El holandés Joep Lange fue el último que llegó al aeropuerto de Ámsterdam. Andaba trabajando en un nuevo proyecto tan complejo que cuando su amigo y colega Chris Beyer, presidente de la Sociedad Internacional del SIDA, le preguntó si había revisado el último correo que le habían enviado de la organización, la respuesta fue: “súper ocupado”.
Quizá contestó de esa manera porque ya le iban a cerrar la puerta del vuelo 17 de la compañía Malaysia Airlines. Era el jueves 17 de julio del año 2014. Algunos lo vieron corriendo por la sala de abordaje de la mano de su esposa, su asistente en investigaciones, la doctora Jacqueline Van Tongeren. En sus manos llevaban el tesoro de sus vidas: las investigaciones sobre la cura del VIH, que se encontraban alojadas en los discos duros de sus computadoras portátiles.
De hecho el doctor Lange se subió a aquel Boeing 777-200, con parada en Kuala Lumpur, donde haría transbordo para arribar a su destino final que era Melbourne, Australia, esto porque estaba invitado a la 20ª Conferencia Internacional sobre el SIDA. Allí, sería uno de los principales, sino el principal, conferencista sobre los últimos descubrimientos y avances para combatir y, si se quiere, establecer a cuánto estaban de encontrar la cura contra el mortal SIDA.
Nadie sabe qué más pasó dentro de la nave después de que se cerraron las compuertas. Todo lo que sucedió, pasados 35 minutos del vuelo, fue tragedia. Todo indica que rebeldes ucranianos del ala pro Rusia, apenas vieron que sobre sus cabezas estaba surcando un avión, sin mediar si era comercial o no, sacaron su lanza misiles inteligente, y apretaron el botón rojo que en milésimas despachó un borrador de acero contra el avión haciéndolo estallar por los aires, desintegrando casi que por completo a 298 personas, entre ellas, al científico Joep Lange.
“¿Y si la cura contra el SIDA iba en ese avión?”, fue lo primero que se preguntó el científico canadiense Trevor Stratton, amigo y colega del doctor Lange. No lo sabemos, pero los antecedentes profesionales del doctor Lange tal vez apuntaban a que era el científico que más cerca estaba de aquel inconmensurable descubrimiento.
Lange llevaba más de 30 años trabajando en el tema. Desde 1983, apenas se comenzó a descubrir el virus, ese que atacaba todas las defensas del ser humano y que en especial se había ensañado con la comunidad homosexual, se convirtió en una obsesión para este médico graduado en la Universidad de Ámsterdam. Su experiencia en el desarrollo de medicamentos para enfermedades como la malaria y la tuberculosis, lo acercaban más a dar la batalla contra esta nueva enfermedad que en silencio, porque los medios no publicaban nada sobe el tema, también estaba matando a centenares de personas en los países más pobres de África.
Lange fue de los primeros médicos en utilizar varios antiretrovirales en un mismo tratamiento. Algunos aseguran que fue el pionero en el conocido “coctel antiretroviral”, que levantaban a los pacientes que caían postrados en una cama esperando solo la muerte. Lange demostró que la terapia de combinación de fármacos también restringía enormemente la transmisión del VIH de una persona infectada por su actividad sexual. Entrados los años noventa, Lange fue contratado como jefe de investigación clínica y desarrollo de productos y Drogas, de la Organización Mundial de la Salud. Allí el científico trabajaba de la mano y a la par con las más grandes farmacéuticas del mundo, analizando y haciendo control sobre sus nuevos descubrimientos.
Con tal reconocimiento, el doctor Lange no solo se quedó en ser testigo de los avances, sino que se convirtió en un activista de tiempo completo que empezó a negociar con las grandes compañías de medicamentos para que no se llenaran los bolsillos a costillas de los enfermos, sino que rebajaran los precios para que todo el mundo pudiera acceder a ellos. Una batalla que le costó dejar a sus cinco hijas por un par de años, mientras le demostraba a la OMS, que en el África la gente moría por el olvido de los ricos del mundo, pero además, porque habían compañías que no les gustaba que sus medicamentos se combinaran con otras marcas, a la hora de que los pacientes los combinaban en su día a día.
Así, Lange realizó campañas en Tanzania, Kenia, Ruanda, Uganda, Zambia y casi todo el África subsahariana. A la par iba compilando sus experiencias en diferentes publicaciones, incluso, de sus más de 400 artículos científicos, 100 de ellos han sido citados por otros científicos de renombre. En el año 2002 fue nombrado presidente de la Sociedad Internacional de SIDA, dos años durante los cuales dedicó sus esfuerzos a aplicar los medicamentos en madres contagiadas con el virus, los cuales dieron sus resultados porque la mayoría de los recién nacidos llegaban al mundo sanos y salvos.
Ahora como profesor e investigador de tiempo completo de la Universidad de Ámsterdam y director del Instituto de Ámsterdam para la Salud Global, se encontraba trabajando en unir esfuerzos entre varias compañías farmacéuticas para desarrollar un medicamento que definitivamente curara el VIH. La idea era no tener patente, sino que las compañías que financiaran el proyecto tuvieran el permiso legal de venta. Si este era su plan, tal vez el doctor Lange y sus cientos de amigos investigadores ya estaban cerca de la cura. De no ser así, iban por buen camino.
Sin embargo, antes que lo matara un misil ucraniano, Lange había lanzado una frase que describía por completo su trabajo, su quehacer en la tierra, tal vez una frase que justificaba los siguientes años de vida: “Si hoy por hoy podemos encontrar una lata de Coca Cola en cualquier parte de África, también podremos ofrecer en esos lugares tratamientos contra el SIDA”.
Por @PachoEscobar