Este sábado se clausuró el 28° Festival de Cine Biarritz América Latina y sin duda fueron las ficciones y los documentales de realizadoras de Brasil, Perú y Argentina los se llevaron no sólo los premios sino las mayores expectativas. Sin olvidar la sorpresa que dio nuevamente el cine de Guatemala en este en este evento.
De nuevo el público francés se mostró sensible al cine de esos países (aunque se trate de coproducciones con fondos europeos), más ahora que se vuelve a hablar de América Latina y de su conflictiva vida política y económica. Recordemos las protestas en Ecuador por el alza de la gasolina, las cuales obligaron en un momento al gobierno del presidente Lenin Moreno a trasladar su gobierno a la ciudad de Guayaquil y lo haya hecho para luego dar marcha atrás y volver a Quito, la capital.
Y en cuanto a la aplastante personalidad del presidente Jair Bolsonaro, este sigue causando sismos en la opinión, esta vez en Biarritz por el rechazo de los encargados de la cultura de ese país de pagar los tiquetes de avión de los realizadores que querían venir con sus películas a Biarritz, ciudad a la frontera de Francia y España. Los organizadores del festival, que por cierto se muestra deficitario desde hace unos años, tuvieron que asumir los gastos.
Este cine interesa al público europeo porque con insistencia y sin poder evitarlo retoma las temáticas que constituyen la imagen misma de América Latina: la falta de reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas en nuestros países, la reconstrucción de la memoria en éstos tras hechos o episodios de violencia política, económica, social.
El Abrazo al mejor largometraje, que va acompañado de 7.000 euros de ayuda a la distribución, lo recibió (aunque sin poder venir a Biarritz) la brasileña Maya Da-Rin por La fiebre, un primer largometraje que describe la vida de un indígena en Manaos, el estado de fiebre en el que cae el personaje de Justino, un padre indígena, trabajador de seguridad en los muelles de Manaos, cuando se entera que su hija se irá por primera vez del hogar para realizar estudios de medicina en Brasilia.
Regis Myrupu, un chamán en la vida real, escogido en un casting de setecientos candidatos, neófito en el oficio de la actuación, resulta convincente en su papel de indígena asimilado ya a la vida urbana. Sin gran elocuencia el actor de origen amerindio transmite esa fosa que existe entre el Brasil indígena y el Brasil del “hombre blanco”.
Pero el jurado de Biarritz no creyó posible dejar de lado otro largometraje que merecía destacarse. Por ello entregó una mención especial a Canción sin nombre de la realizadora peruana Melina León, una ficción filmada en blanco y negro que retoma un hecho verídico ocurrido en los años 80 a una joven indígena peruana a quien le raptan su hija en el momento del nacimiento.
Canción sin nombre evoca la canción de cuna que esa madre le canta a una hija que no verá jamás. La trama se apoya en la tragedia de esta joven que fue engañada por una red de traficantes de bebés para la adopción, su modus operandi: captar la atención de las mujeres indígenas de la Sierra a través de la radio local ofreciéndoles facilidades para el parto en clínicas con fines caritativos, desde el altiplano en Ayacucho hasta la Amazonía en Iquitos, pero que en realidad eran clínicas clandestinas que desaparecian una vez el recién nacido había sido “extraído” del vientre de la madre.
Esta historia se desarrolla en tiempos de la guerrilla de Sendero Luminoso en Perú, una época en la cual se apoya también La búsqueda de Daniel Ligares y Mariano Agudo, que obtuvo el premio del público al mejor documental, aunque aquí se trate de un huérfano que treinta años después pide perdón a la sociedad peruana por las sevicias cometidas por sus padres, dos guerrilleros senderistas que al final serán torturados y ejecutados por el ejército o los escuadrones de la muerte que también sembraron el terror en ese país entre los años 1980 y 2000.
El premio del público a la mejor película fue para La llorona, del realizador guatemalteco Jayro Bustamante, tal vez porque pareció la más conmovedora por no decir la película con mejor trama además de ser estéticamente perfecta: unos actores concentrados en su rol, un manejo impecable de los claroscuros, de los ruidos que se integran en el montaje para identificar espectros que se presentan en forma de niebla al interior de una casona.
Jayro Bustamante recurre al formato del cine de horror para situar esta ficción en la que aparece el premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú como testigo real. Se trata de la vida de encierro que vive un general retirado del ejército guatemalteco, acusado de haber cometido genocidios en las comunidades indígenas de ese país. Un hombre poderoso que ahora se ve viejo y enfermo. Un macho que se apaga rodeado de una familia puramente femenina: su mujer, su hija, su nieta y su empleada doméstica, una indígena que tal vez es su otra hija.
