Conozco mucha gente que se hubiera suicidado si no se fumaran cuarenta cigarrillos al día. Sí, algún lector saludable podrá decir que igual se está matando a cuotas porque el tabaco aniquila a seis millones de personas al año, “casi la misma cifra de muertos que tuvo la Segunda Guerra Mundial” y que patatí y que patatá. He leído estudios tan desenfocados que dicen, entre otras estupideces, que fumar aumenta el riesgo de que una persona cometa suicidio.
Vil mentira. James Rhodes, el pianista que está resucitando la música clásica, se levanta todos los días a las tres y treinta de la mañana. La hora del lobo que llaman. El momento de la noche más oscuro, donde los únicos que se despiertan son los viejos fantasmas. Rhodes aporrea por enésima vez la Chaconne de Johan Sebastian Bach y enciende un pitillo. Luego se queda solo, en la noche no se mueve nada y mira de reojo el cuchillo japonés de la cocina y luego ve como las venas de sus muñecas se alborotan. Todo lo malo aparece ahora, todos los recuerdos horrendos de su niñez, las violaciones, el manicomio, las recaídas en la cocaína, el rechazo de su mujer, la pérdida de la custodia de su hijo. Si no fuera porque el paquete de Marlboro aún conserva cinco cigarrillos Rhodes cavaría hasta el fondo.
Solo una buena bocanada de humo y la voz rasgada de Mick Jagger
pueden evitar que la tentación de Llevar el caño a tu sien, apretando bien las muelas,
un viernes a las 3: 00 a.m.
Fumar te reconcilia con la vida. Nadie está solo si tiene al humo entre sus manos. Nada mejor que poner música, encender el Marlboro y pensar. Solo los que no tienen vida interior no necesitan fumar. La ansiedad del que está solo sintiéndose miserable no la contrarresta ni Cristo Resucitado. Solo una buena bocanada de humo y la voz rasgada de Mick Jagger pueden evitar que la tentación de Llevar el caño a tu sien, apretando bien las muelas, un viernes a las 3: 00 a.m.
Hay noches en la que me despierta el asma. Alveolos cerrados, mocos en la almohada. Son las dos de la mañana y las botellas están vacías. Decía Cortázar que nadie está en la miseria absoluta si tiene aún un tarro de Nescafé. Yo aún tengo dos cigarrillos a medio fumar. Ya sé que no voy a dormir más, que las viejas heridas se abrirán y no hay Mentiolate para el alma. Para ella tan solo hay los plones del Marlboro rojo, sucedáneo, en la vejez de mis 39, del añorado Pielroja. Así me encontrará la mañana, tosiendo, arrastrándome entre la flema pero aún vivo gracias a los Stones y al último plon.
La gente en el trabajo pasa por mi lado y huele mi ropa. Ya nadie soporta el olor del cigarrillo. En la calle me ven mal si fumo, sobre todo si es por los lados de Usaquén en donde la gente de mi edad casi siempre carga niños en coches Fisher-Price. Fumar me hace un proscrito. Yo, el eterno ñoño matoneado ahora soy un ser oscuro, perverso, porque me fumo veinte cigarros al día.
Todos creen que me estoy matando pero es mentira. Ya estaría muerto sino fuera por mis cigarrillos.
