seco del presupuesto de la Nación
Es así como, de tanto comprobar una y otra vez la falsedad de las supuestas buenas intenciones de los funcionarios de todo orden y rango, los ciudadanos terminan por no creer en una clase dirigente, elegida para servir pero que termina sirviéndose de sus electores, no solo para perpetuarse en el poder, sino para medrar en la confusión creada por ellos mismos. Por eso la abstención. Por eso la venta de votos a precios irrisorios. Por eso la nula legitimidad moral y ética de los gobiernos.
Un respetable expresidente de Venezuela (que también los hay respetables) dijo en cierta ocasión: “en este país la gente sale a robar porque no tiene una razón para no hacerlo”. Frase lapidaria pero profunda, que sirve tanto para justificar que todos robemos porque todos roban, como para comenzar a llenarnos de razones para actuar de manera diferente en función de los intereses del colectivo social al que pertenecemos.
Debemos entender de una vez por todas que quien creó, sostiene y se beneficia de la corrupción no va a ser tan tonto como para acabarla.