Alma, la mujer que llega a esa casa como sirvienta, es interpretada por María Mercedes Coroy, una llorona de belleza alucinante. El alma que viene a habitar con el general le servirá para recordarle las fosas comunes y los desaparecidos de la guerra civil en Guatemala entre 1978 y 1983. Este encierro opresivo del genocida decrépito bien podría ser el del tristemente célebre general Efraín Ríos Montt, próximo de la muerte pero no de la justicia de Guatemala.
La llorona se desarrolla en una inmensa y elegante casona que en la vida real es la sede de la Embajada de Francia en Guatemala. La sede diplomática fue puesta a disposición de Jayro Bustamante para facilitarle el trabajo y también para protegerlo pues como bien lo explicaba él en una de sus intervenciones en Biarritz “hablar de masacres y de desapariciones en mi país es un todavía un riesgo”. En cuanto a los exteriores, es decir las imágenes que se ven de los manifestantes alrededor de la casona del genocida pidiendo que se haga justicia, éstos fueron realizados en torno de la Embajada de Alemania en Guatemala y también por motivos de seguridad.
Fuera de toda categoría podría situarse La vida invisible de Eurídice de Gusmäo del realizador brasileño Karim Aïnus, una película con un guion estructurado, “y una fotografía que recuerda matices de la pintura flamenca”, como dirá el Sindicato francés de la crítica al otorgarle un premio de 3 000 euros de ayuda a la distribución. Vale destacar el vestuario y la ambientación en este film que nos traslada a la ciudad que era Río de Janeiro en los años 50, música y espacios temporales bien entrelazados aunque el final de la historia no parezca tener algo en común con el resto de la película.
En cuanto al cine de Argentina, nada especial para destacar en Aleli de Leticia Jorge Romero y 1 100 de Diego Castro, si no es por el temas de personajes evolucionando en un país en crisis.
Y en cuanto a Las buenas intenciones de Ana García Blaya aunque haya recibido la mención especial del jurado del festival y del sindicato francés de la crítica “por hacer eco a una cierta nostalgia de los años 90 que son los tiempos del mundo analógico”, no resulta del todo convincente así se trate de un “gesto de cine pues hay buen encuadre”. Se trata apenas de la historia de una pareja separada que comparte la custodia de sus tres hijos con todos los inconvenientes que ello implica en Argentina. Mejor considerarla como una ópera prima pero que se queda ahí, como una buena intención.
Si bien las películas de Brasil, Guatemala y Perú llenaron las salas de la Gare du Midi y del Casino de Biarritz, las de Colombia, en especial Litigante de Franco Lolli y el documental Fait vivir de Oscar Ruiz Navia también despertaron interés aunque no fueran premiadas.
La primera revela el talento como actriz de la profesora universitaria y conocida bloguera Carolina Sanín, prima en segundo grado de Franco Lolli, y la segunda el talento de tres hermanos nacidos en Cali cuya vida gira en torno del arte.
Oscar Ruiz Navia filma el periplo de la orquesta Gypsy Kumbia Orchestra durante una gira por Colombia. Esta agrupación reúne a músicos y bailarines de diversos países, Colombia, Canadá, Francia, Italia... Se trata de un trabajo de cine en el cual Ana María, Carmen y Oscar Ruiz Navia forman un equipo familiar creativo y compacto.
Del 28° Festival de cine de Biarritz se retiene que América Latina puede contarse o explicarse a través de imágenes y de palabras pero que en este cine se otorga un puesto preponderante a la utilización de ruidos y sonidos para complementar la narración.
Es así como el quejido de los espantos, el croar de las ranas, el estruendo de los objetos cuando caen, el bullicio de la selva y el silencio que se instala en ella después de las llamas, cuentan también la historia de los hombres en ese continente.
- Abrazo del Festival Biarritz América Latina 2019: La fiebre (A Febre) de Maya Da-Rin - Brasil, Francia, Alemania
- Mención especial: Canción sin nombre de Melina León – Perú, España, Estados Unidos
- Premio del jurado dotado de una ayuda a la distribución de 3000 euros: La vida invisible de Eurídice Gusmão de Karim Aïnouz - Brasil, Alemania
- Premio del Sindicato Francés de la Crítica de Cine: La vida invisible de Eurídice Gusmão de Karim Aïnouz – Brasil, Alemania
- Mención especial Sindicato de la Crítica: Las buenas intenciones de Ana García Blaya - Argentina
- Premio del público al mejor largometraje: La llorona de Jayro Bustamante - Guatemala, Francia
- Premio del mejor documental dotado de 2 500 euros por France Médias- Monde: La vida en común de Ezequiel Yanco - Argentina, Francia
- Premio del público al mejor documental: La búsqueda de Daniel Lagares et Mariano Agudo – Perú, España